El movimiento nazi comienza en
América latina 18 años antes del surgimiento del nazismo en Alemania, con la
fuga de Wilhelm Canaris, el 4 de agosto de 1915, de la isla Quiriquina, en el
sur de Chile, aseguran Jorge Camarasa y Carlos Basso Prieto, autores del libro
"América nazi".
Para Canaris -un marino sobreviviente de la batalla entre el buque alemán Dresden y dos navíos británicos en aguas del Pacífico sur- como para muchos otros, América latina fue un territorio a veces acogedor y amigable donde refugiarse y echar raíces.
“América nazi” (Aguilar) revela algunas historias como esta
y de las múltiples redes de complicidades e influencias bajo cuyos amparos
estos asesinos lograron reiniciar sus vidas, a veces bajo otras identidades y
hasta el final de sus días.
Si bien la inmigración alemana había llegado a Chile en la
época de la colonia en un número insignificante, recién a mediados del siglo
XIX, cuando se decidió la colonización del sur de ese país, se impulsó una
fuerte inmigración germana, explicaron los autores.
A la Argentina, los alemanes llegaron de la mano de
diferentes órdenes religiosas, especialmente con los jesuitas, y aunque en el
año 1840 en Buenos Aires se censaron 600 alemanes, los obreros y agricultores
germanos recién arribaron masivamente a fines del siglo XIX.
En la misma época, Camarasa y Basso Prieto hablan de 78.000
alemanes en Brasil, 3.500 en Perú, 2.800 en Bolivia y algunos centenares
distribuidos en Uruguay, Paraguay, Colombia y Ecuador. Y en la mayoría de los
casos, precisan, “la religiosidad fanática era la base de su identidad”.
Así es como mencionan a unas 14 familias alemanas que en
1886 llegaron a Asunción del Paraguay provenientes de la región de Dresden. Era
un grupo menonita liderado por Bernhard Förster, “un nacionalista furioso que
pensaba que la salvación de Alemania dependía de un antisemitismo radical”,
explica Camarasa.
Förster se casó con Elisabeth, la hermana del entonces joven
filósofo Friedrich Nietzsche, de quien tomó la idea de que la única manera de
salvar y purificar a Europa era fundar una comunidad de hombres puros y
perfectos en algún lugar del mundo. Y así intentó hacerlo en una colonia que
llamó Nueva Germania, en San Bernardino, en medio de la selva paraguaya.
Su locura lo llevó a pedirle a sus colonos que no se
mezclaran con las tribus originarias y “que valorasen la naturaleza blanca como
un bien superior para hacerla prevalecer en ellos y en sus hijos”.
“Presuntamente envenenado, Förster murió tres años después
de haberse instalado en Paraguay, donde había tratado de imponer las consignas
de no tomar alcohol, no comer carne y evitar todo contacto con razas inferiores
para evitar la contaminación”.
Elizabeth alternaba, luego de la muerte de su esposo, entre
la colonia y Alemania. “El 2 de noviembre de 1933 estaba en su casa en Essen
cuando el recién elegido canciller Adolf Hitler llegó a visitarla y le regaló
el bastón que había sido de su hermano.
Después de la derrota del nazismo, para Camarasa comienza la
etapa de la llamada “inmigración calificada”, integrada por ingenieros, científicos,
técnicos e instructores militares “que ya había sido abierta por Estados
Unidos y la Unión Soviética”. “Y no sorprendía que entre tantos científicos y
técnicos se filtraran criminales”, agrega Basso Prieto.
Herbert Cukurs, que fue de los primeros en usar esta vía,
estuvo involucrado en la masacre de judíos letones en Riga, ingresó al
continente por Río de Janeiro y luego se radicó en Pocitos, Uruguay, explicaron
los autores.
Un año después, cuentan en el libro, llegó a Buenos Aires
bajo la identificación del sacerdote español Pedro Ricardo Olmo, Walter Kutschmann,
un desertor que había sido segundo comandante del campo de exterminio de
Drobobycz, en Polonia.
En 1948 lo hizo el capitán de las SS Erich Priebke, responsable
del fusilamiento de judíos en las Fosas Ardeatinas, en Italia, que se radicaría
en Bariloche, desde donde fue extraditado a ese país para terminar su vida
entre rejas.
También en el listado incluido en el libro, figuran Wilhelm
Sassen, radicado en Asunción, Paraguay; Adolf Eichmann, quien llegó a Buenos
Aires el 15 de julio de 1950, y bajo el seudónimo de Ricardo Klement trabajó en
una empresa de capitales alemanes; o Klaus Altman (Klaus Barbie), asesino de
líderes de la Resistencia Francesa que vivió en Bolivia, de acuerdo a las
fuentes citadas.
Pero los autores advierten que a diferencia de unos pocos
nazis, “la mayor parte de ellos no despertó el favor de los americanos porque
no tenían ninguna contraprestación que ofrecer. No habían sido agentes de
inteligencia, sino toscos criminales de guerra”.