Fue un excéntrico innovador cultural y promotor de rockeros.
Y terminó como gerenciador del boliche donde ocurrió el mayor desastre no natural
del país. Murió ayer a los 61 años, víctima de un cáncer. Cumplía en su casa la condena a casi 11 años de prisión.
Por Carlos Rodríguez
“Mi primer nombre es Emir, y un emir es una especie de
príncipe. A mí me gusta creerme que soy importante. Por eso no caigo bien: soy
un poco fanfa. Tuve suerte, siempre hice lo que quise con mi vida.”
Entrevistado por la periodista Viviana Gorbato para el libro Noche tras noche
(1997), sobre la vida nocturna en la ciudad de Buenos Aires, Emir Omar Chabán,
fallecido ayer a los 61 años, daba clara muestra de una personalidad
desafiante. Era un hombre siempre predispuesto a llamar la atención con gestos
extravagantes. Esa postura se derrumbó en la noche del 30 de diciembre de 2004,
cuando el incendio en el boliche República Cromañón destruyó 194 vidas, la
mayoría de ellas muy jóvenes, y puso grilletes en el camino de Chabán. Primero
fue condenado a veinte años y luego le rebajaron la pena a diez años y nueve
meses de prisión. El rey de la noche, del rock y del under, se refugió en la
Biblia y en la “culpa colectiva” por la tragedia de Cromañón, para tratar de
eludir una responsabilidad que le pesaba y admitía en su fuero íntimo, y en
algunas entrevistas, pero siempre a medio camino. Su última resistencia –física
y mental– fue avasallada por una enfermedad terminal.
En sus tiempos de gloria, cuando estaba al frente del
boliche Cemento, se daba a los placeres y compartía su vida con Katja Alemann,
una mujer exitosa que lo acompañaba en sus extravagancias sin dejar de lado su
propia carrera artística. Chabán, fiel a su estilo, solía decir que nunca había
creído en la fidelidad y afirmaba: “Sólo pienso en ellas, a pesar de ser
misógino”. Llegó a decir que le “aterrorizaban” las mujeres, aunque admitía que
le habían enseñado “a tener complejidad, cierto refinamiento y a cagar guita.
Comprar y comprar me excita más que las mujeres”.
Chabán nació el 31 de marzo de 1952 en la localidad
bonaerense de San Martín. Las actividades que lo hicieron reconocido como
empresario empeñado en difundir el rock y el teatro alternativo comenzaron a
principios de los ochenta, cuando abrió el Café Einstein, asociado con Sergio
Aisenstein y Helmut Zieger. El boliche estuvo abierto sólo dos años, en
Pueyrredón y Córdoba, pero se había convertido en un sitio de referencia del
rock argentino. Eran frecuentes los shows de grupos que estaban iniciando su
carrera, pero que luego serían nombres emblemáticos del rock argentino, como
Sumo, Soda Stereo o Los Twist.
La inauguración de Cemento se produjo en junio de 1985.
Laura Ramos, coautora junto con Cynthia Lejbowicz del libro Corazones en
Llamas-Historia del Rock Argentino en los 80, dijo sobre la apertura de ese
templo del rock: “Cemento se había inaugurado el 28 de junio de 1985 pese a que
el día anterior no estaban listas las losetas del techo; los pisos rebasaban de
material, faltaba el sonido y aún no se habían comprado las bebidas. Llovía a
cántaros esa noche y el local se inundó. ‘Mejor no abramos’, propuso Omar
Chabán; ‘Vamos a abrir igual’, decidió Katja Alemann. Ella estaba vestida como
una walkyria, con su cabellera colorada peinada hacia lo alto”.
“Más de mil tarjetas habían sido repartidas. Los invitados
dejaron el lugar cerca del amanecer con los zapatos destruidos por el cemento
húmedo del piso. Una semana después, la gente que llegaba de la calle se topó
con Omar Chabán metido hasta la cintura en un foso abierto en el hall de
entrada.”
“Alertados sobre las excentricidades de Cemento, todos
creyeron estar presenciando una performance cuando en realidad, el material
acumulado durante la construcción había taponado la red cloacal y Omar trataba
de evitar la inundación”. Es decir, una nueva inundación, en este caso, de
aguas servidas.
En el mismo libro, el propio Chabán recordó ese
acontecimiento: “La noche de la inauguración de Cemento yo subí al techo.
Llovía y había mucho viento. Miraba la imponencia del cielo y pensaba que había
vencido al monstruo. Casi me pongo a llorar. En ese momento subió mi papá y me
llamó. No supe qué pasó toda esa noche, no tengo noción de la gente. Sé que
subí al escenario y dije algunas cosas, pero no lo recuerdo”.
En todos los casos, Chabán le supo imprimir su estilo, que
era el de trato personalizado con músicos y managers de las bandas. Fue en
abril de 2004 cuando inauguró el más grande de los boliches en los que fue
gerente: República Cromañón. Cuando se produjo la tragedia, el 30 de diciembre
de 2004, Chabán fue detenido horas después del hecho que provocó la muerte de
194 personas, la mayoría de ellas muy jóvenes.
Lo detuvieron por orden de la jueza María Angélica Crotto y
fue liberado cinco meses después. Estuvo 166 días en libertad, en la casa de su
madre y luego en una isla del Delta –donde se refugió para escapar de los
escraches de los familiares de las víctimas–, hasta que volvió al penal de
Marcos Paz. Pasó más de dos años, hasta que obtuvo su excarcelación y fue
liberado otra vez, el 7 de diciembre de 2007. El 19 de agosto de 2009, el
Tribunal Oral Nº24 lo condenó a veinte años de prisión, hasta que luego de
varias instancias judiciales, el 17 de octubre de 2012 lo sentenciaron a diez
años y nueve meses de cárcel.
En agosto de 2013 le concedieron la prisión domiciliaria por
la grave enfermedad que padecía y al poco tiempo lo internaron en el Hospital
Santojanni. En una entrevista con la revista Rolling Stone, ya internado, su
estado de salud y la condena sufrida lo habían hecho renegar de su propio
pasado libertario como actor, artista plástico y gerente: “Soy antilibertad. La
libertad crea gente boluda y violenta”.
Su postura parecía apuntar a los que prendieron la bengala
en Cromañón y a los que él les adjudicó siempre la responsabilidad de lo
ocurrido, como si no hubiesen existido las salidas de emergencia cerradas con
candado, la venta excesiva de entradas, la incitación a llevar bengalas a los
recitales de Callejeros y de otras bandas, y la media sombra. De todos modos,
hacía su autocrítica tardía: “Toda la vida fui negligente, nunca pude controlar
la violencia” en los boliches en los que fue gerente.
Pablo Plotkin, el periodista que lo entrevistó, lo define
con acierto en la introducción de la nota: “Un tipo siempre a mitad de camino
entre la sensatez y el delirio, entre el carisma y la altanería, entre lo
sofisticado y lo popular”.
Algunas de las manifestaciones de Chabán en ese reportaje
apuntalan la observación de Plotkin:
“Yo soy el mayor fracasado del éxito. Siempre me echaron de
todos lados. Todo el mundo quería que me fuera del país. Y al fin lo lograron,
porque la cárcel es una isla.”
“La idea de salir a la calle me da miedo. En una cárcel te
cuidan, te dan cursos. Si lo tomás positivamente, es bárbara la cárcel.”
“La angustia que sentía por los muertos de Cromañón hoy la
fui desplazando a las consecuencias que tuvo sobre mi familia: lo que he hecho
sufrir a mi mamá, mis hermanos, mis sobrinos.”
“Yo digo que lo único importante que hice en mi vida, lo
único importante, es hacer que los grupos ganen guita. De lo otro puedo estar
hablando veinte horas. Pero lo importante es que, a partir de Cemento, los
grupos empiezan a ganar guita sin tener que chuparle el culo a nadie.”
Algunos quieren mi núcleo neurótico, no les alcanza con la
condena. Pero no lo van a vencer. Porque después de los 50 años el núcleo
neurótico no cambia. Lo dice Freud.”
“Acá había una ideología de la bengala, una cosa viril y
machista. Yo acepto mi responsabilidad en Cromañón, Callejeros también, pero el
público es responsable con nosotros. No penalmente, pero sí a nivel social.
¿Por qué nunca nadie habla de ellos?”
El tema de la “culpa colectiva” es algo que muchos han
señalado después de la tragedia de Cromañón, por Cromañón, como ha ocurrido
antes en muchos otros episodios trágicos de la historia nacional y universal.
“Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie”, decía la escritora y
activista feminista española Concepción Arenal y esos conceptos han sido
tomados, entre otros, por Eduardo Galeano, para rechazar la idea de la
responsabilidad colectiva.