El ministro de Economía Axel Kicillof, en una entrevista a
fondo realizada por un enviado especial del diario mexicano La Jornada, habla de su historia personal en la política, de la economía del país, de la región y de los fondos buitres.
"Parábolas de la historia: en el amplio despacho donde
Martínez de Hoz modernizaba la economía desapareciendo a los trabajadores,
Kicillof abraza al enviado de La Jornada con un brazo extendido y el otro
sosteniendo un teléfono celular. Surge, entonces, una situación insólita:
“perdone usted señor minist… doct… ¿puedo tutearlo?” Pegando un sorbo a la
bombilla del mate, el ministro sonríe: te saludé de beso, ¿no? Hábito que, en
efecto, fue impuesto por las juventudes argentinas en los años 80, con la
vuelta a la democracia, el abandono de la clandestinidad y el retorno de los
exiliados. Una época que Kicillof evoca así:
“Entré a la política en el centro de estudiantes de mi
colegio, el Nacional Buenos Aires, con la llamada ‘primavera alfonsinista’. El
centro era conducido por el Partido Comunista, que lo había mantenido en la
clandestinidad. Apoyamos la orientación antimperialista de la juventud radical,
y su aliento yrigoyenista, popular, vinculado al eje de la campaña: los
derechos humanos. Aquello fue una explosión de militancia y ‘destape’.
“Me nombran delegado del Centro, dejamos de usar corbata
(que era obligatoria), y el pelo a dos dedos de la camisa. La Comisión Nacional
de Desaparecidos difundía masivamente hechos que la sociedad en su conjunto
desconocía, o que no quería saber o decir. Buena parte de la clase media
profesional urbana, de la que provenía mi familia, tenía un exiliado o un
desaparecido. Los que hoy me acompañan en ‘La Cámpora’ (agrupación
kirchnerista) entraron con mucha confianza en la política. Tras ello, la rápida
decepción con el proceso alfonsinista. Con dos componentes: el alfonsinismo,
que había llegado al gobierno con la idea de castigar los crímenes de lesa
humanidad, terminó decretando, por razones fácticas, las leyes de obediencia
debida y punto final. Y luego, la amnistía de Menem a los pocos militares que
estaban presos.”
¿Qué te llamó la atención del kirchnerismo?
–Muchos de los que hoy estamos en este proceso, advertimos
que con Néstor Kirchner la política volvía a ser una posibilidad de
transformación real frente a los poderes que la limitaban, sean militares o
económicos. El propio discurso alfonsinista reconoció que la renuncia de
Alfonsín fue un golpe de mercado. Los militares detuvieron el proceso de juzgar
los crímenes de lesa humanidad, y los banqueros se negaron a un crecimiento con
orientación más popular.
¿Ahí es cuando descubres la inexistencia de la economía en abstracto?
–Claro, pero lo decisivo fue la resistencia contra el
neoliberalismo, que había causado un gran desprestigio de la política y los
partidos. Época del zapatismo, del que se vayan todos, de la horizontalidad en
las organizaciones, de la discusión de la política clásica en cualquiera de sus
vertientes. Pero también de muchísimo retroceso en los movimientos organizados,
tanto políticos como obreros, y que a nivel de los intelectuales y las
universidades engendró una resistencia a la defensiva y bastante impotente.
EL MODELO K
¿Es posible luchar contra el capitalismo dentro del capitalismo?
–En 2003, cuando arranca este proceso, muchos intuimos que
se venía una posibilidad de transformación real. Con el kirchnerismo renació la
causa de los derechos humanos, y las potencialidades de un proyecto económico
transformador. Pero no de lucha contra el capitalismo dentro del capitalismo.
Creo que en los países periféricos –y no quisiera ahora abrir la clásica
discusión sobre las etapas– hay que reconstruir el capitalismo. El desguace del
Estado y de la economía habían convertido a nuestro país y los de América
Latina en coto de caza de las finanzas, de los servicios, de reciclaje de los
capitales de los países centrales y de una pérdida de las propias reglas de
acumulación del capital. Habían dinamitado todo. Entonces, con base en los
trabajadores, industriales y empresarios nuestro proyecto apuntó a la
reindustrialización, ampliando la base productiva y tecnológica que permita la
reproducción del capital, la inversión y, por sobre todo, la reconstitución de
un mercado interno.
¿El empresario argentino entiende la importancia de cambiar la matriz
productiva del país?
–Ahí está el nudo. Al empresario que invierte, que toma
riesgos, que siente apego por su país, el Estado tiene que brindarle una suerte
de biosfera para que pueda prosperar. A los que en estos años apostaron a la
inversión y la producción, les fue bien. La idea del empresario ausentista
(como alguna vez fue el terrateniente ausentista), que junta un capital y lo
resguarda en el exterior sacándolo del ciclo productivo, tuvo mucho que ver con
el Estado ausente que no genera condiciones de estabilidad y de acumulación.
Dicen que el gobierno no da seguridad jurídica, certidumbre, que no hay clima
de negocios. Pero el Estado argentino ya no está colonizado por los
empresarios. La etapa en que nos hallamos busca la reconstrucción del tejido
social, de la clase trabajadora y de un sector empresarial auténtico.
Como fuere, el proyecto es capitalista...
–Así es. Pero no un capitalismo rentista, de saqueo,
extranjerizado y hostil a que Argentina crezca con base en su capacidad
productiva, generando una mejor distribución de la riqueza. O sea: crecimiento
con inclusión social. Algo que no marcha separado, sino que es la misma cosa.
Durante décadas se nos dijo que primero había que crecer para después
distribuir. Sin embargo, creo que en países como el nuestro es a la inversa:
hay que distribuir para que, con base en el mayor poder adquisitivo de los
salarios y la reconstitución del mercado interno, aparezcan oportunidades de
inversión que permitan el crecimiento.
Durante el proceso de recuperación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales
(YPF) decías que la gestión del grupo Repsol incurrió en depredación,
desinversión y desabastecimiento. Y que lo grave no había sido la
privatización, sino la desnacionalización de YPF...
–En efecto. Pero también otros elementos del sector
energético se imbrican en la política general. Nosotros entendemos que la
energía es un recurso nacional, y que el Estado tiene que ejercer soberanía
sobre sus recursos. Esto quiere decir que no podemos crecer con salarios bajos
en dólares, o que nos convirtamos en plataforma internacional de ensamblaje. La
tradición industrial y trabajadora de los argentinos también cuenta. Disponemos
de energía, pero no somos un país exportador de petróleo y gas. Durante mucho
tiempo Argentina se autoabasteció. Entonces, a partir de 2003, fijamos a los
recursos energéticos precios internos, desdoblados de los externos. ¿Por qué?
Porque las empresas veían que los precios internos estaban muy por debajo de
los internacionales. Pero si poníamos el precio a escala internacional,
matábamos la industria doméstica. Y esto hizo crujir el esquema neoliberal
heredado de los años 90. Al que no le interesaba, obviamente, la participación
del Estado.
“Cuando las empresas del sector energético analizaban los
proyectos de inversión, concluían que no era negocio vender el barril de
petróleo interno a 40 dólares, mientras afuera estaba a 90 dólares. Y cuando
competían en los distintos proyectos de inversión usaban la rentabilidad
internacional y la producida en nuestro país para sus proyectos en el exterior.
Las petroleras eran rentables en el país, pero mucho menos rentables que en otros
lugares del mundo. Por tanto, se llevaban los recursos internos para sus
proyectos externos, financiándolos con las ganancias obtenidas en Argentina.
Así, mientras menos invertían, más rentabilidad tenían.
Era un problema estructural, y agravado porque la
desregulación no ofrecía instrumentos para dirigir las inversiones. Con lo
cual, en estos años, llevamos una relación tensa con las empresas, porque el
gobierno presionaba para que reinvirtieran los excedentes producidos en el
país, y grupos como Repsol (que se había quedado con YPF) se llevaban todas las
utilidades al exterior.
¿Todas las empresas energéticas actuaban igual que Repsol?
–Las de capital nacional respondieron mejor, y las
extranjeras peor porque tenían, como dije, otros proyectos de inversión a los
que dirigían sus recursos. Argentina no requería de recursos nuevos. Digámoslo
con claridad: si el precio de salida de un barril de petróleo podía ser de 17
dólares en Argentina, el de venta era de 70 dólares. Diferencia que generaba
una enorme rentabilidad. Pero a su vez especulaban con vender el barril a 100
dólares. Esto llevó a despreciar las inversiones en nuestro país.
INFLACIÓN Y EMISIÓN
MONETARIA
¿La emisión genera necesariamente inflación?
–Sí y no. Esa es una de las discusiones más antiguas de la
teoría económica. Mi tesis doctoral trató sobre Keynes, porque mis profesores
aseguraban ser keynesianos. Pero nunca nos enseñaron a Keynes. En los años 90
hubo una colonización tal en la teoría económica, que en realidad eran todos
monetaristas. Entonces, leo por mi cuenta la Teoría general del empleo, el
interés y el dinero de Keynes, y encuentro que el inventor de la idea de que no
hay proporcionalidad entre precios y emisión es Keynes. Un teórico monetario
que explica que si yo emito más dinero, hay que ver qué se hace con él. Los
monetaristas de la Escuela de Chicago –que fueron parte integrante de la
dictadura militar– sostienen que el aumento de la emisión se refleja en los
precios. Pero hay algo que no dicen: primero, que en ninguna economía
periférica hay pleno empleo; segundo, que si hay más capacidad productiva se
puede generar más empleo.
Sin embargo, los monetaristas continúan defendiendo a brazo partido sus
teorías…
–Y hasta yo podría decir que la teoría monetarista conlleva
algo de realidad. Sin embargo, no la tiene. Porque cuando yo estudio, la tasa
de desempleo era de 18 por ciento, y después alcanzó 25 por ciento. Así es que
nadie me va a convencer de que la emisión no puede tener un efecto dinamizador
sobre el crédito. En estos años recientes, Estados Unidos triplicó la base
monetaria, y están en una situación deflacionaria. Y Gran Bretaña la
quintuplicó. Por consiguiente, no hay una relación directa entre base monetaria
y nivel de precios. ¿Por qué? Porque no hay pleno empleo. La gran mentira del
monetarismo asegura que no se puede dinamizar el crédito, que no existe la
política monetaria. Pero en Argentina sí existió con la convertibilidad y la
dolarización que amputaron, dolorosamente, las atribuciones del Estado en su
política económica y monetaria.
¿Y el impacto de la emisión sobre la inflación?
–Podemos discutir el papel de la emisión en un proceso
inflacionario. Indudablemente, hay mucho que discutir. Pero la premisa de que
la emisión se va a precios, es mentira. En economía, nadie serio cree
mecánicamente en la idea cuantitativa del dinero. Más bien se trata de un lema
para impedir que países como el nuestro apliquen una política monetaria en su
propio beneficio, y en beneficio de la producción y el empleo.
¿Ha sido exitosa la política de precios cuidados?
–Me parece que sí, porque en Argentina el sistema de
comercialización concentrado opera con márgenes muy altos de rentabilidad. De
un lado, oprimen al consumidor; por el otro, al productor. Esto no ocurre en
los países desarrollados, con políticas de inversión y competencia más fuerte,
y cadenas comerciales más abiertas. Pero acá tenemos cinco cadenas de
supermercados, que si en el corto plazo quieren generar movimientos de los
precios, lo pueden hacer. Conducta que siempre justifican con el pretexto de
que ven peligros de devaluación, peligros de no sé qué y entonces,
preventivamente, elevan los precios.
Los sectores de oposición emplean el vocablo control…
–La idea central de precios cuidados consiste en monitorear
los costos para que no haya abusos en los precios. No es un congelamiento de
precios. Eso de que los precios se mueven caóticamente también es funcional a
las rentabilidades extraordinarias de la cadena comercial y de los productores
concentrados.
Por último, ¿serán derrotados los fondos buitres?
–A finales de año, cuando desaparezcan los instrumentos que
los fondos buitres han utilizado para la extorsión, habrá mejores posibilidades
para dialogar con los acreedores que optaron por quedar fuera de la
restructuración de la deuda. El default más grande de nuestra historia fue
causado por el neoliberalismo. Y lo arreglamos muy bien. Pero ahí apareció el
pequeño grupo de abogados, más que de financistas, y un juez que se hizo eco de
esto. Muchos gobiernos, entre ellos México, acompañaron nuestra posición, y
mostraron buena disposición frente a un problema que no quisieran ver reflejado
en el espejo de su porvenir."
(Diario La Jornada –
México – 3/11/2014) José Steinsleger