“El día en que un 25 de Mayo de 1810 la República Argentina
nacía libre!... nublado, lluvioso y frío, ventoso día de otoño”. Es el texto
que repetimos en las escuelas. Pero no todo era tan así. Reproducimos un inolvidable texto del escritor Osvaldo Soriano que cuestiona la historia tantas veces contada.
El 24 de mayo por la noche, el coronel Saavedra y el doctor
Castelli atraviesan la Plaza de la Victoria bajo la lluvia, cubiertos con capotes
militares. Van a jugarse el destino de medio continente después de tres siglos
de dominación española.
Uno quiere la independencia, el otro la revolución, pero
ninguna de las dos palabras será pronunciada esa noche. Luego de seis días de
negociación van a exigir la renuncia del español Cisneros. Hasta entonces
Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de Patricios, ha sido cauto: "Dejen
que las brevas maduren y luego las comeremos", aconsejaba a los más
exaltados jacobinos.
Desde el 18, Belgrano y Castelli, que son primos y a veces
aman a las mismas mujeres, exigen la salida del virrey, pero no hay caso:
Cisneros se inclina, cuanto más, a presidir una junta en la que haya
representantes del rey Fernando Vll; preso de Napoleón;, y algunos americanos
que acepten perpetuar el orden colonial. Los orilleros andan armados y Domingo
French, teniente coronel del estrepitoso regimiento de la Estrella, está por
sublevarse. Saavedra, luego de mil cabildeos, se pliega: "Señores, ahora
digo que no sólo es tiempo, sino que no se debe perder ni una hora", les
dice a los jacobinos reunidos en casa de Rodríguez Peña. De allí en más los
acontecimientos se precipitan y el destino se juega bajo una llovizna en la que
no hubo paraguas ni amables ciudadanos que repartieran escarapelas.
El orden de los hechos es confuso y contradictorio según a
qué memorialista se consulte. Todos, por supuesto ;salvo el pudoroso Belgrano;,
intentan jugar el mejor papel. Lo cierto es que el 24 todo Buenos Aires asedia
el Cabildo donde están los regidores y el obispo. "Un inmenso
pueblo", recuerda Saavedra en sus memorias, y deben haber sido más de
cuatro mil almas si se tiene en cuenta que más tarde, para el golpe del 5 y 6
de abril de 1811, el mismo Saavedra calcula que sus amigos han reunido esa
cifra en la Plaza y sólo la califica de "crecido pueblo".
La gente anda con el cuchillo al cinto, cargando trabucos,
mientras Domingo French y Antonio Beruti aumentan la presión con campanas y
trompetas que llaman a los vecinos de las orillas. Esa noche nadie duerme y
cuando los dos hombres llegan al Cabildo, empapados, los regidores y el obispo
los reciben con aires de desdén. Enseguida hay un altercado entre Castelli y el
cura. "A mí no me han llamado a este lugar para sostener disputas sino
para que oiga y manifieste libremente mi opinión y lo he hecho en los términos
que se ha oído", dice monseñor, que se opone a la formación de una junta
americana mientras quede un solo español en Buenos Aires. A Castelli se le sube
la sangre a la cabeza y se insolenta: "Tómelo como quiera", se dice
que le contesta. Cuatro días antes ha ido con el coronel Martín Rodríguez a
entrevistarse con Cisneros que era sordo como una tapia. " ¡ No sea
atrevido ! " le dice Cisneros al verlo gritar, y Castelli responde orondo:
"¡Y usted no se caliente que la cosa ya no tiene remedio!"
Al ver que Castelli llega con las armas de Saavedra, los
burócratas del Cabildo comprenden que deben destituir a Cisneros, pero dudan de
su propio poder. Juan José Paso y el licenciado Manuel Belgrano esperan afuera,
recorriendo pasillos, escuchando las campanadas y los gritos de la gente.
Saavedra sale y les pide paciencia. El coronel es alto, flaco, parco y medido.
El rubio Belgrano, como su primo, es amable pero se exalta con facilidad. Paso
es hombre de callar pero luego tendrá un gesto de valentía. Entrada la noche,
cuando French y Beruti han agitado toda la aldea y repartido algunos sablazos a
los disconformes, Belgrano y Saavedra abren las puertas de la sala capitular
para que entren los gritos de la multitud.
No hay más nada que decir: Cisneros se va o lo cuelgan.
¿Pero quién se lo dice? De nuevo Castelli y el coronel cruzan la Plaza y van a
la fortaleza a persuadir al virrey. Hay un último intento del español por
formar una junta que lo incluya, pero Castelli, que tiene 43 años y está
enfermo de cáncer, se opone. Los "duros" juegan a todo o nada.
Cisneros trata de ganarse al vanidoso Saavedra, pero el coronel ya acaricia la
gloria de una fecha inolvidable. Quizá piensa en George Washington mientras
Castelli se imagina en la comuna francesa. Su Robespierre es un joven llamado
Mariano Moreno, que espera el desenlace en lo de Nicolás Peña.
Entre tanto French, que teme una provocación, impide el paso
a la gente sospechosa de simpatías realistas. Sus oficiales controlan los
accesos a la Plaza y a veces quieren mandar más que los de Saavedra. Por el
momento la discordia es sólo antipatía y los caballos se topan exaltados o
provocadores. Al amanecer, Beruti, por orden de French, derriba la puerta de
una tienda de la recova y se lleva el paño para hacer cintas que distingan a
los leales de los otros. Alguien toma nota y nace la leyenda de la escarapela
en el pecho.
Al amanecer, para guardar las formas, el Cabildo considera
la renuncia de Cisneros, pero la nueva Junta de gobierno ya está formada.
Escribe el catalán Domingo Matheu: "Saavedra y Azcuénaga son la reserva
reflexiva de las ideas y las instituciones que se habían formado para marchar
con pulso en las transformaciones de la autognosia (sic) popular; Belgrano,
Castelli y Paso eran monarquistas, pero querían otro gobierno que el español;
Larrea no dejaba de ser comerciante y difería en que no se desprendía en todo
evento de su origen (español); demócratas: Alberti, Matheu y Moreno.
Los de labor incesante y práctica eran Castelli y Matheu,
aquél impulsando y marchando a todas partes y el último preparando y acopiando
a toda costa vituallas y elementos bélicos para las empresas por tierra y agua.
Alberti era el consejo sereno y abnegado y Moreno el verbo irritante de la
escuela, sin contemplación a cosas viejas ni consideración a máscaras de
hierro; de aquí arranca la antipatía originaria en la marcha de la Junta entre
Saavedra y él." Matheu exagera su importancia. Todos esos hombres han sido
carlotistas y, salvo Saavedra, son amigos o defensores de los ingleses que en
el momento aparecen a sus ojos como aliados contra España.
EL DELIRIO Y LA COMPASIÓN
La mañana del 25, cuando muchos se han ido a dormir y otros
llegan a ver "de qué se trata", el abogado Juan José Castelli sale al
balcón del Cabildo y, con el énfasis de un Saint Just, anuncia la hora de la
libertad. La historiografía oficial no le hará un buen lugar en el rincón de
los recuerdos. El discurso de Castelli es el de alguien que arroja los dados de
la Historia.
Aquellas jornadas debían ser un simple golpe de mano, pero
la fuerza de esos hombres provoca una voltereta que sacudirá a todo el
continente.
Dice Saavedra: "Nosotros solos, sin precedente combinación
con los pueblos del interior mandados por jefes españoles que tenían influjo
decidido en ellos, (...) nosotros solos, digo, tuvimos la gloria de emprender
tan abultada obra (...) En el mismo Buenos Aires no faltaron (quienes) miraron
con tedio nuestra empresa: unos la creían inverificable por el poder de los
españoles; otros la graduaban de locura y delirio, de cabezas desorganizadas;
otros en fin, y eran los más piadosos, nos miraban con compasión no dudando que
en breves días seríamos víctimas del poder y furor español".
La audacia desata un mecanismo inmanejable. Saavedra es un
patriota, no un revolucionario, pero no puede oponerse a la dinámica que se
desata en esos días El secretario Moreno, un asceta de la revolución, dirige
sus actos y sus órdenes a forzar esa dinámica para destrozar el antiguo
sistema. Habla latín, inglés y francés con facilidad; ha leido ;y hace
publicar; a Rousseau, conoce bien la Revolución Francesa y es posible que desde
el comienzo se haya mimetizado con el fantasma de un Robespierre que no acabará
en la tragedia de Termidor.
El ateo Castelli está a su izquierda, como French y el joven
Monteagudo que maneja el club de los "chisperos". Todos ellos
celebran en los templos del Norte el culto de La mort est un sommeil éternel,
que Fouché y la ultraizquierda francesa usaron como bandera desde 1792.
Belgrano, que es muy creyente, no vacila en proponer un borrador con apuntes
sobre economía para el Plan terrorista que en agosto redactará Moreno.
En la primera junta gana la gauche (la acepción de
"izquierda" se pronuncia, todavía, en francés): Moreno, Castelli y
Belgrano son un bloque sólido con una política propia a la que por conveniencia
se pliegan Matheu, Paso y el cura Alberti; Azcuénaga y Larrea sólo cuentan las
ventajas que puedan sacar y simpatizan con el presidente Saavedra que a su vez
los desprecia por oportunistas. Las discordias empiezan muy pronto, con las
primeras resoluciones.
Castelli parte a Córdoba y el Alto Perú como comisario
politico de Moreno, que no confiaba en los militares formados en la
Reconquista. Es él quien cumple las "instrucciones" y ejecuta a
Liniers primero y al temible mariscal Vicente Nieto más tarde. Belgrano, el
otro brazo armado de los jacobinos, va a tomar el Paraguay; no hay en él la
cólera terrible de su primo, sino una piedad cristiana y otoñal que lo
engrandece: en el Norte captura a un ejército entero y lo deja partir bajo
juramento de no volver a tomar las armas. Manda a sus gauchos desharrapados con
un rigor insostenible y no mata por escarmiento sino por extrema necesidad.
Sufre sífilis, cirrosis y tiene várices, pero conserva la fe cristiana y el
sentido del humor. Las victorias de Castelli en Suipacha y la suya en Tucumán
afirman la posición de Moreno en la Junta, pero las catástrofes de fines de año
aceleran su caída.
Frente a frente, uno de levita y otro de uniforme, Moreno de
Chuquisaca y Saavedra de Potosí, se odian pero no se desprecian "Impío,
malvado, maquiavélico", llama el coronel al secretario de la Junta; y
cuando se refiere a uno de sus amigos, dice: "El alma de Monteagudo, tan
negra como la madre que lo parió". El primer incidente ocurre cuando los
jacobinos descubren que diez jefes municipales están complotados contra el
nuevo poder.
En una sesión de urgencia Moreno propone
"arcabucearlos" sin más trámite, pero Saavedra le responde que no
cuente para ello con sus armas. "Usaremos entonces las de French",
replica un Moreno siempre enfermo, con el rostro picado de viruela, que acaba
de cumplir 30 años. Al presidente lo escandaliza que ese mestizo use siempre la
amenaza del coronel French, a quien hace espiar por sus "canarios",
una especie de soplones manejados por el coronel Martín Rodríguez. Los
conjurados salvan la vida con una multa de dos mil pesos fuertes, propuesta por
el presidente.
"¿Consiste la felicidad en adoptar la más grosera e
impolítica democracia? ¿Consiste en que los hombres impunemente hagan lo que su
capricho e interés les sugieren? ¿Consiste en atropellar a todo europeo,
apoderarse de sus bienes, matarlo, acabarlo y exterminarlo? ¿Consiste en llevar
adelante el sistema de terror que principió a asomar? ¿Consiste en la libertad
de religión y en decir con toda franqueza me cago en Dios y hago lo que
quiero?", se pregunta Saavedra en carta a Viamonte que lo amenaza desde el
Alto Perú.
Desde fines de agosto, Moreno ha hecho aprobar por
unanimidad el Plan secreto de operaciones que recomienda el terror como método
para destruir al enemigo emboscado. Ese texto feroz, por momentos descabellado,
no se conoció hasta que a fines del siglo XIX. Eduardo Madero ;el constructor
del puerto; lo encontró en los archivos de Sevilla y se lo envió a Mitre.
Para entonces, los premios y castigos de la historia oficial
ya estaban otorgados y Moreno pasaba por un periodista y educador romántico
influido por las mejores ideas de la Revolución Francesa. Pero es la aplicación
de ese método sangriento lo que garantiza el triunfo de la Revolución. Hasta la
llegada de San Martín la formación de los ejércitos se hizo a punta de
bayoneta, la conspiración de Alzaga, como la contrarrevolución de Liniers,
terminaron en suplicio y los españoles descubrieron, entonces, que los
patriotas estaban dispuestos a todo: "Nuestros asuntos van bien porque hay
firmeza y si por desgracia hubiéramos aflojado estaríamos bajo tierra. Todo el
Cabildo nos hacía más guerra que los tiranos mandones del virreinato",
escribe Castelli antes de ser llevado a juicio.
EL CORONEL MANDA PARAR
A principios de diciembre dos circunstancias banales sirven
de pretexto a la ruptura entre Moreno y Saavedra que será nefasta para la
Revolución. En la plaza de toros de Retiro el presidente hace colocar sillas
adornadas con cojinillos para él y su esposa.
Cuando las ve, Matheu hace un escándalo y argumenta que
ningún vocal merece distinción especial. Pocos días más tarde, el 6, el
regimiento de Patricios da una fiesta a la que asisten Saavedra y su mujer. En
un momento un oficial levanta una corona de azúcar y la obsequia a la esposa
que la entrega al Presidente, Moreno se entera y esa misma noche escribe un
decreto de supresión de honores. Saavedra se humilla y lo firma, pero el rencor
lo carcome para siempre. Poco después, el 18 de diciembre, mientras los
Patricios se agitan y reclaman revancha por la afrenta civil, el coronel llama
a los nueve diputados de las provincias para ampliar la Junta. Moreno; que
intuye su fin; no puede oponerse a esa propuesta "democratizadora".
El único que tiene el valor de votar en contra es el tímido
tesorero Juan José Paso.
Moreno renuncia y el 24 de enero de 1811 se embarca para
Londres. "Me voy, pero la cola que dejo será larga", les dice a sus
amigos que claman venganza. También pronuncia un mal augurio: "No sé qué
cosa funesta se me anuncia en mi viaje".
En alta mar se enferma y nada podrá convencer a Castelli y
Monteagudo de que no lo asesinaron. "Su último accidente fue precipitado
por la administración de un emético que el capitán de la embarcación le
suministró imprudentemente y sin nuestro conocimiento", cuenta su hermano
Manuel, que agrega en la relación de los hechos el célebre "¡Viva mi
patria aunque yo perezca!"
Saavedra ha liquidado a su adversario, pero la Revolución
está en peligro. El español Francisco Javier Elío amenaza desde la Banda
Oriental y no todos los miembros de la Junta son confiables. El 5 y 6 de abril
el coronel Martín Rodríguez,con los alcaldes de los barrios, junta a los
gauchos en Plaza Miserere y los lleva hasta el Cabildo para manifestar contra
los morenistas. Saavedra, que jura no haber impulsado el golpe, aprovecha para
sacarse de encima al mismo tiempo a jacobinos y comerciantes corruptos.
Renuncian Larrea, Azcuénaga, Rodríguez Peña y Vieytes. Los peligrosos French,
Beruti y Posadas son confinados en Patagones. Belgrano y Castelli pasan a
juicio por desobediencia y van presos.
Pero Saavedra sólo dura cuatro meses al frente del gobierno.
Ha acercado a Rivadavia al poder, pero el brillante abogado y los porteños se
ensañan con éI y lo persiguen durante cuatro años por campos y aldeas; se
ensañan también con Castelli, que muere deslenguado durante el juicio; con el
propio San Martín que combate en Chile; con Belgrano que muere en la pobreza y
el olvido gritando el plausible "¡Ay patria mía! "
Pese a todo, la idea de independencia queda en pie levantada
por San Martín, que se ha llevado como asistente a Monteagudo, "el del
alma más negra que la madre que lo parió". Los ramalazos de la discordia
duran intactos medio siglo y se prolongan hasta hoy en los entresijos de una
historia no resuelta.