En los años 50 las aventuras de los grandes héroes podían
escucharse por radio o leerse en la revistas de historietas, la TV era una
quimera que sucedía muy lejos de nuestras costas.
Escribe Vicente Battista
Si bien es cierto que
la primera transmisión en la Argentina se registró el 17 de octubre de 1951, se
conmemoraba el Día de la Lealtad y Evita saludaba a los manifestantes en lo que
sería una de sus últimas imágenes públicas, tener un aparato de televisión era
monopolio de una selecta minoría. Por consiguiente, las historietas, que
algunos prefieren llamar “comics”, marcaron la infancia y primera juventud de
aquellos que entonces éramos privilegiados por el simple hecho de ser niños.
Ha pasado más de medio siglo, pero aún recuerdo la alegría
de tener “Misterix” y “El Tony” en mis manos. También fui devoto de “Puño
Fuerte” y de “Rayo Rojo”, que por su forma rectangular —18 cm de largo por 8 cm
de ancho— se había convertido en el primer pocketmagazine de la historia. Todos
los diciembres aparecía el “Anuario de la historieta”, aquello era una fiesta,
las aventuras comenzaban y terminaban en esa misma entrega, no sufríamos la
angustia del “continuará” y podíamos encontrarnos con nuestros principales
héroes. Acerca de dos de ellos, un agente que no llegó a ser tan secreto y un
fantasma que poco tenía de espectro, quiero hablar ahora.
A finales de 1933, Joseph Connolly, director de King
Features Syndicate, convocó a Dashiell Hammett para que concibiera a un
investigador privado con el rigor y la astucia de Sam Spade; un joven
dibujante, Alex Raymond, le daría forma a esa criatura. El propósito, nada
secreto, de Joseph Connolly era opacar la bien ganada fama del inefable Dick
Tracy, que diariamente aparecía en las páginas del “Chicago Tribune”. Hammett aceptó el desafío y el 22 de enero de
1934 King Features Syndicate distribuyó el primer episodio del Agente Secreto
X-9. “The Top” se llamó ese capítulo y fue el único escrito por Hammett, en abril
de 1935 abandonó definitivamente al personaje que había creado, gesto que no
impidió que el FBI lo detuviese bajo sospecha de difundir secretos de Estado.
Ricardo Olivera y Lorenzo Días en una nota publicada en “Diario 16” dicen que
le exigieron “que descubriese su fuente de información. Por supuesto, Hammett
no sabía nada, se había limitado a demostrar que la realidad siempre supera a
la ficción”, una lógica difícil de entender para los verdaderos agentes
secretos del FBI.
El Fantasma nació en 1936 gracias a Mandrake. El mago,
creado por Lee Falk, que desde hacía dos años andaba por el mundo en traje de
ceremonia, galera y bastón, había ganado la inmediata simpatía del público. La
King Features Syndicate le pidió a Falk que pensara en otro personaje de
parecido calibre. En esta ocasión, Falk dejó magias de lado y se remontó a un
aciago día del año 1536, cuando una nave pirata abordó a un barco mercante
inglés que navegaba frente a las costas de Bengala. Los piratas pasaron a
degüello a la tripulación y arrojaron al mar a Kit Warsen, el pequeño hijo del
capitán; el chico pudo llegar sano y salvo a las costas de la Selva Profunda.
Pareciera ser que los héroes de historieta están condenados
a ser huérfanos. A los padres del Fantasma lo mataron los piratas Sing, a los
de Batman, que iba a aparecer tres años después, una pandilla de asaltantes.
Ambos chicos fueron testigos de las muertes de sus padres, a uno lo criarían
los pigmeos de la Selva Profunda; al otro, Alfred Pennyworth, el mayordomo de
la familia Wayne. Kit Warsen juró dedicar su vida “a la destrucción de la
piratería, la crueldad y la injusticia, me seguirán mis hijos y los hijos de
mis hijos", y a partir de ese compromiso, comenzó a ser el Fantasma. Bruce
Wayne juró que “por los espíritus de mis padres, prometo que vengaré su muerte,
combatiendo el delito, por el resto de mi vida”, y luego de esa promesa comenzó
a ser Batman. Nótese que ambos juramentos son parecidos, pero mientras Batman
asegura que combatirá el delito hasta su muerte, el Fantasma sostiene que sus
descendientes mantendrán viva esa obligación: cuando un Fantasma muere, su hijo
hereda el traje y la máscara, de ese modo perpetua la idea de que es el mismo
hombre a través de los siglos y crea la leyenda, entre piratas y nativos, de que
se trata de un único Fantasma vengador que nunca muere. Batman recurre a la
máscara para ocultar su verdadera identidad, el Fantasma, por el contrario,
recurre al antifaz para ocultar que es un simple mortal, secreto que sólo
conoce su esposa, el hijo que lo sucederá y los lectores, de uno y otro
continente.
Los héroes de historieta están condenados a tener siempre la
misma edad: la de sus aventuras. Si nos ajustásemos a los datos reales, Batman
hoy sería un hombre de 80 años; sin embargo, lo vemos ágil y rozagante como en
sus primeras hazañas: no lo perturba una sola arruga, tampoco la sombra de
incómodas canas. Tal vez a Superman se le pueda aceptar esa ventaja: es vecino
de otro planeta y ha demostrado poderes sobrehumanos. Batman no tiene excusas, y
sin embargo consentimos que sea tan inmortal como Superman; actualmente, el
Caballero de la Noche y el Hombre de Acero continúan con sus aventuras, no se
puede decir lo mismo del Fantasma, se lo intentó rescatar en una película, pero
no sirvió de nada, casi nadie habla de él, acaso porque ese espectro que camina
por la Selva Profunda nace y muere como el resto de los seres humanos. Tal vez
el error de Lee Falk fue ofrecer una razón lógica para explicar la falsa
inmortalidad del Fantasma. Razón y lógica son categorías ajenas a la
historieta, de ahí que desde la pura lógica el Agente Secreto X-9 no haya
logrado apagar a Dick Tracy y desde la absoluta razón, el Fantasma no pudo
borrar ni a Batman ni a Superman.