La grilla de este año contempló lunas maratónicas y
tediosas, que condenaron a músicos valiosos a actuar en horarios marginales. No
obstante, hubo presentaciones para destacar, y mucho de lo mejor se vio afuera
de la plaza Próspero Molina.
No es fácil realizar un balance sobre la 54ª edición del
Festival Nacional de Folklore de Cosquín. En esa tarea, sería injusto acotar el
festival sólo a lo que sucede en la plaza Próspero Molina. Es muchísimo más que
eso. Cosquín es un imán que atrae a miles de personas de todas las regiones del
país, que se dispersan durante nueve días por las calles, las peñas y todo tipo
de espacios culturales. De hecho, muchos visitantes ni siquiera pisan la plaza
principal, sino que visitan la ciudad en tiempo festivalero para vivenciar el
enorme fenómeno cultural que se produce. Lo que sale por televisión es apenas
la parte visible de un hecho cultural mucho más rico y vivo. Cada año, Cosquín
genera las condiciones para el encuentro, el intercambio cultural, el cruce de
experiencias y, claro, el aprovechamiento turístico. Si bien hay algunas
alternativas gastronómicas y hospedajes más accesibles, venir a Cosquín es
bastante caro. Sin embargo, a la hora de la cena, caminar por la avenida San
Martín era casi imposible debido a la marea de gente, y más los fines de
semana. El hormiguero que se veía en las calles no se traducía en la cantidad
de gente que ingresaba a la plaza mayor. Salvo en la fecha de apertura y en la
presentación de Abel Pintos –el folklorista más convocante del momento–, las
lunas no recibieron demasiado público.
En cuanto a la plaza mayor, siempre deja polémicas y
momentos dignos de recordar. Sin embargo, la 54ª edición pasó sin demasiados
sobresaltos. No hubo mucho para destacar, salvo por algunas actuaciones. Y, en
la mitad del festival, la cosa parecía caer en un pozo de aburrimiento
insalvable. Pero León Gieco, Víctor Heredia y Teresa Parodi levantaron el
festival en la séptima luna. No obstante, la cosa cayó nuevamente el sábado. Y
la lluvia del domingo, en tanto, terminó de empañar una modesta fiesta coscoína
que tuvo momentos para el olvido, como el cierre abrupto del homenaje a Eduardo
Falú, a cargo de su sobrino Juan, Liliana Herrero, Marcelo Chiodi y Lilián
Saba. Las condiciones técnicas eran muy malas y no se escuchaba ni la guitarra
criolla ni el piano. Y Falú y Herrero hicieron lo que “no tenían que hacer”:
quejarse. “Hay tanto avance tecnológico, no puede ser que no se escuche una
guitarra criolla. Tenemos que saber respetar a los músicos que se han ido”,
dijo Falú, quien tuvo que tocar a las tres de la mañana. La respuesta de la
comisión fue definitiva: sacarlos del escenario cuando aún faltaban un par de
canciones. Esta vez no importó la “voz soberana” del público. Pese al pedido de
la gente para que regresaran al escenario, los músicos no pudieron volver. Sin
embargo, fue uno los mejores conciertos del festival.
En Cosquín, las fichas parecen estar puestas en el
espectáculo antes que en las propuestas más honestas y austeras. Mientras en la
plaza mayor artistas de la talla de Orozco-Barrientos tocan tres temas a las
seis de la mañana para veinte personas, la transmisión televisiva sale
impecable y esconde los asientos vacíos. Un despropósito. En la segunda luna,
Peteco Carabajal también tuvo que enfrentar a una plaza vacía, cerca de las
ocho de la mañana. Pero el músico, experto en patios que nunca duermen, entregó
la energía de siempre y terminó tocando el violín entre el escaso público. Tuvo
la ventaja también de contar con bastante tiempo en el escenario. “Una obra sin
público es una poesía que nadie lee”, dijo una vez el director y dramaturgo
argentino César Brie. ¿Qué sentido tiene la música sin público? En líneas
generales, la grilla no fue del todo atractiva y, en ocasiones, primó una
lógica poco feliz a la hora de seleccionar a los artistas. Muchos de ellos
tocaron más por intereses empresariales que por méritos propios. De esa manera,
también, las programaciones eran interminables, maratónicas y tediosas. Rubén
Paragonia fue uno de los perjudicados. La lluvia de la última luna y los
cambios en la grilla hicieron que su concierto se cancelara. El año pasado
también su actuación quedó trunca.
El domingo, Teresa Parodi posteó en su muro una carta
abierta a amigos y productores con el fin de repensar Cosquín. Y dijo:
“Triunfó, nos guste o no, nos cueste o no aceptarlo, la cultura de la
banalidad, de lo efímero, de la inmediatez de lo superfluo, de lo efectista, de
la taquilla reinando y decidiendo por encima del arte, sobre lo profundo y lo
austero, sobre lo bello sin estruendo ni palmas, ni gritos de amor de bajo
vuelo”. Para ella, es necesario que en el festival de folklore más importante
del país la música “suene con sus profundidades más claras, se realimente en
las búsquedas genuinas de las nuevas formas, se atesoren las voces y las obras
de los maestros en los que seguimos eligiendo mirarnos, en suma, hacer más
ancha y luminosa su huella”.
“Con sus aciertos y errores tanto queremos a Cosquín”,
deslizó Teresa Parodi desde el escenario. Su concierto fue uno de los más
emotivos. Celebró junto a un puñado de amigos –Sara Mamani, Tonolec, Franco
Luciani y Lito Vitale– el 30º aniversario de su consagración coscoína. Y todo
salió a la perfección. La misma suerte tuvieron Juan Carlos Baglietto y Lito
Vitale, quienes se lucieron con un repertorio de música popular
latinoamericana, que conformará su próximo disco. En tanto, Jairo y Antonio
Tarragó Ros desplegaron toda su experiencia y popularidad. El grupo de fusión
folklórica Arbolito brindó un corto pero intenso concierto que los posicionó
como lo más interesante del festival. Después del concierto, encararon para la
bella ciudad de San Marcos Sierra. El Ballet Nacional tampoco defraudó en esta
edición. Jugaron un papel importante también las delegaciones de baile de las
provincias y las representaciones internacionales.
La solidaridad en el folklore es un valor que se manifiesta
en algunos artistas. Raly Barrionuevo prefirió aprovechar la ventana que
significa el escenario de Cosquín para dar a conocer a nuevos valores del
folklore, como el riojano Ramiro González, el cordobés José Luis Aguirre y los
cordobeses de La Cruza. Raly se sacó las ganas de tocar al día siguiente, en el
escenario al aire libre llamado Cosquín vuelve al río, donde tocó casi dos
horas. Lo mismo hizo el jujeño Bruno Arias cuando compartió su concierto con un
ballet de la Puna y otro de la Quebrada de Humahuaca. El jujeño revalidó el
título de consagración obtenido el año pasado. León Gieco, por su parte,
realizó un concierto junto con la murga uruguaya Agarrate Catalina e invitó al
escenario a músicos del proyecto de inclusión social Mundo Alas.
Otra propuesta interesante fue también la de del pianista
que reside en España, Juan Carlos Cambas. En su concierto, indagó en las raíces
folklóricas de la música popular argentina. “Quizás a los argentinos nos defina
la mezcla de lo ancestral y las diferentes inmigraciones. Y un jujeño se parece
más a un boliviano y un uruguayo a un bonaerense. Pero todos somos argentinos”,
enmarcó Cambas antes de invitar a la salteña Micaela Chauque y arrancar su set
con música andina. En sintonía con el concepto que propuso Juan Falú, el trío
Aymama también trajo un set de canciones que invitaban al silencio y a la
calidez musical. “Gracias por el silencio y el respeto. Ojalá que propuestas
como éstas sigan ganando espacio en el festival”, dijo la vocalista y bombista
Mora Martínez.
Los homenajes en vida a grandes autores de la música y la
cultura popular argentina también tuvieron un lugar en la plaza Próspero
Molina. El histórico grupo Los Manseros Santiagueños recibió la cinta dorada
coscoína y el líder Onofre Paz se emocionó hasta las lágrimas. Escoltado por la
delegación de Chaco, el humorista Luis Landriscina vino a celebrar que se
cumplían 50 años de su primera aparición en el festival. “En el ’74 abandoné
los festivales pero no Cosquín, porque me debo a este festival. En 2004 me
despedí de los escenarios, y en 2010, ustedes son testigos, prometí que si
estaba vivo volvería dentro de cuatro años. Y volví”, dijo emocionado el
chaqueño y recibió un aplauso fervoroso del público. Se recordó en varios
conciertos a Eduardo Falú, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, el Cuchi
Leguizamón y Juan Gelman.
Como cada año, hay propuestas que refrescan el festival,
otras que se consolidan y otras que están pensadas para engordar las boleterías
y apuestan al show televisivo. A grandes rasgos, se pueden destacar las
actuaciones de Orellana-Luca, Motta Luna, Las Rositas Trío, Juan Iñaki, Pancho
Cabral, La Callejera, José Ceña, Gustavo Patiño, Pelú Mercó, Trío MJC,
Proyección Salamanca, la Bruja Salguero, la coplera Mariana Carrizo, Suna
Rocha, Los Núñez y Franco Luciani –los dos últimos relegados en los últimos
lugares de la grilla–, entre otros. Por supuesto, no faltaron las propuestas
más pensadas para “deslumbrar y no alumbrar”, como diría Yupanqui. En eso
anduvieron Soledad, el Chaqueño Palavecino, Jorge Rojas, Los Nocheros, Luciano
Pereyra y Los Tekis, quienes invitaron al escenario a Flavio Mendoza. Sí, a
Flavio Mendoza. Y Abel Pintos es un caso extraño. Si bien es un músico con una
propuesta musical interesante, lo cierto es que penetró en un público teen y en
un mercado de la imagen y el consumo del cual es muy difícil salir. Quizá
también él o su entorno hayan buscado que así sucediera. La fecha en la que
estuvo Pintos fue la única que agotó la capacidad de la plaza. En tanto, según
la Comisión Organizadora, el premio Consagración fue para el formoseño Lázaro
Caballero y el artista Revelación fue el solista masculino de tango Jorge
Márquez. Los Bohemios del Folklore fueron los destacados en la peña oficial de
La Patria Grande.
Por Sergio Sánchez – Página 12
(4-02-2014)