A principios de octubre, durante el gobierno de Edelmiro J.
Farrell, Perón fue obligado a renunciar a todos los cargos públicos que ocupaba
con el objetivo de desarticular su programa político.
Fue detenido y trasladado a la isla Martín García. El Comité
Central Confederal de la CGT declaró una huelga general a partir de la hora
cero del 18 de octubre “como medida defensiva de las conquistas sociales
amenazadas por la reacción de la oligarquía y el capitalismo”.
La iniciativa sindical fue, sin embargo, desbordada por las
bases, y desde la tarde del 16 de octubre los obreros empezaron a dejar sus
lugares de trabajo. El 17 de octubre de
1945, miles de trabajadores provenientes principalmente del cordón industrial
del Gran Buenos Aires se acercaron a Plaza de Mayo reclamando la presencia de
Perón. El gobierno debió finalmente ceder a la presión popular y el general fue
trasladado a la capital. Por la noche, Perón pudo estrenar su saludo con los
brazos en alto.
LA GENTE VENÍA DEL SUR
Fuente: Relato
testimonial de Sebastián Borro, un obrero que participó de la jornada aquel 17
de octubre, aparecido en La Opinión Cultural el 15 de octubre de 1972.

Las noticias que teníamos en ese momento eran que Perón
estaba detenido y que todo lo que se hacía era para rescatarlo. Efectivamente,
el taller paró y la gente salió a la calle. Algunos fueron a sus casas. Pero la
gran mayoría siguió con los compañeros que venían del sur. Fuimos caminando
hacia Plaza de Mayo y habremos llegado aproximadamente a las once y media,
porque en el camino íbamos parando los diversos establecimientos de la
industria metalúrgica y maderera que había por Constitución.
A esa hora no había tanta gente como la que hubo por la
tarde, que cubrió toda la Plaza. En la marcha hacia allí se pintaban sobre los
coches, con cal, leyendas como “Queremos a Perón”. También sobre los tranvías.
La gente se paraba y reaccionaba a favor de la manifestación que iba a Plaza de
Mayo para tratar de cumplir con la idea que tenían los que habían organizado
eso. Perón había aplicado leyes nuevas y otras las había ampliado: pago doble
por indemnización, preaviso, pago de las ausencias por enfermedad. Eran cosas
que antes no se cumplían; hasta ese momento, donde yo trabajaba, no se cumplía
ninguna de esas leyes. Le voy a decir más: creo que pocos días antes de su
detención, Perón había conseguido un decreto por el que se debían pagar al
trabajador los días festivos: 1º de mayo, 12 de octubre, 9 de julio, etcétera.
Recuerdo que uno de los patrones nos dijo entonces: vayan a cobrarle a Perón el
12 de octubre (ya estaba detenido). Después del 17 de octubre cobramos ése y
muchos días más.
Eran tan reaccionarios los patrones (me aparto un poco del
17 de octubre) que en enero de 1946, estando el capitán Russo en la Secretaría
de Trabajo, la empresa en la que yo trabajaba fue citada tres veces. No se
había presentado. Tuvo que ser intimada por la fuerza pública a concurrir a la
Secretaría de Trabajo, donde algunos de nosotros éramos representantes del
personal; no elegidos, porque no había organización gremial, sino porque éramos
los más decididos. Uno de los patrones dijo que no tenía tiempo para pagar aguinaldo,
vacaciones, a última hora. Le contestaron que la ley 11.729 fue aprobada en
1932. Y que todas las cuentas que no se habían hecho desde entonces habría que
hacerlas ahora. Efectivamente, el 1º de febrero de ese año cobramos aguinaldo,
pagos por enfermedad y tuvieron vacaciones los que quisieron tomárselas.
Siguiendo con el 17, llegamos a la Plaza; cada vez se hacía
más entusiasta; había alegría, fervor. Frente a la Casa Rosada empezaron a
armar los altavoces. Hablaron distintas personas, el coronel Mercante, Colom,
que fue uno de los últimos oradores. Trataban de ir calmando a la gente: por
cada intervención de los oradores, la reacción era más fervorosa a favor de
Perón. Se decía que venían trabajadores del interior del país. No lo puedo
probar. Recuerdo, sí, que era una tarde muy calurosa y la gente se descalzaba y
ponía los pies en las fuentes, muchos por haber caminado tanto.
Concretamente lo que yo presencié era la gente que venía del sur. Berisso, Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora. A medida que crecía la cantidad, en la Plaza de Mayo aparecían los carteles. Por primera vez yo observaba algo igual: nunca había visto una asamblea tan extraordinaria. Cuando el coronel Perón apareció en los balcones sentí temblar a la Plaza. Fue un griterío extraordinario que nos emocionó de tal manera. Todo parecía venirse abajo.
Concretamente lo que yo presencié era la gente que venía del sur. Berisso, Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora. A medida que crecía la cantidad, en la Plaza de Mayo aparecían los carteles. Por primera vez yo observaba algo igual: nunca había visto una asamblea tan extraordinaria. Cuando el coronel Perón apareció en los balcones sentí temblar a la Plaza. Fue un griterío extraordinario que nos emocionó de tal manera. Todo parecía venirse abajo.
Aunque él había hablado en distintas oportunidades desde la Secretaría de Trabajo. Y se había hecho carne que era un auténtico defensor de los derechos del trabajador.
Nos causó mucho dolor saber que lo habían detenido pero –en
lo que respecta a mí y a un grupo de compañeros- sinceramente nos
considerábamos impotentes, porque recién estábamos despertando, después de
muchos años, en el país. Para otros –quizá- con anterioridad, pero a partir de
ese 17 de octubre despierta la conciencia para nosotros. Se hace carne que al
pueblo tiene que respetársele como tal, cosa que Perón proclamaba diariamente.
De ahí que, si bien nos sentíamos impotentes, podíamos hacer algo: sacar a
Perón de las garras de la oligarquía y colocarlo en el lugar que correspondía
para que sea permanente una auténtica justicia. Es decir, ese idealismo que
teníamos nunca lo habíamos vivido en el país. No creí que iba a haber tanta
gente en la Plaza; lo que sí pensaba era que el agradecimiento del pueblo a
Perón tenía que ser auténtico. Pero yo no conocía la reacción de la gente,
hasta que la viví.
Fuente: El Historiador - Felipe Pigna
Fuente: El Historiador - Felipe Pigna