A un siglo del nacimiento de Julio Cortázar, uno de los
-sino el más- grandes escritores que forjó la Argentina, la pregunta es: ¿qué
lugar ocupa hoy su literatura? ¿Por qué aparece mucho más visible en los muros
de las redes sociales de los no-lectores que en las discusiones de los foros
especializados en literatura?
Por Luciano Sáliche
Julio Cortázar no es argentino. Nació en Bruselas, hace
exactamente 100 años, debido a que su padre era funcionario de la embajada
argentina en Bélgica. “Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia”,
escribió en una carta que le envió en 1963 a la escritora Graciela Maturo. Pero
luego de un breve paso por Suiza y España, su familia regresó a la Argentina y
se instaló en Banfield, en una casa grande con un inmenso patio, fuente de
inspiración para que pueda relatar después, con una ternura inusitada, la dulce
infancia.
Si hay que exponer un elemento punzante en su literatura, la
infancia puede ocupar ese lugar. En cuentos como Los venenos y Final del juego
la transferencia hacia los personajes que son niños se profundiza con giros que
por momentos parecen fantásticos, propios de la imaginación de un chico. Con
una fascinación infantil, que provoca además de asombro mucha ternura, se ve lo
que dijo en 1975 en una entrevista a una revista mexicana: “pasé mi infancia en
una bruma de duendes, de elfos, con un sentido del espacio y del tiempo
diferente al de los demás”.
Pero el libro que pasó a la historia como una huella bien
definida en el itinerario de la literatura argentina fue su novela Rayuela (1963),
escrita con un estilo novedoso dado que sus capítulos no presentan la
linealidad clásica sino más bien una suerte collage.
Su gran obsesión parece ser con el sentido común. Como si
odiara profundamente a la realidad tal y como está, ese predominio de no
cuestionar lo que está establecido como verdadero. Por eso su búsqueda
literaria por indagar sobre los lados ocultos de los objetos observados. Como
en No se culpe a nadie que narra cómo un sujeto se enreda intentando ponerse un
pulóver, o en el preámbulo de Instrucciones para dar cuerda un reloj que
escribe, con gran acidez: “no te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te
ofrecen para el cumpleaños del reloj”.
Ricardo Piglia dice que hay un momento clave en la vida de
muchos escritores que es cuando deciden salir de la literatura. ¿Cómo escapar a
la realidad y salir de un mundo pesadamente literario? Piglia sostiene que en
la Argentina la realidad es la política. Entonces ese es el quiebre en
Cortázar, un escritor que podía hacer guiños políticos desde sus cuentos y
novelas, podía escapar de la pesadez literaria con juegos lúdicos de
significación y doble sentido. Es por eso que siempre decía: “mi ametralladora
es la literatura”.

Si existe una distinción entre literatura vieja y literatura
nueva es probable que Cortázar quede atrapado en el primer grupo. El cánon
actual -si es que lo hay- ha dejado de lado los juegos con el lenguaje y sus
estructuras para jugar el juego de las pomposas temáticas que escandalizan los
tabúes burgueses predominantes.
Pero hoy, la pregunta correcta sería: ¿por qué Cortázar
aparece mucho más visible en los muros de las redes sociales de los no-lectores
que en las discusiones de los foros especializados en literatura? No hay
respuestas rápidas y concisas, lo que sí hay es una especulación sobre el lugar
que hoy tiene la literatura. La posmodernidad, las nuevas tecnologías y la
sobreinformación cotidiana implicaron un cambio en la forma de concebir el
tiempo, lo cual modificó también nuestra manera de leer.
En el 2004, Horacio González dijo que esta cuestión radica
en que Cortázar había develado los mecanismos de su literatura. El punto es que
en la repetición constante de ciertas fórmulas y la metaliteratura, es decir,
sus escritos sobre cómo hacer literatura, lo revelan.

"Andábamos sin buscarnos, pero sabíamos que andábamos
para encontrarnos". Quizás sea ésta la cita literaria más compartida en
las redes sociales argentinas. Suele aparecer en flyers donde dos muchachos
heterosexuales se besan en una playa paradisíaca con un atardecer de fondo. Es
probable que estas imágenes tengan más shares -sean más compartidas- que
lecturas tenga Rayuela, libro al que pertenece la cita. La ironía es que la
novela salió en 1963; internet lo hizo unos cuantos años después.
La pregunta por el juicio del valor es inevitable: ¿Es bueno
que una frase literaria tenga mayor alcance que un libro considerado obra
indispensable de la literatura argentina? Sería demasiado elitista y no tendría
mucha importancia afirmar que sí. Lo que es relevante es el poder de
viralización instantánea que tiene la web y el uso que hacemos de ella.
Quizás la mejor reflexión a 100 años del nacimiento de Julio
Cortázar sea admitir que su nombre y alguna que otra frase con vuelo literario
tiene una llegada impensada en un público no-lector. ¿Y qué hacemos con eso? El
pasaje del share a la lectura es la gran incógnita. Más allá de que es un autor
que está incluido en el casillero de la lectura obligatoria de la escuela, la
verdadera voluntad de leer se produce de manera individual y sin ninguna
obligación.
Último dato: Cortázar comenzó a leer a los ocho años. ¿Cómo
es posible que un escritor que de tan pequeño tuvo llegada a la literatura no
se haya volcado hacia esos textos densamente académicos e ilegibles para
cualquier obrero de a pie? Él odiaba a la solemnidad en la literatura. Y es por
eso que quizás escribía para todos y para cualquiera. Continuidad de los
parques, un cuento breve y estupendo, lo demuestra.