El escritor, conductor de radio humorista. No se mencionaron
nombres propios, partidos ni movimientos, pero la política fue uno de los ejes
de la entrevista pública con el escritor. Dolina también hizo reír y
reflexionar a sus fans con sus comentarios sobre el lenguaje, los miedos y las
etapas de su vida.
Por María Daniela
Yaccar
Se hizo desear Alejandro Dolina el sábado en la Feria del
Libro. Media hora demoró en salir al escenario de la sala José Hernández, la
más grande de la feria, donde el periodista Nino Ramella le hizo una entrevista.
El público había comenzado a enojarse, a quejarse en voz alta, a aplaudir
–“mamá, ¿por qué aplauden, si no hay nadie en el escenario?”, indagaba un niño
con la inocencia de quien desconoce ciertos códigos–. Es que, ese mismo día, la
gente iba rumbeando de charla en charla y tenía otros planes para más tarde.
Pero cuando el hombre de traje negro apareció, todos parecían haber olvidado la
demora. El se permitió bromear al respecto: “Disculpen las tardanzas. Vamos a
hacer rápido. Fue un gusto estar con ustedes esta tarde. Nos veremos en la
próxima Feria del Libro”.
Entonces, su presentación comenzó tarde pero
prometedoramente, con una humorada seguida de una carcajada generalizada. En el
escritorio que compartían Ramella y Dolina había dos ejemplares de Cartas
marcadas, su primera novela (Planeta), que el autor presentó en la Feria en
2012. En esta oportunidad no estaba dando a conocer material nuevo. Esto puede
ser una mala noticia para sus lectores, pero fue favorable para la entrevista
pública, que recorrió diversos temas. Algo quedó claro: Dolina seduce así hable
de capitalismo, lenguaje, política, los miedos, las etapas de la vida. Seduce
por muchos motivos, pero sobre todo porque le prueba al público que lo desea
–parafraseando a Roland Barthes, cuando habla del texto escrito–, aunque lo
haga esperar treinta minutos.
Seduce porque tiene esa manera de pensar que se corre del
lugar común, y que lo habilita a mirar el mundo desde el extrañamiento y decir
cosas como ésta: “Las empresas hoy se manejan con multiplicidad de gerentes que
cuidan su asiento. Entonces no aflojan. No hay un Churchill al frente del
supermercado Vea, entonces cada siete días nuestra voracidad aumenta”,
respondió a Ramella, cuando el entrevistador le preguntó por qué algunos
hombres conservadores, como el político y estadista británico, terminaron
sirviendo a causas progresistas. “El sentido común es de derecha, no de
izquierda”, dijo, y lo aplaudieron. “Hay elementos conservadores y progresistas
en la historia: los progresistas son los trabajadores.”
No se mencionaron nombres propios, agrupaciones, partidos ni
movimientos, pero la política fue uno de los ejes de la conversación. A un año
de las elecciones presidenciales, el escritor y músico sostuvo que “no hay
debate en la Argentina”: “Si usted considera al debate como una sucesión de
razonamientos, de tesis, antítesis y síntesis –apuntó, inspirándose seguramente
en Hegel–, el cumplimiento de rigores en los procedimientos para demostrar
algo, no hay debate en la Argentina. Sin embargo, tiene buena prensa. A cada
rato escuchamos gente que dice que es muy bueno que haya confrontación de
ideas. Tanto es así que hay gente que dice que va a decidir su voto después de
oír un debate. Es absurdo”. También opinó sobre la “derechización de la opinión
pública”. Ramella le preguntó si eso está sucediendo efectivamente o no. “Hay
épocas en que las ideas un poquito racistas, xenófobas, homofóbicas, violentas
y autoritarias permanecen remitidas a su mínima expresión, por circunstancias
históricas. Pero en otras épocas aparece un tipo o un medio con esas ideas.
Entonces la vieja de enfrente de mi casa dice que no le gustan los morochos,
los extranjeros y los progresistas. Y encuentra que la vieja de al lado dice lo
mismo. Así organizan un cacerolazo”, reflexionó, aplaudido, de nuevo. Y se
refirió al fenómeno de los linchamientos y a lo que es peor: su justificación,
a la idea de que se producen por el “hartazgo” colectivo.
El diálogo se desarrolló para una platea de entre 700 y 800
personas. A mitad de la charla, el público seguía ingresando a la sala. Los
acomodaba Marcela, una simpatiquísima mujer de seguridad que aseguraba que
quería casarse con Dolina y que, en los papelitos que los presentes entregaban
con preguntas para el escritor, confesaba su amor y pretendía tentarlo diciendo
que sabía cocinar.
“En el debate (político) las malas palabras sirven para
evitar el pensamiento”, subrayó Dolina. Y recordó a Fontanarrosa y su célebre
reflexión sobre la palabra “mierda” en el III Congreso Internacional de la
Lengua Española. Contó que en ese momento disintió con la perspectiva del
rosarino. “Si legalizamos las malas palabras anulamos su eficacia. Para mí es
indispensable que molesten a las viejas y que se prohíban en los colegios. Me
gustan tanto que me parecería un pecado que cayeran en manos de quienes no
saben usarlas.” Ramella agregó que, cierta vez, Borges le comentó que la
palabra “horizontal” fue una mala palabra. “Un idioma sin malas palabras es un
idioma pobre”, remató Dolina, y bromeó con la palabra “horizontal”, claro.
El tramo más autorreferencial de la entrevista estuvo al
principio. El año pasado, Cartas marcadas resultó ganadora del Premio del
Lector en la feria: más de 10 mil personas votaron a través de Internet por su
libro favorito y el de Dolina fue elegido entre veinte títulos de ficción de
autores argentinos editados en 2012. Aprovechó este espacio, Dolina, para
elevar una queja: “No recibí el premio. No me lo dieron nunca. Sería deseable
que los premios que reciben los escritores tuvieran el poder de mejorar la vida
del premiado: que den plata, becas”. Contó que el Senado de la Nación también
lo premió, que le dieron un diploma. Pero que, en este caso, ni siquiera
recibió eso. “Esto es así: ‘Se lo decimos pero medio para que sepa que no se lo
estamos dando’: Es parecido a la peor forma del desamor, que no es una ausencia
total de comunicación, sino que es aparecerse ante el que te ama, mostrarse y
decirle: ‘jamás me tendrás’.” Risas. Y respecto de su novela, imaginó al lector
al que le interesa llegar: “El lector con el que sueño es el que no está seguro
de nada”. En otro momento, al conversar sobre la relación entre las historias y
las biografías de los que las escriben, Ramella le mencionó a Flaubert –quien
dijo que Madame Bovary era él mismo–, y Dolina sostuvo: “Siempre podemos
demostrar que estamos contando nuestra historia. Yo me di cuenta de que,
efectivamente, yo era Madame Bovary”.
(Fuente: Página 12- lunes
12-05-2014)