Con un pie en Uruguay, otro en Buenos Aires y su mente en un
mundo que percibe necesitado de valores distintos a los del puro consumo, la
compositora uruguaya cree en la bici como un eje importantísimo para lograr
grandes transformaciones.
Por Diego Oscar Ramos
Si hay algo que habla de una persona, es la manera en que
juega. Y alcanza con proponerle andar en bicicleta a Ana Prada para que una
entrevista con ella se convierta en espacio lúdico. Y es que la compositora
uruguaya, una de las más respetadas de la última generación de mujeres de la
canción rioplatense, cuando se monta en dos ruedas, recorriendo Buenos Aires,
deja de lado esa melancolía que suele aparecer en su trilogía de discos “Soy
sola”, “Soy pecadora” y “Soy otra”, para mostrar su sonrisa más energética
durante toda la pedaleada. Y aunque reconozca que no está en su período más
ciclístico, ahora que vive un poco en cada lado del Río de la Plata, se nota
que habla con pasión real cuando define así una bicicleta: “Es quizá uno de los
más importantes inventos de la especie humana, un aparato fantástico, una
hermosa asociación entre el ser humano y la máquina, que te traslada por
variados terrenos, sin depender de nada más que de la propia energía de quien
la conduce”, dice Prada, quien ya le había cantado a las dos ruedas en la
canción “Queremos un carril bici”, de la cantautora española Queyi, en un dúo
que dio un disco del mismo nombre y que hicieron girar de una lado a otro del
Atlántico en un espectáculo infantil que promovía el uso de la bicicleta como
medio de transporte urbano. “Vuela bicicleta, mi nave espacial, la ciudad
enorme reduce a mi escala. Yo tengo dos alas redondas…”, dice la canción,
describiendo esa capacidad que tiene la bicicleta de hacer que todos los
lugares en una ciudad sean cercanos para quien la pedalea.
Gran parte de su vida, Ana ha vivido en distintas ciudades y
se ha trasladado por ellas en bici. “En muchas ciudades ibéricas lo mejor es
dejar el auto, llegar en tren, armar la bici y salir a recorrerlas. En España
me compré una plegable divina, la más chiquita que encontré; con ella recorrí
muchas ciudades… En Barcelona, fui en bici a conocer el parque Güell. Pedaleé
en subida hasta la obra de Gaudí. La vuelta fue un disfrute increíble, todo en
bajada, sin pedalear, hasta llegar al mar.” Se le ilumina la mirada cuando
termina la frase y deja que el pensamiento tome las riendas: “La bicicleta hace
que la ciudad sea más accesible, que al recorrerla puedas ver cosas que quizá
nunca antes te habías dado cuenta de que existían”. Entre las revelaciones que
trae el andar en bici, no sólo surgen en la cantora uruguaya imágenes de placer
personal sino conceptos sobre cambios sociales y culturales a gran escala.
“Para mí la bici es la clara muestra de que si se acaba el petróleo, el mundo
puede ser muy hermoso”, dice Prada, se ríe con potencia y continúa su
reflexión: “Creo que andar en bici es una forma de vida más cercana a lo
saludable, a lo natural y también a lo verdaderamente humano, ya sólo por el
hecho de que la velocidad que podés desarrollar arriba de ella es relativa a
tus fuerzas y a la topografía del lugar”. Desde esa vinculación de lo natural y
humano con la bicicleta, Prada habla sobre los distintos movimientos sociales
que, a nivel planetario, rescatan estas percepciones: “Son una cachetada
silenciosa al sistema, porque las personas que eligen la bici son individuos
que quieren un mundo distinto, más justo, más igualitario, más sano, más
silencioso, más lento, de mirarse a las caras. Porque si seguimos alimentando
el consumo desmedido, valorando más el tener que el ser, vamos a ser muy
infelices”.
Prada asocia esa naturalidad con el acostarse temprano y
levantarse al salir el sol, una cotidianeidad para quien ha habitado el campo,
lugar en el que vivió en su Paysandú natal, donde la bici tuvo un protagonismo
total. “De chica fue mi principal aliada para sentirme independiente y libre,
salíamos mucho en bici, nos íbamos lejos, con los gurises del barrio,
empatotados”, cuenta la compositora y trae al presente una idea que la
acompañaba por entonces: “Muchas veces pensaba en que los niños que no sabían
andar en bici eran muy desdichados, que se perdían lo más lindo de la vida,
junto con andar a caballo, algo que también hice mucho”. Su relato la lleva de
inmediato a verse a sí misma de niña, canturreando cuando pedaleba, disfrutando
del viento y hasta sintiéndose más grande. 06-BAiker-ANA-PRADA-9141Y también
“más importante”, por tener “tal maravilloso poder” de andar en bicicleta.
“Quizás, ese vértigo que siento andando en bici en una bajada empinada, es el
mismo que siento en el escenario, porque a nivel emocional es lo mismo que ese
instante donde se encienden las luces”, explica la compositora. Y confiesa que
siempre fue “de estar muy zarpada” al pedalear, con etapas de gran velocidad
para llegar de un lado a otro de las ciudades que habitaba y poder cumplir con
todo lo que se había propuesto hacer cada día. “Siempre fui asi, de buscar que
las cosas me generen adrenalina”, observa hoy, y asegura que hasta esa misma
búsqueda de adrenalina ha hecho que muchas veces tuviera que ponerle pausas a
su actividad ciclista. Finalizando la entrevista, Prada nos cuenta otra manera
de cómo definiría a la bicicleta en su más justa dimensión: “Es uno de los
inventos más importantes de la humanidad, porque te acerca a vos mismo, a la
libertad y a los otros”.
La compositora, cada día está más presente en Buenos Aires.
No hay dudas de que sus canciones, simples, afectivas, lúdicas y campechanas,
han calado hondo en Argentina.
(Fuente: La guía bike)