El jueves 22 del corriente mes estará Ricardo Forster en la
ciudad de Santa Fe para participar de distintas actividades, entre ellas dar
una conferencia sobre el tema “La historia en espejo: Argentina y América
Latina en su encrucijada”. La misma se realizará a las 18:00, en el salón de
ATE Casa España, Rivadavia 2871.
Ricardo Forster es integrane del colectivo Carta Abierta y
públicamente se ha manifestado su adhesión al proyecto político nacional y
popular. En sus antecedentes académicos, es doctor en Filosofía, profesor e
investigador en Historia de las Ideas en la Universidad de Buenos Aires.
Distinguished Professor de las “Juan R. Jiménez, lectures and seminars” de la
Universidad de Maryland y miembro del Consejo Editor de la revista Pensamiento
de los Confines , ha sido profesor invitado en universidades de Estados Unidos,
España, México, Israel, Brasil, República Checa, Alemania, Uruguay y Chile. Es
autor de numerosos libros: Walter Benjamin y el problema del mal (2001),
Crítica y sospecha (2003), Mesianismo, nihilismo y redención (2005), Notas
sobre la barbarie y la esperanza (2006), El laberinto de las voces argentinas
(2008), Los hermeneutas de la noche (2009), Walter Benjamin. Una introducción
(2009), La anomalía argentina (2010) y La muerte del héroe (Ariel, 2011).
Condujo el programa de televisión Grandes pensadores del siglo XX por Canal
Encuentro (2009-2010) y La letra inesperada, por la TV Pública (2013).
A continuación
publicamos fragmentos de un artículo que con fecha 7 de marzo fuera publicado
por la agencia de noticias Infonews
GENEALOGÍA DEL PROGRESISMO
El miedo, ya ha sido destacado por Baruch Spinoza, no
conduce a la afirmación de una política de la autonomía y la fraternidad; por
el contrario, abre las puertas para la ampliación de los mecanismos de control
y de coerción y endurece los reclamos de seguridad de aquellos mismos sectores
que, en otros tiempos, se veían a sí mismos como asociados a las retóricas del
cambio social y hasta a las gramáticas de la revolución (algo del espíritu
jacobino e ilustrado emanado de la Revolución Francesa siguió alimentando los
deseos imaginarios de ese “pueblo” todavía no escindido que, en el derrotero
posterior del capitalismo y hasta alcanzar nuestros días, acabó por generar un
abismo entre los viejos integrantes de ese contingente que en parte encalló en
las barricadas derrotadas de 1848 y que serían el fondo escénico tanto del
espectro del comunismo como de su alter ego progresista sin dejar de mencionar,
aunque sea a la pasada, a todos aquellos que fueron a desembocar en las
alternativas fascista y nacionalsocialista como respuesta radical y homicida al
nuevo espectro aterrorizador; muchos de los que pertenecían a los sectores
medios formaron el alma del progresismo que ha ido teniendo diversas
metamorfosis de acuerdo a los cambios producidos en la dinámica de la
sociedad). El siglo XX vería encuentros y desencuentros, añoranzas por el
idilio quebrado y sospechas nunca saldadas.
Hablo de las clases medias que entran en pánico al ver de
qué modo sus condiciones de vida están amenazadas doblemente: por un sistema
económico escandalosamente arbitrario y desigual que ha roto todas las certezas
y estabilidades propias de otra época del capitalismo; y por la multiplicación
de fenómenos de violencia social que vuelven cada vez más inseguras e
infernales a las grandes metrópolis en medio de una radical desagregación de
las antiguas pertenencias sociales e identitarias. Un miedo que, paradoja del
presente, desvía su mirada hacia esos territorios del margen habitados por los
enemigos agazapados; unos enemigos que ya no son vistos como portadores de un
nombre secreto, como artesanos de una conjura, sino que son percibidos como
exponentes de una venganza ancestral y primitiva que desborda todos los cauces
sin otra intención que infligir dolor sobre los cuerpos de los usurpadores, de
esos que poseen los bienes de los que aquellos carecen completamente. Una
cuestión de rapiña, de regreso al bandidismo y al salteador de caminos
desprovistos, nuevamente y después de siglos, de toda seguridad.
Para el imaginario de las clases medias acomodadas lo que
avanza amenazadoramente no es la revuelta ni la insurrección, no es una
política de la expropiación y de la justicia, lo que progresa en el nervio
urbano es la anomia, el derroche de energías destructivas que, a diferencia del
gesto bakuninista, no conduce a ninguna alborada de la historia. Miedo,
entonces, a la caída y a la muerte violenta, a la revancha de los marginados y
al exceso que se devora a los propios hijos. Tal vez, por qué no, ese miedo no
sea a lo incomprensible de una desbandada anárquica, al pobre que amenaza no
con la igualdad sino con el revólver que apunta en el interior de la casa con
afán de llevarse algo de lo que el otro posee; tal vez sepa sin saberlo lo que
desde siempre sabe: que el espectro permanece allí, visible en su
invisibilidad, activo en su inactividad, susurrando silenciosamente las
palabras de la conjura revolucionaria. Quizá lo que sepan desde siempre, lo que
sigue produciendo miedo (como aquel otro del siglo XIX del que hablaba
Friedrich Herr, el de los poderosos, el de la Santa Alianza que también tuvo a
un Papa como referente y a una Rusia como bastión de la contrarrevolución) sea
ese fantasma.
Que la revolución haya quedado a nuestras espaldas, que se
haya convertido en un espectro (en un punto tal vez siempre lo fue), que
utilicemos el verbo en pretérito para nombrarla, que sea apenas un recuerdo o
una escena desvanecida, no significa, o, quizás, por eso precisamente significa
que se ha vuelto pasado de un presente que, a su vez, se ha vuelto presente de
un pasado, es decir que su presencia permanece en su aparente ausencia, en su
total negación. Es la sombra de una amenaza, el envés de la evidencia que
parece susurrar los sonidos de lo todavía no realizado. Impulso del pasado en
el presente que, en su convocatoria, ejerce una nueva potestad sobre lo
acontecido transfigurando o desquiciando la propia esfera del tiempo. La
revolución, cosa antigua y anacrónica, insiste en su ausencia señalando las
carencias esenciales de nuestra época, de un orden civilizatorio en estado de
injusticia. Para Marx, dice Derrida, es lo por venir, es la promesa del futuro
en el presente, lo que aún está por conjurar la historia a su favor; para
nosotros es, por el contrario, algo del orden de un regreso imposible que sin
embargo deja sus huellas en el presente; huellas del ayer en el hoy o huellas
que, en y desde el hoy, se internan en el ayer como quien busca sus espectros,
sus duelos no concluidos, sus apuestas sin coronar y sus derrotas iluminadoras.
Ricardo Forster