Reproducimos lo que publicó en su página la periodista Gabriela Cerruti en relación al fallo de la Justicia por agravios de Jorge Lanata hacia ella.
El juez falló a mi favor en la demanda que inicié por daños agravados por violencia de género contra Jorge Lanata por sus dichos. Hizo lugar a la demanda por daños, lo condenó a leer la sentencia en su programa radial y una compensación monetaria.
No hizo lugar al encuadre como violencia de género, que es
para nosotros muy importante, por lo que seguiremos insistiendo en ese punto.
Hace un tiempo, le respondí a Lanata de esta manera:
SABÉS QUÉ, NO TE CREO
Le gusta decir que todos empezamos en el periodismo con o
por él. Jamás perdería el tiempo en discutírselo. En cambio, sí me gustaría que
sepa –si no lo sabe aún–, que tuvo mucho que ver con mi alejamiento de la
profesión.
Era enero de 1997 cuando, con un poco de agudeza y mucho de
azar, logré hacerle una entrevista al represor Alfredo Astiz. El reportaje tuvo
mucho impacto: allí reconoció públicamente por primera vez su rol en el
Terrorismo de Estado y dijo aquella frase que luego se haría famosa: "soy
el mejor preparado para matar a un político o a un periodista." La entrevista
publicada por la revista trespuntos –que dirigíamos junto a Claudia Acuña y
Héctor Timerman–, le valió a Astiz ser dado de baja de las Fuerzas Armadas y
enjuiciado por apología del delito. Causa por la que fue condenado, después de
un juicio oral, en un fallo ratificado por la Cámara Federal y la Corte
Suprema.
Hundido en la hoguera de vanidades y frustrado por no haber
sido el autor de esa nota, Jorge Lanata defendió tanto a Astiz que terminó
siendo convocado por el asesino como su testigo de defensa en el juicio oral.
Mientras Lanata se ocupaba de descalificarme y defender al represor, los
marinos amenazaban a mi familia y a mí desde "La Cueva". Varias
páginas de los escritos de la defensa del ex marino se llenaron de citas del
periodista.
Lo esperé en tribunales el día del juicio oral en que debía
presentarse a sostener sus afirmaciones, convocado por Astiz y su defensa. Pero
Lanata a último momento envió un escrito diciendo que no concurriría porque
estaba enfermo. No se presentó.
La fiereza con que dos o tres periodistas hicieron valer en
aquel momento supuestas reglas de un manual que decía que era más importante
llevarse bien con un asesino que verlo preso, me ayudaron a pensar que ya había
demasiadas cosas de cierta manera de comprender el periodismo que no tenían que
ver conmigo. Que quería dar el debate público con libertad para comprometerme
con mis ideas. Que quería dejar de ser una cronista de la realidad para pasar a
intentar transformarla.
Los insultos de Lanata de esta semana hablan claramente de
quién es él, y son una muestra concentrada del tipo de periodismo que
representa.
Ninguna de las afirmaciones que enumeró son ciertas;
ninguna. Ni la más nimia: no entré a Página/12 a los 18 años sino a los 22. Mi
papá, Amado Ruggero a quien extraño con el alma, fue chofer desde los 14 años
pero jamás fue chofer de Antonio Cafiero, y creo que nunca lo conoció siquiera.
Cuando dejé de leer para convertirme –según él– en analfabeta, me fui a Londres
a cursar un doctorado en Ciencias Políticas. El Jefe fue, junto a Robo para la
Corona de Horacio Verbitsky, uno de los libros claves de la historia del
periodismo político. Y yo, la "lobbista del menemismo", hice durante
muchos años la tapa del diario que él dirigía con mis crónicas y mis denuncias.
¿Nos enteramos ahora que su diario era menemista?
Tratar de puta a la mujer que no se puede controlar es el
postulado básico de la violencia de género.
Aunque sea moneda corriente en
nuestra sociedad insultarnos cobardemente con cosas que jamás le dirían a un
varón, soy una militante de los derechos de la mujer y no voy a naturalizarlo.
De ese punto, señor Lanata, hablaremos en tribunales cuando deba dar cuentas
por injurias agravadas por violencia de género.
No voy a responder en su lenguaje, aunque podría escribir un
libro con anécdotas que todos conocemos y que lo han llevado hoy a que ninguno
de los periodistas, productores o asistentes que formaron alguna vez parte de
sus equipos de trabajo, quiera ya estar a su lado. Ninguno. Ni los que lo
acompañaron en sus espasmódicos éxitos radiales o televisivos, ni los que
abandonó en sus emprendimientos como XXI o Crítica, a los que desamparó en
menos de dos años, sin indemnización y después de haberlos hecho renunciar, en
muchos casos, a trabajos de toda la vida.
Ninguno, a pesar de que ahora no sólo promete gloria sino
también dinero y fama.
El punto no son las vidas y las frustraciones personales,
cada uno a vivir a su manera y a resolver como pueda sus desafíos. El punto es
que es una manera de hacer periodismo, de concebir el periodismo, y de concebir
por lo tanto también la cosa pública en el país.
Durante el último año, amigos, colegas, gente en la calle,
me han preguntado reiteradamente "¿Qué le pasó a Lanata? ¿Por qué cambió
tanto?" Lamento desilusionarlos. Jorge Lanata no cambió nada. Siempre
corrió detrás del dinero, las aventuras fáciles y la fama. Hoy, solamente,
consiguió que eso se lo diera el grupo Magnetto y se convirtió así en su rehén.
Un rehén inescrupuloso, que hace los deberes hasta la sobreactuación.
Ese Página/12 que él dice haber fundado, era un colectivo en
el que nos cruzábamos en los pasillos con Juan Gelman, Horacio Verbitsky,
Eduardo Galeano, José María Pasquini Durán, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo
Soriano, Miguel Briante...tantos más. Fue una escuela de periodismo para mi
generación y agradezco la posibilidad de haber podido pertenecer y contribuir.
Pero él no compartía ese periodismo. Por eso se fue.
Nos decía que había que aprender de Bernardo Neustadt si no
queríamos quedarnos escribiendo en un diario que sólo leyeran los amigos.
Él quería fama, y se fue a hacer un programa de televisión
en el que, mientras se derrumbaba la convertibilidad y el país llegaba al 50%
de pobreza extrema, se preocupaban por el profesor de tenis de Graciela
Fernández Meijide y si los hijos del presidente comían sushi o tenían nuevas
novias. Lo rodeaba un gran equipo periodístico, eximios y honestos
investigadores, y eso, una vez más, lo salvaba de quedar tan en evidencia.
El eje de ese periodismo es la banalización de la política;
la construcción mediática de la antipolítica no como instrumento de cambio sino
sencillamente como fórmula desestabilizadora de los gobiernos elegidos
democráticamente. No importa si es desde el Maipo, la casa de Magnetto o el
aeropuerto de Caracas: lo que importa es banalizar todo, igualar lo frívolo con
lo profundo, indignarse por una cartera como si estuviéramos debatiendo la
deuda externa. Según él, había que convencer a María Julia Alsogaray para que
viniera a la fiesta de los tres años de Página/12 en el Hotel Alvear porque nos
daba glamour y nos ayudaba a vender en Barrio Norte. ¿Qué importaba si mientras
tanto entregaba la telefonía nacional? Era un personaje simpático. ¿A quién le
importa que Cristina haya estatizado YPF? Lo que importa es cuánto cuesta la
suite presidencial del hotel de Nueva York.
A veces, se cruzan límites. Pocas veces como hace unos
meses, cuando por no ser invitado a una fiesta él dijo que estaba
"desaparecido". Y como todo es un camino de ida en la vida de ciertos
personajes, ahora los episodios en el aeropuerto de Caracas son sobredimensionados
al punto de compararlos con un secuestro y 30 mil desaparecidos. No importa que
a los desaparecidos los desaparecieron. No importa que los secuestraron, los
torturaron, parieron en campos de concentración, les apropiaron los hijos, los
tiraron al río. "Estuvimos secuestrados en un pozo", dice Lanata. Y
la memoria de los chicos de la Noche de los Lápices secuestrados en el Pozo de
Banfield clama por decencia y respeto. O vaga por ahí, llena de vergüenza
ajena.
Decir mentiras, fabular, insultar, sin derecho a réplica.
Los herederos de la escuela del "nunca dejes que la realidad te arruine
una buena nota", que curiosamente conviven en el mediodía de radio Mitre.
Es una ideología periodística. Por eso se desmoronan cuando alguien, sencillamente,
les dice "No les creo. ¿Por qué debería creerles, si mienten
siempre?" Hacen del periodismo una religión, una cuestión de fe: jamás una
prueba, un documento. Hay que creerle porque es él, y grita más fuerte.
Por eso le resulta inaceptable algo tan sencillo como
"Sabés qué, no te creo". Nada más que eso. Porque se precipita el
castillo de naipes armado en base a fábulas.
Esta falta de escrúpulos es mano de obra barata para el
grupo que lo utiliza como uno de sus instrumentos en su afán por seguir
controlando el sistema de comunicación en la Argentina. Ya que no pueden
inventar un candidato, como en otras épocas. Prefieren entonces sencillamente
apostar a minar el sistema democrático. Desde allí se cuestiona no solamente un
proyecto político en el país sino un clima de época en toda Latinoamérica.
No es toda su responsabilidad. Él es sólo parte del
engranaje. Lleva adelante un proyecto individual y cada uno con su vida hace lo
que quiere.
Yo elijo formar parte de un proyecto colectivo. Sentirme
parte de una comunidad transformadora, alegrarme y penar con muchos, con
iguales, con otros que sueñan los mismos sueños que hoy se hacen realidad.