Escribe Felipe Pigna
Que la figura femenina más recordada de la conquista de
México –y posiblemente la más nombrada de la historia americana de toda esa
época– sea la Malinche, intérprete y por un tiempo amante de Hernán Cortés, es
una de las tantas muestras de esta “pedagogía” destinada a ningunear la
resistencia que los pueblos originarios opusieron a los invasores. Pero,
incluso, si tomamos en cuenta la biografía de la mujer que aparece como
sinónimo de la “traición a su pueblo”, veremos que esa imagen no le hace del
todo justicia.
Siguiendo el relato del conquistador Bernal Díaz del
Castillo, ya que curiosamente su amado Cortés apenas si la menciona, Malinalli
Tenépatl, también conocida como Malintzin (nombre que los españoles
corrompieron en Malinche), había nacido en 1502 en Coatzacoalco, provincia de
Paynalla en la región de Veracruz, al sur de México. Malinalli, es el nombre en
lengua náhuatl de uno de los 20 días del mes mexicatl y también se nombra así a
una hierba con la que se fabricaban cuerdas. Premonitoriamente la palabra
náhuatl tenépatl designa a la persona que tiene facilidad de palabra, que habla
mucho y con animación. La muchacha era hija del jefe Teotingo. Al morir el
guerrero, su madre, Cimat, se volvió a casar con un joven llamado Maqueytan,
con quien tuvo un varón a la que la pareja declaró único heredero del
territorio, desplazando a Malinalli que fue vendida como esclava a un cacique
de Tabasco.
Cuando Hernán Cortés invadió el sur de México, debió
enfrentar encarnizadamente al pueblo tlascalteca, que logró diezmar el 20% de
la tropa española. Los invasores estaban perdidos, cuando se enteraron por boca
de algunos jefes indios, según nos cuenta Bernal Díaz del Castillo, que “cada
año [los aztecas] les demandaban muchos hijos e hijas para sacrificar y otros
para servir en sus casas y sementeras y otras muchas quejas que fueron tantas
que ya ni me acuerdo y que los recaudadores de Moctezuma les tomaban sus
mujeres e hijas y las forzaban si eran hermosas”.
Ni lerdo ni perezoso, Cortés les ofreció una alianza
estratégica contra sus históricos enemigos. Potochtlán y otros jefes de
Tabasco, como muestra de buena voluntad, le entregaron a Cortés veinte
doncellas, oro y mantas. Entre ellas estaba Malintzin, a la que se impuso el
bautismo cristiano con el nombre de Marina.
La “Malinche” hablaba nahua y maya. En los primeros tiempos
y hasta que Marina aprendió la lengua de Castilla, Jerónimo de Aguilar –un
náufrago tomado prisionero por los habitantes de Yucatán y que fue rescatado
por las tropas de Cortés en Cozumel– se encargaba de completar la traducción
del maya al español. La “Malinche” fue una de las amantes de Cortés, con quien
se sabe que tuvo un hijo al que llamaron Martín en honor al padre del
conquistador.1
Han corrido ríos de tinta sobre la historia de amor entre
Cortés y Malinche, pero la verdad es que el título le queda grande si pensamos
en una relación que involucre amorosa y apasionadamente a los dos integrantes
de la pareja, cosa que está muy lejos de la realidad. Todos los testimonios
coinciden en las permanentes muestras de amor y fidelidad por parte de la
muchacha y de todo lo contrario de parte del conquistador.
Una de esas muestras de “amor” fue que, siguiendo una
práctica habitual en los conquistadores, Cortés se la obsequió a Alonso
Hernández Portocarrero. Cuando Cortés enviudó de Catalina Juárez Marcaida, su
“esposa legítima”, no pocos esperaban que se concretara su boda con doña
Marina, pero la hizo casar cristianamente con su colaborador Juan Jaramillo. De
la unión nació una niña llamada María, pero a los pocos meses del parto moría
la Malinche en medio de la epidemia de viruela que en 1529 asoló la ciudad de
México. Aquella muchacha que según Laura Esquivel creyó encontrar en Cortés “la
transición entre el dios Moctezuma al dios Quetzalcóatl, pero se sintió
traicionada al ver cómo él y la parte española reducían el mundo a mercancía”,2
sólo había vivido 27 años. Aunque Díaz del Castillo alaba su “lealtad” a los
conquistadores, hay que tener en cuenta que la Malinche no fue más “traidora”
que los miles de guerreros totonacas, tlaxcaltecas y otomíes que permitieron a
los españoles conquistar la ciudad de México-Tenochtitlán y destruir así el
centro del imperio de Moctezuma. Esos pueblos, sometidos al poder de los
aztecas, creyeron que sumándose a los españoles ganaban un aliado, no que
cambiaban de dominador.3
Cortés ejerció la venganza sobre el rebelde Cuauhtémoc
violando a su bella mujer Tecuichpo –“copo de algodón”–, hija de Moctezuma,
entregándola a sus soldados y volviéndola a violar hasta embarazarla.4
Vale la pena recordar que aquella invasión encabezada por
Cortés recibió la entusiasta bendición papal, según nos cuenta Díaz del
Castillo en su citada crónica: “Su santidad tuvo en mucho y dijo que daba
gracias a Dios […] y mandó hacer procesiones y que todos diesen loores y
gracias de ello a Dios, y dijo que Cortés y todos sus soldados habíamos hecho
grandes servicios a Dios primeramente y al emperador don Carlos nuestro señor y
a toda la cristiandad […] y entonces nos envió una bula para salvarnos a culpa
y a pena de todos nuestros pecados y otras indulgencias”.
Del libro Mujeres tenían que ser, Felipe Pigna.
Referencias:
1 Martín Cortés nació en 1523. Llegó
a España en 1530, donde luchó en los ejércitos imperiales en Argel, Flandes y
Alemania. Regresaría a México en 1563.
2 Laura Esquivel, Malinche, México,
Suma de letras, 2006.
3 Véase Richard Konetzke, América
Latina. La época colonial, Siglo XXI, Madrid, 1983.
4 Héctor Pérez Martínez, Cuauhtémoc.
Vida y muerte de una cultura, Leyenda, México, 1944.