Para Marta Riskin, sobre la voz monocorde de los medios hoy
el sentido común se ha reciclado como ideología universal e instala al miedo y
la soledad como respuestas; frente a ello la réplica debe ser la construcción
colectiva del sentido.
Por Marta Riskin*
“Pues así es –respondió Sancho– ... no hay sino obedecer y
bajar la cabeza atendiendo al refrán...” Don Quijote de la Mancha, 2ª parte
Según el imaginario escolar de la cultura global, la
historia del mundo podría dibujarse como una línea ascendente en perpetuo
progreso, con alguna que otra cresta excepcional y hechos clasificados entre
dos polos de celosa extremadura: radiantes tiempos de gloria y épocas infames,
gracias a héroes sin tacha o culpa exclusiva de líderes perversos.
En ausencia del Pueblo, el gran relato digiere los
acontecimientos sociales y políticos como ajenos o alejados al interés popular
y, mediante técnicas e imágenes semejantes en todos los idiomas, construye,
incansablemente, sentido común.
El paradigma más tradicional de ser y estar en el mundo ya
no pertenece a cada cultura sino a la “Gente”, pero continúa ignorando el poder
de las gestas colectivas, administrando la resolución de muchos problemas
personales o comunitarios y ajustando las percepciones a una presunta única
realidad.
Sobre la voz monocorde de los medios, el sentido común se ha
reciclado como ideología universal e instala hoy al miedo y la soledad como
respuestas.
El estímulo de violencias públicas y privadas es oscuro y
penoso. Se trata de exaltar los beneficios de lucrar y burlarse de las
debilidades del prójimo y, al mismo tiempo, de desligarse de delitos y
discriminaciones inducidas, considerándolos enfermedades inexplicables.
Requiere gran esfuerzo que el sexto sentido conserve
resonancias de eternidad. Debe adjudicarse al trabajo intelectual desde la
creación de conflictos y conspiraciones al asesinato de inocentes ilusiones y,
al mismo tiempo, reconvertir tradiciones ancestrales en productos de consumo.
Sin embargo, ya no es posible ocultar que su prestigio se
sostiene sobre el desconocimiento humano de las fuentes de su diseño.
EL SENTIDO COMÚN JAMÁS FUE NEUTRAL
A través de la historia, las ciencias sociales siempre
reconocieron la funcionalidad del sentido común para perpetuar las relaciones
de poder y las instituciones que las reproducen. Desde los inicios del siglo
XIX, y con los medios masivos de comunicación acompañando las luchas por el
control global de los mercados, se incrementaron sus aplicaciones.
Aprovechando los viejos mecanismos silenciosos ya instalados
en individuos y comunidades fueron reforzados los libretos –psicológicos,
filosóficos, etc.– que mantenían a cada quien en el rol preasignado y
ratificaban las sanciones a quien cuestionaba el guión.
Recién empezaría a perder cierta autoridad con el
señalamiento de contradicciones en refranes, textos literarios o de frases
hechas que se reducían al ritmo y sonoridad de las palabras.
Sin embargo, apreciar la intencionalidad e intereses en
juego, a través de frases como “el que las hace, las paga”, continuaría siendo
arduo.
Aunque el descubrimiento de vínculos sutiles entre el poder
real y el simbólico exige oficio y tiempo para observar y reflexionar al
respecto, la mayor dificultad para evaluarlos es el involucramiento emocional
del observador.
Por caso, economistas y políticos no suelen relacionar el
valor de ahorro que el mercado otorga a una moneda de papel con los atributos
de un George Washington o los significados culturales de la capacidad de
cotizar hasta en los antípodas del planeta.
LA TORMENTA DE ARENA PASA, LAS ESTRELLAS PERDURAN (proverbio
africano)
A pesar de sus legendarias contradicciones y dudosa
asertividad, el sentido común aún mantiene la adhesión de sus seguidores.
Registrarlo como ideología y fenómeno cultural no sólo
permite identificar a los manipuladores de emociones, sino distinguir entre
líderes y jefes de rebaños o entre quienes menosprecian la justicia y sus
víctimas y rehenes. Muy especialmente, ayuda a repensar su vigencia como
autoridad externa y abstracta para buena parte de la humanidad y recuerda
algunas de sus múltiples funciones.
En apretada y antipática síntesis para el orgullo humano, el
más común de los sentidos apacigua la mamífera aversión a la incertidumbre y al
cambio, legitima la inserción individual en la manada y provee otros ventajosos
consensos y acuerdos sociales.
Comprender sus orígenes fortalecería a quienes trabajan en
la construcción de un nuevo sentido común, más amable, pacífico y solidario y
estimulará a otros, a aprendizajes, crecimientos y elecciones más felices.
A medida que crece la conciencia popular, la batalla
cultural es inevitable.
La experiencia histórica demuestra que si el sentido común
es una construcción colectiva se convierte en responsabilidad y, tarde o
temprano, cumple con las mejores esperanzas.
Una tierra fija e inmóvil fue consigna del sentido común.
“Eppur si muove.”
* Antropóloga UNR. –
Fuente: Página 12