En los últimos días, la moda de las autofotos de políticos
cobró una magnitud excepcional. En algunos casos, con un claro mensaje
electoral, en otros, no tanto. El periodista Sebastián Abrevaya consultó a
especialistas en comunicación política para analizar el fenómeno.
Por Sebastian Abrevaya
La moda de las autofotos, más conocidas como selfies,
comenzó a arrimarse al terreno de la política en sintonía con el uso cada vez
más desarrollado de las redes sociales. Pero esta práctica habitual entre
jóvenes y adolescentes, popularizada y masificada a partir de casos puntuales
como la foto de Ellen DeGeneres en la entrega de los premios Oscar, tomó en los
últimos días un protagonismo excepcional en la política doméstica con las
imágenes de Mauricio Macri junto a Facundo Moyano y de Sergio Massa con
Cristian Ritondo y Diego Kravetz, en donde además de la selfie había también un
claro mensaje político tanto hacia adentro como hacia afuera de sus propios
espacios. “Una selfie es la inmediatez misma. Es el hoy con un olor a electoralización
e inmanencia muy fuerte. Y ésta aparece cuando se favorece de modo muy
exagerado la transmisión de una espuria idea por la facilidad con la cual la
publicidad política provee soluciones, o cuando se evidencia la sustitución del
liderazgo político por métodos abrumadores de marketing”, asegura Mario Riorda,
consultor en estrategia y comunicación política y ex decano de la Facultad de
Ciencia Política de la Universidad Católica de Córdoba.
Como fenómeno relativamente reciente y en constante transformación,
el uso de las redes sociales por parte de los políticos fue mutando de una
presencia más formal, institucional, en la que sólo se transmitían actividades
o gacetillas de prensa, a un uso más desestructurado, informal y vinculado con
situaciones de la vida cotidiana. “Las redes, en general, te dejan expresar lo
que vos sentís, lo que vos creés, y hacerlo con libertad, y fundamentalmente,
conectarte con lo que pasa en el mundo también, conectarte desde la familia,
desde lo personal, desde lo cotidiano, y yo creo que esto vale mucho,
muchísimo.” La reflexión, en este caso, no pertenece a un analista de nuevas
tecnologías, sino al muro de Face- book de la presidenta Cristina Fernández.
Página/12 consultó a especialistas en comunicación política para analizar un
fenómeno que tiene una presencia cada vez más fuerte.
El sociólogo y director del área de Comunicación y Cultura
de Flacso, Luis Alberto Quevedo, diferencia tres tipos de fotos políticas: la
foto publicitaria, aquella que se elabora para un cartel o un afiche y que está
administrada por el político; la foto periodística, una foto inesperada y
manejada por el periodista; y la foto producida, en la que hay una negociación
entre el político y el periodista. “Las tres comunican, tienen sus efectos políticos
y sus objetivos”, señala Quevedo en diálogo con este diario. En ese esquema, la
selfie surge para Quevedo como una técnica producto de una práctica social que
no parece “cambiar la historia entre política e imágenes”. Por el momento, no
apunta a constituirse como un “lenguaje de comunicación nuevo en sí” ya que,
entre otras cosas y según la mayoría de las imágenes conocidas por el momento,
no se trata de una muestra de intimidad como puede ser el caso de celebrities o
incluso del usuario “común” de las redes sociales. La mayoría de las selfies
políticas son “elegidas y seleccionadas por el político, tanto en su producción
como en su circulación”.
“No se ha mostrado la eficacia política de estas fotos o que
sea un lenguaje de comunicación nuevo. No creo que un votante que mira una
autofoto cambie su relación con el político a partir de ella. Lo puede ver
ridículo o simpático, pero no por el hecho de que la foto se la saque él”,
concluye Quevedo, circunscribiendo el fenómeno al “de una novedad técnica y no
política”.
Desde otra arista, Riorda aclara que desde que existen
medios masivos hay una “ritualización cambiante” para adaptar la comunicación
bajo parámetros estratégicos que muchas veces están “dispuestos a satisfacer
los estándares de los propios medios de comunicación, aun –en muchas
circunstancias– con consecuencias desafortunadas para la política”. En sintonía
con Quevedo, el especialista cordobés señala que es muy difícil discernir qué
tipo de efectos genera la comunicación política y en el caso de las selfies
sucede lo mismo. Con una mirada crítica sobre los usos “inescrupulosos” de los
postulados de “sorpresa, acción y éxito”, de los que no puede rehuir la
comunicación política, Riorda sostiene que el acercamiento a la opinión pública
no puede hacerse “de modo exclusivo vía acciones de seudoacontecimientos o
priorizando exclusivamente los plazos cortos de la comunicación, porque
contribuye a aumentar la ‘mala fama’ de la comunicación política”.
Según Riorda, las selfies por sí mismas “no tienen mucho
sentido” si no se expanden convergentemente hacia otros medios masivos. “Que
los famosos la hagan como práctica no significa que los famosos tengan
expectativa de las respuestas públicas que tiene un político. Y no toda selfie
en política tiene efecto viral. Las que más eco han tenido son las llamadas
usies (derivado de “nosotros”, us en inglés) que son las selfies grupales, vale
decir, aquellas fotos grupales que saca uno de los integrantes de la propia
foto”, detalla.
El consultor explica que este fenómeno se da en un contexto
donde los tuits con imagen se viralizan un 60 por ciento más y existe la
necesidad por parte de candidatos o políticos de “descontracturar su imagen
para achicar la brecha/grieta de la representación” y los nuevos votantes viven
paralelamente en las redes. Es por eso, advierte Riorda, que esta práctica se
hace cada día más fuerte, “aun con los enormes riesgos de generación de
perfiles frívolos, ególatras, vanidosos o, lo que es peor, de exponerse al
ridículo”.
Como advertencia final, el ex decano de la Facultad de
Ciencia Política de la Universidad Católica de Córdoba sostiene que “cada vez
que la política se vio colonizada por parte del sistema de medios (todos los
’90 fueron un claro ejemplo), las consecuencias para la política no fueron
buenas”. Cuando la política cae en la liviandad de argumentos y cede en la
agenda por un cambio de estilo “se transforma en politainment”. “Cuando eso
pasa los beneficiarios son los medios, no la política”, concluye.
“La selfie es la maduración, paradójicamente porque en algún
punto es una práctica infantil, del uso de los medios sociales. Expresan lo que
uno tiene ganas expresar y no solamente en términos políticos”, afirma el
especialista en comunicación digital Pablo Capurro, que como Quevedo advierte
que muchos políticos no hacen un uso “genuino” del recurso, es decir que no se
trata de una foto espontánea, sino pensada y diseñada por el político. Pero a
diferencia de la caracterización como una mera técnica, Capurro sostiene que
esta herramienta puede ser tomada también como un contenido en sí mismo. “Una
selfie es una técnica que también es un mensaje, que está de moda en Internet,
y que como un formato más que se pone de moda, el político que quiere hablar el
código de Internet, el del diálogo digital, hace esa búsqueda. Pero no es algo
nuevo, no es un fenómeno que nació con Twitter y Facebook”, sostiene Capurro.
Algunas diseñadas con precisión quirúrgica, otras
espontáneas, las selfies pasaron ya a integrar de la larga lista de
herramientas que la clase política local incorporó como propias y cuyo futuro
es, como el de cada uno de sus dirigentes, incierto.
(Fuente: Página 12)