En "Telos. Un mapa de la sexualidad porteña", el
periodista Juan Pablo Casas reconstruye las transformaciones sociales y morales
de los porteños a partir de la historia del mítico espacio que desde su
irrupción en los años 30 propició una discreta revolución social que moldeó el
imaginario sexual de varias generaciones.
Desde un registro evocativo que pone a dialogar distintas
intimidades, el libro publicado por Paidós funciona al mismo tiempo como una
excusa y un anzuelo para narrar las mutaciones de una sociedad que al calor de
distintos avatares políticos y culturales se animó a la exploración sexual y
encontró en los llamados albergues transitorios un territorio consagrado a esa
búsqueda.
“Hasta los 40 y 50 las relaciones prematrimonales no estaban
tan instaladas y a partir de ese período se registra una nueva sensibilidad que
dispara cambios en la relación de pareja, marcada por la aparición de nuevos
espacios para la juventud y una cierta flexibilización respecto al sexo antes
del matrimonio”, destaca Casas.
“Los jóvenes cumplen un rol clave en la consolidación de los
telos porque son ellos los que impulsan esta industria y refutan ese mito que
asocia al telo con la trampa, con las relaciones extramatrimoniales. Lo cierto
es que no alcanza con que haya tantas parejas clandestinas para justificar el
funcionamiento de los casi 200 telos que hubo en la ciudad al mismo tiempo”,
asegura.
¿Cuánto contribuyó a la exploración de la sexualidad esta
concepción de un espacio impersonal al cobijo de la censura social? “Aportó
mucho y eso se hace evidente a partir de los 70 cuando irrumpe otro concepto,
el del telo con habitaciones temáticas del estilo `El camarote del capitán` o
`Placer oriental` que ofrecen la posibilidad de materializar fantasías”.
“En ese ejemplo se ven bien las marcas de una cultura de
telo que se fue desarrollando y explota con la consolidación de las llamadas
habitaciones temáticas -señala-. Los telos, en defintiva, fueron disparadores
de una revolución sexual discreta, de puertas adentro, de menor intensidad que
en otros espacios, pero revolución sexual al fin”.
En su libro, Casas se encarga también de desmarcar a los
telos del del podio de inventos argentinos: si bien está indisolublemente
ligado a las tradiciones nativas, no picó en punta en su intención de ofrecer
una espacialidad a la pulsión sexual.
“A nivel mundial, el telo surge con lo que sería la
irrupción de la sociedad de masas en los años 30. Hay antecedentes en México y
Tokio -indica-. En Buenos Aires se da la particularidad de que su surgimiento
se ve impulsado por fenómenos como la migración interna y el fin de la
prostitución legal”.
“La migración interna cambia la composición social de Buenos
Aires porque aporta una proporción similar de mujeres y hombres, a diferencia
de la migración del siglo XIX y principios del XX donde la mayoría de los que
llegaban a la ciudad eran hombres -compara-. Esta situación genera un montón de
hombres y mujeres solos necesitados de un espacio para concretar el acto sexual
que van a disparar la aparición de los primeros telos”.
“Los jóvenes cumplen un rol clave en la consolidación de los
telos porque son ellos los que impulsan esta industria y refutan ese mito que
asocia al telo con la trampa”, Juan Pablo Casas Casas asegura que el surgimiento
de los primeros hoteles alojamiento está ligado a las demandas específicas de
los sectores populares y la clase media.
“Hacia los años 40 y 50 ya están consolidados como un lugar
`decente` para tener sexo, como espacios que ofrecen una cama y una habitación
que cumple con ciertas normas de higiene”, apunta.
El periodista documenta con minucia la transición de los
zaguanes y descampados como espacios para la concreción del sexo hacia estas
nuevas instalaciones que se pueden leer como efectos colaterales de la
expansión urbanística.
“Donde antes había descampados ahora hay barrios enteros y
obviamente, menos privacidad. Por eso surgen los telos, primeros como posadas,
luego en los 40 y 50 empiezan a conocerse en la jerga popular como `amuebladas`
y hacia los 60 ya son conocidos con el eufemismo de hotel alojamiento”, indica
Casas.
“Es decisiva la reglamentación que surge justamente en la
década del 60 que permite a los empresarios o emprendedores construir un telo
con tal fin. Hasta entonces funcionaban en viejas casas chorizo, en petit
hoteles o incluso en pensiones que rentaban su habitaciones por hora, aunque
algunas ni siquiera tenían baño privado”, explica.
Casas consigna que entre los 80 y los 90 se produce un
fenómeno que define como `la Disneylandia para adultos`, disparado por el
destape de los años 80 y 90 que coloca a la sexualidad en un rol más visible
dentro de los tópicos de la sociedad.
“Los telos entonces empiezan a desbordar de estímulos
-indica-. El ejemplo más emblemático es `Los jardines de Babilonia`, un telo
que tiene habitaciones enormes y todo exacerbado para el sexo, a contramano del
paradigma actual”.
“Hoy la tendencia es que el telo ya no huele ni parece telo
y funciona como un espacio donde las cosas más que mostrarse se sugieren y
donde el diseño se asemeja al de un hotel boutique con el plus de algunos
aditamentos ligados al sexo -explica-. Los espejos siguen estando, pero
dispuestos de manera más sutil”.
En el extenso recorrido que va desde su aparición en los 30
hasta su reconversión actual como espacios ligados al diseño y la sutileza, los
telos perdieron parte de su clientela estable y avanzan en la captura de un
nuevo paradigma de consumidor.
“Actualmente ya no son frecuentados mayoritariamente por los
jóvenes, ya que a partir de los 80 y 90 se dio una flexibilización en los
hábitos que llevó a muchos padres a permitir que sus hijos pasen la noche con
sus parejas en la casa familiar. A esto se le suma que hoy visitar un telo
todos los fin de semana implica un presupuesto muy grande”, analiza Casas.
“Por otro lado, hay muchos hogares unipersonales que de
alguna manera también le restaron público a estos espacios. Ha crecido la
proporción de estos hogares de una sola persona habitados por hombres jóvenes,
sexualmente activos, mientras que antes eran mayoría en ellos las mujeres solas
de más de 60 años”, subraya.
“La mayoría apunta a los matrimonios estables. Muchos
ofrecen la `noche de bodas` o la `noche aniversario` y gran parte de sus
clientes los sábados y domingos son justamente parejas que tienen hijos y
deciden sortear la rutina de esta manera”, concluye Casas.
Fuente: Diario de Cultura