El Tribunal de La Rioja encontró al represor Benjamín
Menéndez culpable del asesinato del ex obispo de la provincia "en el marco
del terrorismo de Estado" y definió que cumpla la pena en cárcel común. Una
sentencia similar recibió Luis Fernando Estrella.
Escribe Pablo Roesler
A poco de cumplirse 38 años del fallecimiento del obispo de
La Rioja monseñor Enrique Ángel Angelelli, la justicia federal de esa provincia
ratificó que la muerte del párroco no fue un accidente automovilístico, sino
que fue un asesinato consecuencia de una "acción premeditada y planificada
en el marco del terrorismo de Estado" y, por lo tanto, un "delito de
lesa humanidad, imprescriptible e inamnistiable". Por ese crimen, el
Tribunal Oral en lo Criminal Federal de La Rioja condenó ayer a los represores
Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella a la pena de prisión
perpetua en cárcel común e inhabilitación absoluta perpetua, por hallarlos
autores del homicidio doblemente calificado del prelado y el intento de
homicidio de su amigo, el padre Arturo Pinto.
A Estrella, además, lo encontraron culpable del delito de
asociación ilícita agravada por su rol de organizador. Los jueces también
ordenaron investigar a un hermano y dos sobrinos del ex presidente Carlos
Menem, los tres civiles, sospechados de estar involucrados en el crimen. La
lectura de los fundamentos de la sentencia se difirió para el próximo 12 de
septiembre a las 9:30 horas.
Con el fallo de ayer, el ex jefe del III Cuerpo de Ejército
Menéndez sumó once condenas por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la
última dictadura civil y militar. Y los genocidas condenados llegaron a 532.
La sentencia emitida ayer por los jueces José Camilo Nicolás
Quiroga Uriburu, Carlos Julio Lascano y Juan Carlos Reynaga –de la que sólo
leyeron la parte resolutiva– condenó al jerarca del Ejército junto con el ex
comodoro Estrella, quien conducía la represión de la Fuerza Aérea, como autores
mediatos del asesinato y de la tentativa de homicidio.
A la hora de la lectura, el público colmaba la sala de
audiencias que funcionó en el quinto piso del Correo Argentino. Mientras, en la
calle se congregaba más público, y los organismos de Derechos Humanos y las
organizaciones sociales templaban el clima con bombos, redoblantes y una radio
abierta. Pero la espera del veredicto había comenzado la noche anterior, cuando
la Iglesia y los organismos de La Rioja se convocaron en una vigilia que
arrancó después de una misa y una marcha de antorchas hasta el tribunal.
A las 16 de ayer los jueces comenzaron a leer la sentencia.
"Declarar que los hechos acontecidos el día 4 de agosto de 1976 fueron
consecuencia de una acción premeditada, provocada y ejecutada en el marco del
terrorismo de Estado y por lo tanto constituyen delitos de lesa humanidad,
imprescriptibles e inamnistiables", leyó el presidente del tribunal y el público
estalló en aplausos: la excusa del accidente había sido sepultada.
Además, en su fallo el tribunal ordenó remitir las
actuaciones al fiscal federal "para que se investigue la presunta comisión
de delitos" por civiles y militares en los preparativos del asesinato,
situación que en los alegatos habían advertido los abogados de la acusación. Y
entre los civiles mandaron a investigar a un hermano del ex presidente, Amado
Menem, y a dos sobrinos, César y Manuel, tres nombres que el obispo Angelelli
había mencionado con preocupación en sus misivas al nuncio apostólico Pío
Laghi.
Las cartas de monseñor Angelelli fueron una de las claves
para llegar a la condena. Y el proceso dio un vuelco trascendental el mes
pasado cuando desde el Vaticano, por orden del Papa Francisco, llegó un mail al
Obispado de La Rioja –que es querellante en el juicio– con dos documentos: una
carta del obispo dirigida al nuncio en la que advertía estar amenazado, y otra
con el relato detallado de los asesinatos de dos curas tercermundistas de El
Chamical. Esos documentos confirmaron que el asesinato fue premeditado por la
dictadura.
La audiencia de ayer había comenzado con las últimas
palabras de los acusados. Primero Menéndez por videoconferencia desde la Cámara
Federal de Apelaciones de Córdoba y luego Estrella frente a los jueces hicieron
su descargo.
Al hablar, el segundo cometió un traspié que generó
murmullos en la sala y certificó la idea del homicidio preparado: "Todos
los testigos convocados por la fiscalía dijeron que la escena del crimen no
cambió... perdón, la escena del accidente", dijo Estrella que, aunque
quiso, ya era tarde para corregir el fallido. Poco antes había acusado al padre
Pinto de mentiroso.
Menéndez también clamó su inocencia y acusó a los testigos
de formar parte de una "campaña" para hacerlo quedar como un
ridículo.
El asesinato de monseñor Angelelli se produjo cuando viajaba
en una camioneta Fiat 125 Multicarga junto con el padre Pinto desde El Chamical
hacia La Rioja, y fueron encerrados por dos autos. El coche despistó y el
obispo murió poco después.
El asesinato premeditado quedó probado durante los nueve
meses que duró el juicio oral. Las querellas del Obispado de La Rioja –por
primera vez la Iglesia como institución pide justicia en una causa por delitos
de lesa humanidad–; de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y de la
provincia; la que representa a la sobrina de Angelelli María Elena Coseano, a
Aido Arturo Pinto y a la ONG Tiempo Latinoamericano; y el Ministerio Público
Fiscal, representado por Michel Horacio Salman y Darío Illanes, nunca dudaron
sobre lo ocurrido hace 38 años. Para los fiscales, murió en el accidente; para
las querellas, fue arrastrado fuera del auto y ultimado.
En el juicio deberían haber comparecido como acusados Jorge
Rafael Videla, Juan Carlos Romero y Albano Harguindeguy, pero sus muertes
ocurridas antes del inicio del juicio los eximió de rendir cuentas ante la
justicia. A pesar de estas ausencias, caída la noche, en las calles de La Rioja
todavía vibraba la emoción.
SE ORDENÓ CURA EN 1949, A LOS 26 AÑOS
Su lema fue: "con un oído puesto en el Evangelio y otro
en el pueblo". Si bien no formó parte del movimiento de los curas
tercermundistas, Enrique Angelelli fue protagonista de las luchas obreras y
barriales de Córdoba y La Rioja. La dictadura cívico militar no le perdonó la
vida y, poco después de instalarse como máquina represiva en el Estado, el 4 de
agosto de 1976, su garra llegó hasta el cura en una ruta de La Rioja. Ayer, la
justicia reconoció lo que desde hace más de 30 años afirman los organismos de
Derechos Humanos: que ese accidente de tránsito fue en realidad un asesinato.
El obispo de la Iglesia Católica, Enrique Angelelli, nació
el 17 de junio de 1923 en Córdoba, y se ordenó como cura en 1949, a sus 26
años. Su sotana era vista en sucesivas visitas a las villas miserias de la
capital cordobesa. El 12 de marzo de 1961 recibió la consagración episcopal y
desde entonces, los domingos la Catedral comenzó a llenarse de obreros y gente
humilde. Desde ese lugar, fue parte de los conflictos gremiales que llevaron
adelante los trabajadores de IME- Industrias Mecánicas del Estado, Municipales
y Fiat. No duró mucho. El poder eclesiástico cordobés lo marginó a capellán de
las adoratrices españolas de Villa Eucarística, en las afueras de la ciudad.
En 1965 el cardenal Raúl Primatesta restituyó a Angelelli
como obispo auxiliar, y le permitió volver a su trabajo pastoral de contacto
directo en los barrios y pueblos del interior provincial. En 1968 fue designado
por Pablo VI, al frente del obispado de La Rioja. De esta manera, era
desplazado de su provincia natal. Sin embargo, Angelelli asumió su nuevo obispado con el espíritu de
ser "un riojano más" y desde el inicio visitó instituciones,
comunidades, barrios y poblados de esa provincia.
El libro Como los nazis, como en Vietnam del periodista
riojano, Alipio Eduardo Paoletti, publicado en 1987, dio cuenta de su vida y
obra: "Angelelli cambió la iglesia riojana y conmovió hasta la raíz la
sociedad de la provincia. Atrajo a su pastoral a sacerdotes, monjas y laicos
que buscaban el camino para sumarse a las luchas del pueblo desde su misma
condición de religiosos y cristianos; apoyó todas las reivindicaciones
populares; colaboró en la organización de trabajadores, campesinos, artistas e
intelectuales, mujeres, jóvenes y viejos. Y aunque no lo quería, sus actos lo
convirtieron en un dirigente de masas, en el verdadero sucesor de los caudillos
populares de La Rioja del siglo pasado. Sin impostaciones ni afectaciones de
ningún tipo. Angelelli no tenía vocación de dirigente. Era un hombre humilde
hasta la exageración, piadoso e ingenuo aún cuando tenía una fortaleza moral y
un rigor intelectual que pocas veces se conjugan en una persona del sector
social que fuere. Concebía su papel en la sociedad como la que cumple la
levadura en la masa. Y su pastoral, más allá de las diferencias políticas,
ideológicas y filosóficas que se pudieran mantener con él, apuntaba
directamente al corazón mismo de todos los problemas: hacer tangible, real,
concreta, accesible, la justicia para fundar la paz", describió el autor.
Si bien la dictadura intentó ocultar su crimen, los
organismos de derechos humanos nunca bajaron los brazos hasta conseguir
justicia. Hoy sus palabras todavía resuenan: “Liberando todo el hombre y a
todos los hombres de la explotación y la enajenación”.