Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte más muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas, visones ofrendados por el
pueblo, sandalias de oro, sedas virreinales, vacías, arrumbadas en la noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando venganza en sótanos y
con picana.
Y el amor y el dolor que eran de veras gimiendo en el cordón
de la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos, Madrecita de los
Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lagrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro mientras te maquillaban y
enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas pero eso sí, solísima en la
muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre sin prever tu atroz
peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron esta leyenda, ni me la
robaron.
Días de julio del 52 ¿Qué importa donde estaba yo? II No
descanses en paz, alza los brazos no para el día del renunciamiento sino para
juntarte a las mujeres con tu bandera redentora lavada en pólvora, resucitando.
No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres
en la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo venganzas y
limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero ¿Quién va a tirarte la
última piedra? Quizás un día nos juntemos para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras, las madres incesantes,
las rameras, las que te amaron, las que te maldijeron, las que obedientes tiran
hijos a la basura de la guerra, todas las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.
Cuando los buitres te dejen tranquila y huyas de las
estampas y el ultraje empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva, única reina que
tuvimos, loca que arrebató el poder a los soldados.
Cuando juntas las reas y las monjas y las violadas en los
teleteatros y las que callan pero no consienten arrebatemos la liberación para
no naufragar en espejitos ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá pasado
en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana.
Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal,
desenfrenada en el candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con
cañones.
(Escrito por María Elena Walsh)
---
---
LOS ÁNGELES BARBUDOS
Eran ochenta solamente.
sus nombres no cuentan.
Llegaron por el mar a la isla del llanto,
a su tierra.
Caen algunos en la playa.
Muertos, se los llevan las sirenas_.
A la isla del dolor llegaron,
a su amor, a su pena.
Caen en los cañaverales.
Se hacen tierra en la tierra_.
Quedaron unos pocos.
Están en la ladera.
Están subiendo silenciosos.
Suben con el fusil a cuestas.
Ya han llegado a la cumbre;
ya han llegado, porque el águila vuela.
Están donde nacen los ríos,
donde el agua se vuelca.
Están limpiando los fusiles.
Están escribiendo en las piedras.
Dibujan un mapa, una paloma.
En la barba les crece la hierba,
las madres sintieron en el aire a sus hijos.
Están en las puertas.
Forman en la calle su rosa de luto.
La rosa cerrada conversa.
La rosa dice: “Han llegado” y se abre.
Los dedos señalan la Sierra Maestra.
Abajo los cónsules tiraban su honor a los guardias.
Los guardias incendian.
Matan estudiantes en las calles.
El pueblo los envuelve en la bandera.
Los ángeles empiezan a bajar
con su temblor de tierra.
Viene la mariposa, el pájaro,
la piedra...
El tirano tenía su viento preparado.
Está contando. Cuenta.
Huye por la ventana.
Es un buitre que vuela.
Deja a sus capitanes para que los fusilen.
Se va al país de las tinieblas.
Se va con el halcón que mató a la paloma.
Las mariposas llegan.
Ahora están con su pueblo los ángeles de pueblo.
Están las vírgenes insurrectas.
Los ángeles no tienen alas.
Las vírgenes son de guerra.
Ángeles y vírgenes
pasan llenos de tierra.
El hombre de la caña que los sigue
tiene la vista azucarada y sueña.
Una granada de mano, dulce,
es lo que el hombre de la piña lleva.
Los ángeles y el pueblo junto al bosque.
Los ángeles y el pueblo por la hierba.
Los ángeles y el río.
Los ángeles se sientan.
Dicen que es cierto lo que el libro dice:
que los mansos heredarán la tierra.
Lo dicen, lo prometen.
Por sus barbas desciende la promesa.
(Poema de José Pedroni)