Hace 25 años miles de alemanes cruzaron el muro que los
separaba desde 1961 y adelantaron el derrumbe de la URSS, el símbolo del
enfrentamiento entre el occidente capitalista y el oriente comunista.
Manuel Alfieri
Christiane está recostada en su habitación, decorada con
cuadros del Che Guevara y un inconfundible estilo soviético. Aunque está
enferma, se siente feliz. Rodeada de familiares, amigos y camaradas, festeja su
cumpleaños al son de la Internacional Socialista. Pero, de pronto, algo la
desconcierta. Por la ventana del cuarto ve cómo una enorme bandera de Coca-Cola
se despliega sobre un edificio vecino. No puede reprimir la angustia y sus ojos
se llenan de lágrimas. El mundo comunista que tanto admiraba se había
derrumbado.
La escena pertenece a Good bye, Lenin!, la película alemana
que cuenta la historia de una militante socialista de la Berlín oriental que
sufre un accidente en octubre de 1989 y queda inconsciente durante ocho meses.
En ese lapso, Christiane se pierde dos hitos que marcarán a fuego la historia
alemana reciente: la caída del Muro de Berlín y la reunificación del país.
Al despertar, los médicos le advierten a los familiares que
el estado de salud de la mujer es muy delicado, por lo que deben evitar que
reciba cualquier noticia que pueda afectarla emocionalmente. Por eso deciden
aislarla del mundo exterior y fabricar un falso ambiente comunista. Pero los
profundos cambios que está sufriendo el país en su avance irrefrenable hacia el
capitalismo son imposibles de ocultar y se filtran, como la bandera de
Coca-Cola, por los resquicios de un sistema que prácticamente ya había
desaparecido.
La película muestra con maestría lo que significó la caída
del Muro de Berlín, un hito que mañana cumplirá 25 años y que no sólo cambió la
historia de la propia Alemania y del mundo. Fue el reencuentro de miles de
familiares y la reunificación del territorio germano, dividido durante casi
tres décadas. Pero también constituyó el fin de la Guerra Fría y el golpe de
muerte del modelo soviético ante un triunfante sistema capitalista que, a
partir de ese momento, no dejaría fuera de su órbita ni un solo rincón del
mundo.
El Muro fue construido en 1961, después de años complicados
para Alemania. Tras la Segunda Guerra Mundial, el país se encontraba devastado,
inmerso en una fenomenal crisis económica y partido en dos: el lado occidental,
en manos de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, que en 1949 pasó a
llamarse República Federal Alemana (RFA); y el lado oriental, bajo la órbita de
la Unión Soviética (URSS), que se autodenominó República Democrática Alemana
(RDA).
A pesar de las diferencias, antes del levantamiento del Muro
ambas zonas estaban conectadas. Por esos años, unos 50 mil berlineses del este
trabajaban en el oeste, mientras 12 mil de la RFA lo hacían en la parte
oriental. Eran los llamados "cruzafronteras". Muchos otros se iban
para siempre. Entre 1945 y 1961, salieron de la RDA unas 2.739.000 personas.
La ola de escape se hizo particularmente fuerte en la
primera mitad de 1961, cuando 200 mil personas pasaron a la RFA. El flujo
migratorio significaba un descrédito para la RDA. Pero, sobre todo, generaba un
problema económico, ya que la mayoría de los exiliados eran agricultores y
jóvenes con buena formación.
Por ese motivo, en la madrugada del 13 de agosto de 1961 y
con el trabajo de unos 10.500 hombres, los dirigentes comunistas iniciaron la
construcción del Muro de Berlín para aislarse definitivamente de la RFA.
Alemania quedó dividida en dos monedas, dos sistemas políticos, dos ideologías.
El oeste, bajo el imperialismo estadounidense; el este, bajo un régimen
estalinista.
Pasar la faja fronteriza, vigilada por soldados y policías,
implicaba serio riesgo: los occidentales la llamaban la "franja de la
muerte". El muro tenía una altura de 3,60 metros y 155 kilómetros de
largo. Contaba con alambre de púas y vallas electrificadas. Suboficiales y
soldados bajaron a las alcantarillas para instalar barreras de contención con
el objetivo de prevenir fugas. La Stasi –una de las policías secretas más
numerosas del mundo, retratada en el film La vida de los otros– elaboró
informes secretos sobre cada intento de fuga, cada declaración
antigubernamental, cada detalle. Se estima que unas 136 personas murieron al
intentar cruzarlo durante los 28 años y tres meses que se mantuvo en pie.
Unas 5000 lograron fugarse. Algunas entraban desde la zona
capitalista a la comunista en auto y se las ingeniaban para volverse con algún
amigo o familiar. Otros intentaron fugarse haciendo túneles. Incluso hasta hubo
quienes intentaron cruzar en un globo aerostático.
El levantamiento del Muro implicó una enorme indignación
entre los alemanes. Pero logró frenar el exilio de Berlín oriental y no molestó
a la Casa Blanca, satisfecha con las tres garantías impuestas por la RDA:
presencia de las potencias occidentales en la capital, libre acceso desde la
RFA –los occidentales podían pasar a la parte oriental por el famoso checkpoint
"Charlie", hoy uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad–
e integración económica. El propio presidente estadounidense John F. Kennedy
dijo en aquel momento que el muro no era "una solución cómoda pero,
diablos, es mejor que una guerra".
Las cosas empezaron a cambiar en los años '80. En 1985,
Mijail Gorbachov llegó al poder en la URSS, que algunos años atrás había
comenzado un proceso de reformas y mayor apertura, potenciado ahora por la
"perestroika". Dos años después, en 1987, el presidente estadounidense
Ronald Reagan llegó a Berlín para dar un discurso en la mítica puerta de
Brandeburgo. "Señor Gorbachov, derribe este muro", le dijo a su
homólogo soviético. Ambos estaban dispuestos a hablar de paz, mientras las
fronteras de países del este, como Hungría, Polonia y Checoslovaquia,
comenzaban a abrirse.
En 1989 estallaron todos los problemas que la RDA cargaba en
los hombros desde años atrás. Se desencadenó una feroz crisis económica que se
sumó a las limitaciones de las libertades individuales y a la atracción que
generaba el modo de vida occidental diagramado por Estados Unidos. Se organizó
un cada vez más masivo movimiento de protesta.
Pero los dirigentes comunistas de la Alemania oriental se
mantenían firmes. El 7 de octubre de 1989, en el 40º aniversario de la creación
de la RDA, el líder Erich Honecker dijo: "Aseguramos a nuestros amigos del
mundo entero que el socialismo en suelo alemán, en la patria de Marx y Engels,
descansa sobre cimientos indestructibles."
Ese mismo día, la policía detuvo a más de 1000 manifestantes
en el este de Berlín. Bajo el grito de "Nosotros somos el pueblo", el
9 de octubre 70 mil personas se movilizaron en la capital de Sajonia. El efecto
contagio se dio rápidamente. El 16, en Leipzig, hubo una protesta que lanzó a
unas 300 mil personas a las calles. Pocos días después, el 4 de noviembre, unos
500 mil berlineses orientales se movilizaron para pedir reformas y el final del
gobierno comunista.
La situación obligó a la renuncia de Honecker y el cargo fue
asumido por Egon Krenz. Pese a su intención de sostener al régimen, el hombre
no pudo hacer demasiado. Mucho menos sin el apoyo de Gorbachov, quien se negó a
enviar tropas hacia la RDA.
El "Día D" fue el 9 de noviembre, cuando el vocero
del gobierno germano-oriental, Gunter Schabowski, anunció que por primera vez
los ciudadanos podrían viajar libremente al extranjero. "¿Cuándo entrará
en vigor esa medida?", le preguntó un periodista. "De
inmediato", respondió el funcionario.
La noticia se propagó como el fuego. Los guardias fronterizos
fueron rebasados por la gente, que comenzó a destruir el muro con picos y
martillos. Luego, el paso hacia el otro lado. Las imágenes lo dicen todo:
alegría, euforia, lágrimas de felicidad por volverse a encontrar con un amigo,
un vecino, un viejo amor, un hijo, una madre.
Al día siguiente, millones de personas pasaron a la RFA. Así
lo describió la edición del 10 de noviembre del diario español El País:
"La eufórica fusión de los ciudadanos alemanes de ambos Estados en la
madrugada de ayer, en pleno corazón de Berlín, sobre el muro que desde 1961 ha
simbolizado la Guerra Fría, sienta los cimientos de una eventual Alemania
unida. Una reunificación que, aunque bien aceptada en principio por todo
Occidente, preocupa al mundo diplomático por sus eventuales consecuencias en la
futura construcción europea. Ahora lo único evidente es que emerge una nueva
Europa."
La reunificación oficial se concretó el 3 de octubre de
1990, con la sanción de la Ley Fundamental de Alemania, que ordenó la adhesión
de la RDA a la RFA. Unos meses antes, en marzo, se habían celebrado las
primeras elecciones libres en la parte oriental y Alemania le había ganado a la
Argentina en la final del Mundial de Fútbol de Italia.
La reunificación implicó mayores libertades para los
habitantes de la extinta RDA. La cultura pop y el new american way of life se
adueñaron de los televisores, los cines, las radios. El comunismo murió y el
capitalismo conquistó cada resquicio de la mano de las grandes empresas y su
fiebre consumista. En ese entonces, el canciller democristiano Helmut Kohl
auguraba la llegada de "paisajes florecientes".
Es cierto: se abrieron las puertas de la cárcel. Pero la
libertad no fue idílica, como se esperaba. La reunificación no cambió la
situación de aquellos que sobrevivían en la RDA. Mientras en la parte
occidental se celebraban los más de 700 mil puestos de trabajo creados en 1990,
la parte oriental contabilizaba 600 mil desocupados y 1,8 millones con jornada
reducida, muchos de ellos prácticamente desempleados. Desigualdades que
perduran y que demuestran que, aún hoy, un muro invisible divide a Alemania
entre ricos y pobres. «
PROMESAS QUE NO SE
CUMPLIERON CON LA REUNIFICACIÓN
La caída del Muro de Berlín permitió el reencuentro de miles
de familias que habían quedado separadas en el momento de su construcción. Sin
embargo, las promesas de bienestar social nunca se cumplieron y las notorias
desigualdades económicas entre el este y el oeste aún subsisten. Así lo indican
los últimos informes oficiales: en la actualidad, los habitantes de la ex
Alemania oriental sufren una preocupante tasa de desempleo que llega a los dos
dígitos y tienen una recaudación per cápita un 50% inferior a sus vecinos
occidentales.
"A pesar de que la convergencia de los estándares de
vida entre el este y el oeste ha sido un éxito, hay una grieta en la economía y
en el mercado laboral", analizó Iris Gleicke, delegada del este del
austero gobierno alemán. Joachim Ragnitz, miembro del Instituto Económico Ifo,
reforzó: "25 años tras la caída del Muro, el este sigue estando por
detrás. La distancia entre las dos Alemania se ha mantenido prácticamente
constante en los últimos años".
Pero las diferencias se dan también en el plano personal.
Los ciudadanos de la vieja RDA ven de manera más positiva la reunificación
alemana que sus vecinos del oeste, según un sondeo publicado el mes pasado.
Cerca de un 75% de los residentes del este valoraron positivamente la
reunificación, frente al 48% de los ciudadanos del oeste. De acuerdo con el
estudio del Instituto de Opinión Dimap, cerca de un cuarto de los alemanes del
oeste indicaron que ven la reunificación más como un inconveniente, frente al
15% que opinó así en el este.