El escritor rosarino Javier Núñez escribió en la contratapa de Rosario 12, a propósito del asesinato de David Moreyra, un joven indefenso, víctima de una turba de gente en Rosario.
"No.
No cuenten conmigo.
Ni para para salir a matar a golpes ni para celebrar la muerte.
No cuenten conmigo para esa masa que algunos aglutinan bajo
el difuso "nosotros" que nadie termina de definir en forma concreta
pero que sirve para diferenciarse de "ellos", como bandos o facciones
opuestas en una guerra abierta que se libra en cada esquina.
No cuenten conmigo para disfrazar con eufemismos la
brutalidad y la cobardía de ochenta tipos golpeando hasta matar a un pibe
reducido e indefenso. Eso no tiene nada que ver con la justicia, ni siquiera en
sus conceptos más arcaicos: la mal llamada "justicia por mano propia"
no es sino venganza, y viene acompañada de una pena sumaria muchas veces
irreparable. No mucho antes, cerca del lugar donde un grupo enfurecido de
vecinos arremetió contra David Moreira, casi matan a golpes a dos chicos que
iban en moto tras haberlos confundido con ladrones. El precipitado
procesamiento público y la inmediata ejecución de la pena muchas veces deja de
lado un principio básico de la sociedad: que el delito que se castiga esté
suficientemente probado. Muchos hemos visto situaciones similares: basta con
que alguien señale a otro al grito de "ladrón" para que se conformen
grupos espontáneos de ajusticiamiento con los que difícilmente se pueda
razonar. Pero aun suponiendo que el delito haya existido, la pena aplicada en
forma de venganza constituyó otro mucho peor, más atroz, más irremediable.
Matar a golpes a alguien que arrebata una cartera es de un desprecio por la
vida ajena tan condenable como el de aquel que mata para robarla.
¿Qué nos justifica para matar?
¿Qué nos habilita?
Muchos de los que se rasgan las vestiduras clamando que la
vida no vale nada porque te matan para robarte una cartera, en estos días
celebraron que se mate como escarmiento por el supuesto delito de haber
intentado robarla. El valor de la vida siempre es subjetivo, pero parece haber
un principio de acuerdo en ciertos sectores de la sociedad: la de cualquiera de
nosotros vale mucho más que la de ellos. Lo que es insuficiente para que me
cueste la vida a mí es más que suficiente para quitarle la vida a él.
Lo que ocurrió esta semana en barrio Azcuénaga fue la
resolución de un supuesto delito "un robo" con otro mucho peor: un
asesinato brutal. La impunidad de una parte de la comunidad asumiendo el rol de
verdugo parece librar a cada uno de los que intervinieron de responsabilidades
individuales. Y la celebración de la muerte por parte de muchos comporta una
especie de aprobación social: es la comunidad la que ejecuta; todos cargamos
con ese muerto y deberíamos festejarlo porque es uno de ellos.
No.
No cuenten conmigo.
No se trata de un caso aislado: es algo que se viene
repitiendo cada vez con mayor frecuencia y peores resultados, como consecuencia
de múltiples factores que no tengo intenciones de negar ni desconocer pero que
preocupan y duelen. Pero más duele ver hacia qué clase de sociedad nos
encaminamos --o algunos creen que nos deberíamos encaminar--, y qué frágiles
son las estructuras que nos separan de la oscuridad que habita al hombre.
Cuando el contrato social se rompe, pierde sentido el Estado de derecho y el
derrumbe de las reglas de convivencia en lugar de atenuar la inseguridad la
incrementa: frente a una legalidad incierta, la sensación de riesgo no hace más
que amplificarse. La violencia engendra violencia. La cultura de la muerte, se
sabe, sólo puede combatirse con una contracultura de la vida. La ley de la
jungla nunca puede ser la solución.
Así que no.
No cuenten conmigo.
Aunque cumpla con muchos de los supuestos requisitos, tenga
un trabajo digno con el que alimentar a mi familia, pague la hipoteca de mi
casa y mis impuestos y deje propina en los bares; aunque también me angustie
cada uno de los hechos de violencia a los que asistimos a diario, y me indigne
y me duela haber visto a mi abuela con la cara desfigurada por los golpes
cuando la arrastraron por el suelo para arrebatarle la cartera desde una moto;
aunque también me haya abrumado la impotencia cuando vi llegar a mi vieja
llorando porque la habían asaltado; aunque tiemble cuando mi hijo cuenta que lo
encañonaron para robarle un celular; igual no cuenten conmigo.
Si nosotros es esta turba que mata y estos cuantos que
celebran la muerte, no cuenten nunca conmigo entre las filas del pronombre."