Todos tenemos ideología. La creencia de que la ideología es sólo
cuestión de quienes se interesan en política es una ingenuidad. Como profesor
de Teoría del Conocimiento, no puedo cansarme de enseñar a mis alumnos
universitarios que la ideología más fuerte es la de aquellos que creen no
tenerla.
Por Roberto Follari *
Es que la ideología no es una idea acerca de la política,
sino las nociones que todos tenemos –y no siempre de manera plenamente
consciente– sobre qué es la sociedad, qué es el individuo, qué es la justicia
social, qué es el poder, etcétera. Para sostener esas ideas, no se requiere
pensar explícitamente en política. Todos vivimos en sociedad y tenemos un
modelo implícito de qué es bueno y qué es malo para la sociedad, aunque jamás
hayamos dicho una palabra específica sobre el sistema político.
De tal manera no existen las personas “independientes”, no
hay quienes no respondan a ideología alguna. Todos dependemos de nuestras
ideas, y –lo peor– es que no todos somos conscientes de que las tenemos y mucho
menos de cuál es el origen de las mismas, no sabemos a menudo por qué pensamos
como pensamos.
Las ideas no nos vienen del cielo ni del interior de nuestra
cabeza. Son la resultante de una serie de influencias que hemos pasado en
nuestra vida: el sector social al que pertenecemos, el género, la época, las
escuelas a que fuimos, las iglesias a las que pudiéramos haber pertenecido, los
clubes, los amigos. Todos ellos han hecho que seamos los que somos. Nadie se
inventa a sí mismo: a lo sumo, cada uno recombina a su manera las ideas que no
ha producido por sí solo.
Si hubiéramos nacido en Sudáfrica y no en Argentina,
pensaríamos muy diferente. Si hubiéramos nacido en tiempos de Pericles en la
Grecia Antigua, hubiéramos aceptado la esclavitud como natural. Si hubiéramos
nacido en Arabia Saudita, seríamos muy probablemente musulmanes. Somos el fruto
de nuestras concretas condiciones de vida, no el de nuestras individuales
elucubraciones.
Entonces, no hay gente que tenga ideología y otra que pueda
ufanarse de no tenerla; estos últimos suelen creer –erróneamente– que pueden
ponerse “por encima” de quienes asumen explícitamente su ideología. Pero en
verdad, ideología tenemos todos. Están los que saben que la tienen, y por ello
pueden razonar sobre ella, modificarla. En cambio, los que se creen
“independientes” ni siquiera se han enterado de la ideología que los atraviesa.
Por tanto suelen creer, con ingenuidad conmovedora, que ellos dicen “cómo son
las cosas”, que sus opiniones son neutras y objetivas. De tal manera, confunden
el modo singular en que sus lentes les hacen ver la realidad, con la realidad
misma.
Sucede con alguna veterana comensal de la TV que cree que la
sociedad es igual a los rumbos de Recoleta o Barrio Norte, en Buenos Aires.
Como ella vive allí y sus amigas son señoras adineradas que toman el té en
ratos de ocio, ella vive en una burbuja, pero cree que todo el mundo piensa
como se piensa en ese lugar. Ella habla con “la gente”, y esa gente –sólo ésa,
claro– piensa igual que ella. De tal modo que cree que el mundo es idéntico a
como ella lo ve, aunque lo mire por una rendija mínima que muy pocos –con ese
poder adquisitivo– pueden compartir.
De modo que a no enorgullecerse de que “pienso por mí
mismo”, “no soy militante de nada”, “digo las cosas como son” y parecidas
muestras de desconocer cómo es que están formadas las propias ideas que todos
llevamos. El que dice esas cosas y cree no ser dogmático por no adscribir
explícitamente a una ideología política es doblemente dogmático: no solamente
tiene un pensamiento determinado y una perspectiva parcial (jamás podría ser de
otra manera, para los seres humanos), sino que ni siquiera se entera de ello.
Cree que su singular mirada del mundo es igual al mundo mismo. Por ello no
tiene la menor posibilidad de reaccionar frente a sus propias distorsiones, de
modificar su pensamiento o de afinarlo. Confunde su propia mirada con los
objetos que capta a través de ella.
Por lo dicho, aquellos que dicen no tener ideología y se
creen libres de ella están instalados en el dogma y lo acrítico a total
plenitud, en nombre de la pretendida “independencia de pensamiento” a que
tantas veces se apela, sobre todo en una TV nacional cada vez más ignorante y
atolondrada.
* Doctor en Filosofía.
Universidad Nacional de Cuyo.