El 16 de septiembre de 1976 diez estudiantes secundarios de
la Escuela Normal Nro 3 de la Plata son secuestrados tras participar en una
campaña por el boleto estudiantil. Tenían entre 14 y 17 años. El operativo fue
realizado por el Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejercito y la
Policía de la Provincia de Buenos Aires, dirigida en ese entonces por el
general Ramón Camps, que calificó al suceso como lucha contra "el accionar
subversivo en las escuelas". Este hecho es recordado como "La noche
de los lápices".
Por Hernán Sorgentini *
Este 16 de septiembre es otro aniversario de la
“Noche de los Lápices”, un episodio en el que grupos de tareas del Ejército y
la Policía de la Provincia de Buenos Aires secuestraron en la ciudad de La
Plata a un grupo de estudiantes secundarios de
distintas escuelas, entre ellas el Colegio Nacional y el Bachillerato de
Bellas Artes dependientes de la Universidad Nacional de La Plata. Los
estudiantes secuestrados fueron Francisco López Muntaner, María Claudia
Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María
Clara Ciocchini, quienes permanecen desaparecidos. Otros estudiantes fueron
también secuestrados en esos días, entre ellos, Víctor Triviño -aún
desaparecido- y Pablo Díaz, Patricia Miranda, Gustavo Calotti, Emilce Moler,
Walter Docters y Alicia Carminatti, que lograron sobrevivir al ser pasados a
disposición del Poder Ejecutivo Nacional. El secuestro de estos jóvenes muestra
en su crudeza el alcance de la violencia que la dictadura ejerció sobre vastos
sectores de la sociedad argentina en función de su amplia definición de
enemigos reales y potenciales. Los estudiantes secuestrados tenían actividad
política en la Unión de Estudiantes Secundarios (peronista) y en la Juventud
Guevarista y habían participado en las movilizaciones llevadas a cabo el año
anterior por grupos estudiantiles en pos de un boleto escolar secundario.
Desde el final de la dictadura, la Noche de los Lápices
estuvo presente en la condena a los crímenes de la dictadura militar y en los
intentos de construir un nuevo presente democrático. La historia conmovió por
su dramatismo y por las características con las que mayoritariamente se
identificaba a las víctimas: adolescentes, vistos como inocentes, como
portadores de una politicidad casi ingenua, como buscadores de un ideal
indiscutiblemente justo. Desde visiones no necesariamente coincidentes acerca
de la democracia deseada que florecería a partir del Nunca Más, tanto las
políticas de juzgamiento a las cúpulas militares de los años ochenta
–concebidas en el marco de la llamada “teoría de los dos demonios”, que
propiciaba también la persecución legal a los líderes de los movimientos guerrilleros
de los años setenta- como muchos de los militantes del movimiento de derechos
humanos y las nuevas generaciones de estudiantes comprometidos con la educación
pública encontraron en la historia de los estudiantes desaparecidos una
historia instructiva. La condena a las atrocidades del régimen militar ocluyó
la historia de la militancia política de los estudiantes secuestrados y
desaparecidos, como puede verse en el film, bastante representativo de la
visión de la época, que Héctor Olivera estrenó en 1986.
Luego siguieron las políticas de consagración de la
impunidad, que se iniciaron en los últimos años del gobierno del Dr. Raúl
Alfonsín con la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y
adquirieron su cenit en el proyecto de clausura total del pasado impulsado por
el ex presidente Carlos Menem a través de dos tandas de indultos que, en nombre
de una pretendida “reconciliación nacional”, concedieron impunidad absoluta a
los militares. En estos años de vertiginosa caída del ideal de justicia, la
historia de los estudiantes de la Noche de los Lápices logró mantenerse viva y
fue lentamente adquiriendo nuevos sentidos. Como testimonio de una memoria
obstinada, nuevas generaciones de estudiantes continuaron movilizándose cada 16
de septiembre, construyendo puentes entre la reivindicación de los estudiantes
desaparecidos y su lucha por el boleto y nuevas luchas en defensa de una
educación pública asediada por las políticas neoliberales de los años noventa.
Para estas nuevas generaciones de estudiantes, esta historia enseñaba la
importancia de movilizarse por un fin justo, al tiempo que les permitía
comenzar a comprender un período del pasado que parecía particularmente
significativo para dar cuenta de algunos de los problemas sociales del presente. Así, muchos estudiantes participaron por
primera vez en una “marcha” a partir de la historia de los lápices, una
historia que planteaba nuevas preguntas sobre un pasado era para ellos menos
conocido que para las generaciones anteriores, pero al que, a la vez, se
acercaban desde marcos menos limitantes. Nacidos en los años ochenta, estos
jóvenes podían permitirse tener menos precauciones y reparos al momento de
observar algunos comportamientos ambiguos de la generación de sus padres
respecto de la dictadura.
Desde fines de los años noventa, y al compás del deterioro
de la hegemonía neoliberal, se abrió un escenario político más propicio para la
recuperación de las identidades políticas de los militantes de los
desaparecidos. Progresivamente, empezaron a salir a la luz los proyectos
políticos de estas víctimas de la dictadura, que ciertamente eran adolescentes
que luchaban por ideales justos, pero cuya militancia no se reducía sólo a la
lucha por un boleto, sino que incluía también una participación en las
organizaciones revolucionarias.

Las movilizaciones de cada septiembre, por otra parte,
mantuvieron la presencia de la Noche de los Lápices en otro aspecto
fundamental: la búsqueda y la obtención de la justicia pendiente por los
crímenes de terrorismo de estado. Desde el vigésimo aniversario del golpe
militar, en 1996, una memoria condenatoria del proyecto dictatorial fue
adquiriendo una presencia creciente en el espacio público a través de una
sucesión de masivas movilizaciones que
se repitieron año a año. A la salida de la crisis del año 2001, y retomando
muchos de los sentidos impuestos por esta creciente movilización, el ex
presidente Néstor Kirchner dio un giro decisivo en la política estatal
dominante hasta el año 2003 respecto de las violaciones a los derechos humanos
cometidas por la dictadura militar, generando la posibilidad de una reapertura
de los procesos judiciales. La historia de los estudiantes de la noche de los
lápices volvió entonces a los estrados de una manera diferente a la de los años
ochenta. En el Juicio al Circuito Camps, desarrollado en nuestra ciudad,
contribuyó a construir no sólo el concepto de que los crímenes del terrorismo
de estado son permanentes e imprescriptibles, sino además una interpretación
histórica que los concibe como cometidos en el marco de un genocidio. La
sentencia de los Jueces del Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata, pronunciada
en diciembre de 2012, dio así un importante paso y a la vez abrió un
camino que continúa hoy en el juzgamiento de los crímenes cometidos en el Pozo
de Banfield: una nueva estación en la búsqueda interminable de la justicia en lo
que en otro tiempo fue el circuito del terror.
* Profesor de la Maestría en Historia y Memoria
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP)
Ver Trailer La Noche de los Lápices: