Un libro escrito por Rafael Bielsa, narra la historia real de Edgard Valenzuela un guerrillero argentino al que los militares obligan a participar del secuestro de sus líderes. En el libro Tucho, que lleva por subtitulo Operación México o lo irrevocable de la
pasión, las páginas más siniestras de nuestro pasado vuelven como una
pesadilla.
Rafael Bielsa cuenta una historia real, la de Edgar Tucho
Valenzuela, un militante montonero de alto rango que fue secuestrado junto con
María, su mujer, que estaba embarazada, y su hijo Sebastián. Los hechos
ocurrieron una tarde del verano de 1978, en Mar del Plata. Tucho fue trasladado
a la Quinta Funes, en Rosario, donde se encontró con el genocida Galtieri,
cuando este último aún no había sido nombrado presidente de facto. Allí también
se cruzó con montoneros que colaboraban con los militares. Galtieri, lejos de
ordenar que lo torturen, como era el procedimiento, le propone que viaje a
México, marque a la cúpula montonera, que se encontraba en ese país, y ayude a
asesinar a sus integrantes. ¿Qué puede hacer Tucho? Si no cumple, matan a su
mujer, se apropian del hijo que secuestraron y del que está por nacer. ¿Cuál es
la opción? María, su esposa, le hace saber que si colabora con los militares la
pierde a ella para siempre.
Los hechos reales no
le impiden a Bielsa construir una novela. Lejos de amilanarse con el tema, lo
que reconstruye el autor es el clima de una época, la subjetividad de jóvenes
que sentían que podían cambiar el mundo
y que tenían como ejemplo al Che Guevara y a la revolución cubana. Bielsa no
los juzga, sino todo lo contrario: reconstruye la trama de un momento histórico
donde la política desaparece arrasada por la violencia de las armas. Lo que de
ninguna manera significa apoyar la teoría de los dos demonios, aberración
jurídica que sirvió para justificar leyes que legitimaron la impunidad durante
un prolongado período. El mérito mayor del texto de Bielsa, además de manejar
una prosa con matices y precisión, es el de situar al lector en una época en la
que se vivía con otros parámetros. Jóvenes que tomaban pastillas de cianuro
cuando caían en manos del enemigo, verdugos dispuestos a todo para obtener una
información, zonas liberadas para secuestros y crímenes y, mientras tanto, el
Mundial de Fútbol 78, “la fiesta de todos” y la campaña de Editorial Atlántida:
“Los argentinos somos derechos y humanos”.
En aquellos años
había también una idea del guerrillero heroico y de cierta fascinación por la
muerte. Sólo así se explican las directivas de la cúpula montonera cuando
ordenó la contraofensiva, llevada a cabo con fuerzas casi en extinción y en el
preciso momento en el que los genocidas dominaban el territorio y consumaban
una atroz carnicería.
Tucho denuncia el plan de Galtieri en México y salva a los
jefes máximos de la organización. Pero la rigidez de la conducción guerrillera,
para decirlo con cierta elegancia, es tan sólida que por esta acción Tucho es
degradado y enviado a la Argentina a una muerte segura. Definitivamente
abandonado a su suerte, el hombre que hizo lo que creyó mejor para la
organización en la que militaba, pierde a su mujer, asesinada por los
militares, y a sus hijos, de los cuales se apropian. ¿Se puede imaginar un
infierno peor?
Rafael Bielsa pone al
descubierto los hilos de un momento de la historia en el que la apuesta a fondo
de muchos jóvenes, guiados por el deseo de transformar el mundo, chocó no sólo
con los militares, sino también con un sector importante de la sociedad que les
dio la espalda. La historia de Tucho es también la de la caída de Montoneros,
que se militarizó en desmedro de la política. Y al hacerlo sus dirigentes se
convirtieron en una suerte de semidioses patéticos, imposibilitados de
comprender que el foquismo representaba la propia tumba. Casi mesiánicos, más
preocupados por sus uniformes militares que por la suerte que corrían los
jóvenes combatientes, los máximos jerarcas montoneros jugaban a los soldaditos
con seres de carne y hueso. Ellos estaban lejos de la Argentina y fabulaban con
una revolución que ya estaba derrotada.
Bielsa se limita a contar la historia de Tucho, pero lo que
no se cuenta tiene enorme fuerza dramática. El fuera de campo, para utilizar un
término cinematográfico, está presente en los lectores que saben lo que ocurrió
en la Argentina de la dictadura.
Tucho es un personaje trágico: no tiene salida. Si quiso
torcer el destino no supo cómo hacerlo para salir airoso. Quizá para él la
verdadera vida estuvo siempre ausente, porque lo que se ama con violencia
termina siempre por matarnos. Lo trágico es lo que no se piensa. No hay leyes
de lo trágico. Lamentablemente, el protagonista de esta historia está muerto. Y
lo que tenemos es un texto literario, ni más ni menos. Pero a través de las
páginas de este libro podemos imaginar que sintió Tucho después de perderlo
todo. Freud declara que el espanto surge cuando lo más familiar se superpone a
lo más desconocido, cuando la extrañeza se apropia del lugar previamente
ocupado por el concepto de familiaridad. Abandonado por la organización en la
que tanto creía, con su mujer asesinada y sin saber dónde estaban sus hijos, la
vida de Tucho seguramente se internó en ese espanto del que habla el creador
del psicoanálisis. Porque si bien es cierto que toda realidad requiere de
múltiples ojos y de variadas perspectivas para poder ser apreciada, debe haber
un momento, en vidas tan trágicas como la de Edgar Valenzuela, en el que el
propio cuerpo abandona la lucha. Pero no se trata de aquella que se libra con
las armas y que requiere de ímpetu y coraje. La contienda que se deja es la que
nos permite estar todos los días en el mundo de los vivos. Como dice Horacio en
Hamlet: “El resto es silencio”.
(Osvaldo Quiroga - Telam)