La publicación de Cien Años de Soledad estuvo llena de peripecias. Hoy, que se conoció la noticia del fallecimiento de García
Márquez reproducimos un artículo de
José Miguel Ávila que hace una crónica de esos episodios.
Cuentan que a finales de 1965 se presentó ante Paco Porrúa,
director de la editorial Sudamericana, el joven escritor chileno-norteamericano
Luis Harss con los originales de Los nuestros, un ensayo periodístico sobre los
10 narradores que él consideraba representativos en la llamada Nueva Literatura
de entonces.
De estos García Márquez era el único del cual Porrúa no
había oído hablar. Harss le explicó quién era, dónde vivía y le prestó sus
cuatro libros publicados. Tan pronto como los leyó, Porrúa le escribió una
carta al Gabo diciéndole que quería reeditarlos en Sudamericana. Esta carta,
recibida antes de concluir Cien años de soledad, fue para García Márquez un gran
momento, porque marcaría su vida como escritor, pues Sudamericana era una de
las editoriales más importantes de Latinoamérica.
El narrador colombiano le contestó que estaría encantado,
pero que no podía ser porque sus libros estaban comprometidos con otros
editores, que eran también sus amigos, pero en cambio, le ofreció la novela que
estaba a punto de concluir sobre la cual dijo: "en la que he puesto muchas
esperanzas", y le envió los cuatro primeros capítulos. A Porrúa le bastó
leer unas cuantas páginas del primer capítulo para darse cuenta de que estaba
ante una obra maestra", y le envió un contrato y 500 dólares de adelanto.
Luego de hacer los trámites burocráticos, a través de su
agente, García Márquez firmó con Sudamericana el 10 de septiembre de 1966 el
contrato que le había remitido Paco Porrúa.
El matrimonio de Mercedes Barcha y Gabriel, cuando fueron a
la oficina de Correos en México para enviar el manuscrito a la editorial a
Buenos Aires, habían empeñado casi todos los bienes y cuando el funcionario de
correos le dijo que el envío costaba 82 pesos mejicanos ellos solamente
contaban con más de 50 por lo cual decidieron dividir por la mitad el texto de
590 páginas y enviaron los 10 primeros capítulos.
Luego se fueron a casa, agarraron las tres últimas
posesiones: el secador de pelo de ella, el calentador de él, y la licuadora y
los empeñaron por unos 50 pesos. Cuando salieron del correo, aliviados por
haber echado a andar la enorme criatura, Mercedes, que aún no lo había leído
(pues ella no suele leer manuscritos), le dijo a su marido: "Oye Gabo,
ahora lo único que falta es que esta novela sea mala".
También aprovecharon la oportunidad del viaje de su amigo
Alvaro Mutis, gerente para Latinoamérica de la 20th Century Fox, a Buenos Aires
para enviar el original y asegurarse que este llegara bien a la editorial,
porque no confiaban del todo en el correo.
A mediados de octubre de 1966, llevó Mutis la otra copia de
la novela a Porrúa, y cuando lo llamó y le dijo: "Te he traído el original
de Cien años de soledad", Porrua le contestó: "Calláte, que ya lo
recibí y es genial. ¿Te das cuenta de que esto es una obra maestra? Es un
clásico, una obra perfecta".
En su afán de hacer una presentación espectacular de Cien
años de soledad en Argentina Porrúa y Tomás Eloy Martínez, jefe de redacción
del semanario Primera Plana, idearon traer a García Márquez a Buenos Aires como
jurado del concurso de novela Primera Plana Sudamericana y hacerle antes un
reportaje exclusivo en la revista por lo cual la publicación mandó a México al
entrevistador, Ernesto Schóó.
El reportaje y la portada de Primera Plana se habían
proyectado para que estuvieran en la calle antes de mediados de junio de 1966,
cuando Cien años de soledad llevara una semana en las librerías, pero en ese
momento estalló la guerra de los Seis Días entre Israel y Egipto, y la cara de
turco de García Márquez fue sustituida a última hora por la cara de pirata del
sionista Moshe Dayan. El reportaje fue aplazado para la semana siguiente,
coincidiendo su publicación con la llegada del escritor a Buenos Aires, el 20
de junio.
Lo sorprendente es que el reportaje se había concebido como
el plato fuerte de la presentación de Cien años de soledad, pero cuando salió a
la calle, ya se había agotado en 15 días la primera edición. El éxito rotundo e
inmediato tomó de sorpresa a los editores que habían planteado una tirada
inicial de cinco mil ejemplares, pero al ver el entusiasmo generado elevaron
las segunda impresión a ocho mil.
Cuando García Márquez lo supo, les escribió muy preocupado,
diciéndoles que corrían el riesgo de quedarse con todos esos ejemplares, pero
ellos le contestaron que estaban seguros de venderlos entre junio y diciembre.
A los 15 días se estaba preparando ya la segunda edición (de 10 mil
ejemplares), con lo cual la editorial se quedó sin papel y sin cupos de
imprenta para satisfacer la demanda de toda América.
Durante los dos meses siguientes se hablaba de Cien años de
soledad por toda América Latina, pero no los lectores no podían comprarla,
porque no estaba en las librerías. Cuando en septiembre salió la tercera
edición, México pedía 20 mil ejemplares; Colombia quería 10 mil y los demás
países de cinco mil a tres mil. Tal fue la avidez por este libro que en los
ocho años siguientes llegó a dos millones de ejemplares vendidos.
PROBLEMAS CON LA PORTADA DE CIEN AÑOS DE SOLEDAD
Aunque la primera edición se había previsto antes del 30 de
mayo, la portada original no llegó a tiempo desde México, y en Sudamericana
tuvieron que improvisar otra para no retrasar más la salid del libro.
El pintor Vicente Rojo, coeditor de García Márquez y amigo
del colombiano, la había diseñado a petición de éste. Cuando se sumergió en la
novela para buscar los motivos de la portada, se quedó anonadado, porque no
podía guiarse por los temas, pues se perdía y decidió sobre un fondo blanco, en
paneles de bordes azules, motivos folklóricos en negro y en rojo naranja:
corazones sangrantes, cupidos, diablitos danzarines, lunas menguantes,
angelitos atónitos, estrellitas mustias, soles sonrientes, pescaditos
voladores, gorritos frigios, campanitas y arabescos y símbolos de la muerte.
Redondeando la concepción de su trabajo, Vicente Rojo dibujó
el nombre del autor y el título de la novela en esas letras que utilizaban en
las cajas de embalajes, y a última hora se le ocurrió poner la letra E de la
palabra "soledad" al revés, dándole un toque equívoco y travieso, que
daría pie a las teorías más disímiles de la crítica internacional, y hasta a
algunas anécdotas realmente jocosas, como la de aquel librero de Guayaquil que
le comunicó a la editorial Sudamericana que por favor no le enviaran más
ejemplares defectuosos, ya que él, para no disgustar a sus lectores, había
tenido que borrar y dibujar a mano la letra que estaba al revés en el nombre de
la novela.
La porta de Rojo llegó a ser tan popular como la novela, sin
embargo, la gloria de la edición original se la llevó la portada espuria que
tuvieron que improvisar en Sudamericana cuando constataron que la verdadera no
llegaba. Un diseñador anónimo colocó un barco encallado en plena selva, sobre
un fondo azul grisáceo, con tres exóticas flores anaranjadas abriéndose al pie
del galeón.
BUENOS AIRES Y EL FIN DE LA SOLEDAD
El 20 de junio de 1967 García Márquez y Eloy Martínez
llegaron a Buenos Aires, donde fueron recibidos por Porrúa y Eloy Martínez y
durante los primeros días nadie pareció percatarse de su presencia en
Argentina, a pesar de que la cara del autor de Cien años de soledad se multiplicaba
en todos los kioscos de prensa. Hasta que una mañana, mientras desayunaban en
un café de Santa Fé y Suipacha, apreciaron el primer síntoma de la fama: una
mujer, que salía con una bolsa de un mercado, dejaba ver un ejemplar de Cien
años…entre lechugas y los tomates.
En la noche García Márquez y su mujer asistieron al estreno
de una obra en el teatro del Instituto Di Tella. Según Tomás Eloy Martínez,
"Mercedes y él se adelantaron hacia la platea, desconcertados por tantas
pieles y plumas. La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un
reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse, cuando alguien gritó: ¡Bravo!
Una mujer hizo un coro: "Por su novela", dijo. Entonces la sala
entera se puso de pie y prorrumpió en aplausos.
Este cataclismo que cambiaría su vida de la noche a la
mañana y lo pondría a la cabeza de la novela latinoamericana sólo podía ocurrir
en una metrópoli cultural como Buenos Aires, que reunía entonces las
condiciones para popularizar de inmediato una novela como Cien años de soledad
sin la consagración previa de Nueva York, París o Roma.
José Miguel Ávila