La delegación argentina será homenajeada en la 28ª edición de la FIL que comienza hoy. La delegación nacional, con cincuenta escritores, ofrecerá una programación diversa y apabullante.
Por Silvina Friera Desde Guadalajara
Volver a México con el corazón en la garganta, la cabeza en las manos, el estómago en los pies. Muchos argenmex –Mempo Giardinelli, Tununa Mercado, Noé Jitrik y Tamara Kamenszain, entre otros– regresan a su entrañable segundo hogar. El desembarco multitudinario de escritores, artistas y músicos en la 28ª Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) está por comenzar. La Argentina, país invitado de honor de esta edición que se realizará desde hoy hasta el 7 de diciembre, jugará sus mejores cartas con una programación literaria, teatral, plástica y musical diversa y apabullante, organizada por la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería, que dirige Magdalena Faillace. Entre los 50 escritores invitados se destacan Luisa Valenzuela, Hebe Uhart, Diana Bellessi, Ana María Shua, Juan Sasturain, Hugo Mujica, Guillermo Martínez, Martín Kohan, Rodolfo Alonso, Claudia Piñeiro, Laura Alcoba, Guillermo Saccomanno, Fernanda García Lao, Jorge Boccanera, Carlos Gamerro, Carlos Busqued, Selva Almada, Leopoldo Brizuela, Sergio Olguín, María Rosa Lojo, Samanta Schweblin, Hernán Ronsino, Pablo de Santis, Jorge Consiglio, Eduardo Sacheri, Miguel Vitagliano, María Teresa Andruetto, Liliana Heker, Sylvia Molloy, Elsa Osorio, María Negroni y Félix Bruzzone. Durante los nueve días que dura la FIL, se realizarán cuatro homenajes a Juan Gelman con la presentación del poemario póstumo Amaramara, la obra de teatro basada en ese libro, un espectáculo musical a cargo del trío Rodolfo Mederos y una mesa destinada a recordar al hombre del periodismo y los derechos humanos, en la que participarán Horacio Verbitsky, Mara Lamadrid y su nieta Macarena Gelman.
Jorge Consiglio dice que está “muy feliz” por participar en esta feria, que ofrece la posibilidad de intercambio con otros escritores de Latinoamérica. “Estoy en una mesa panel con Altair Martins, un brasileño de Porto Alegre cuya novela fue traducida al español y me gustó mucho. Siempre uno viene de las ferias con una cantidad de información de lectura que después lo tiene ocupado un buen tiempo. También, por supuesto, está la cosa social. Encontrarse con amigos, no necesariamente extranjeros, y darse el tiempo para hablar y tomar algunas copas fuera de la estructura cotidiana. Además, por lo que vi en el programa, hay varios eventos como películas, obras de teatro, espectáculos de música, a los que me interesa asistir. Viajar a la FIL me abre la posibilidad de estar varios días inmerso en las distintas formas de la actividad artística.” Hernán Ronsino asegura que es “una gran feria” que no pierde de vista la promoción de la lectura y la difusión no sólo de autores consagrados, sino de autores nuevos. “Siento que es un espacio de encuentro, de debates, de vitalidad. Tienen una actividad que me parece maravillosa. Son los Ecos de la FIL, visitas de escritores invitados a escuelas del estado de Jalisco. En 2011 pude participar en una escuela de la ciudad de Tamazula, a tres horas de Guadalajara, y fue una experiencia muy bonita”, recuerda el autor de Glaxo y Lumbre.
“Soy una lectora fascinada por la literatura mexicana, que siempre nos da sorpresas increíbles. No quiero hacer listas, que siempre son injustas, digamos que así como en mi adolescencia leía estremecida a (Juan) Rulfo y a (Carlos) Fuentes, después descubrí a (Elena) Poniatowska y hoy me sorprenden y perturban (Fabio) Morábito, (Jorge) Volpi, (Juan) Villoro, (Cristina) Rivera Garza, (Ignacio) Padilla, (Guadalupe) Nettel... Qué locura, es una literatura infinita que abarca todos los matices, todas las corrientes”, subraya Ana María Shua a Página/12. “Tal como nos sucede en cualquier otro ámbito histórico o cultural, tendemos a considerar primero las diferencias. ‘¡No nos parecemos en nada!’, aseguramos, equivocadísimos. Después, cuando lo pensamos un poco, a pesar de nuestras enormes diferencias, la geopolítica se impone, y cuando nos comparamos con literaturas de otros continentes nos damos cuenta de que sí, hay similitudes. México tenía a su (Juan José) Arreola cuando aquí nos escribía nuestro Borges. Aquí y allá pasamos por la época en que nuestros escritores contaban la ciudad como microcosmos del país. Aquí y allá, las novelas pretendían dar cuenta de la identidad total de la nación, su historia, su sociedad, su presente... Hoy esa pretensión estalló y los escritores jóvenes salen a la caza de sus fragmentos.”
Consiglio cuenta que la literatura mexicana lo marcó en varios momentos de su vida. “Octavio Paz fue el primer autor mexicano al que accedí. Empecé con sus ensayos. Me mató El laberinto de la soledad. Hace más de treinta años que lo leí viajando en el colectivo 39 y todavía recuerdo la emoción estética que me produjo. En ese texto hilvanaba sus argumentos sobre la identidad mexicana con aire casual, pero sin perder rigor. Después me enganché con su poesía, a la que todavía vuelvo cada tanto. Y hablando de poetas, hay otro mexicano que me encanta: José Emilio Pacheco. Inagotable. Además era un excelente traductor. Hace poco me prestaron una traducción de los Cuatro Cuartetos de Eliot que él hizo: excelente. Si pienso en narrativa, hay un mexicano decisivo: Rulfo. Estoy pasando por alto a muchos, pero tengo frescos un par que me gustaría agregar a la lista: Sergio Pitol –como narrador y como ensayista– y otro autor que tengo menos leído, pero que me resulta interesante: Volpi.”
Samanta Schweblin advierte que, por su condición de argentina, “la literatura mexicana es un mundo extraño, pero a la vez conocido”. “Es un mundo que puedo entender, pero sigue siendo extranjero.” A la hora de nombrar autores, las etiquetas nacionales quedan relegadas a un segundo plano, según la autora de Pájaros en la boca y Distancia de rescate: “Pero incluso bajo las etiquetas me encontré grandes sorpresas estos últimos años. Trabajos de este reino, de Yuri Herrera, que es un autor mexicano que me interesa mucho, juega con el mundo del narco, que es uno de los grandes temas literarios mexicanos y, sin embargo, lo hace desde una visión absolutamente original. O Muerte súbita, de Alvaro Enrigue, que por momentos retoma la vieja historia de la Conquista española, pero desde un costado insólito y brillante”. Ronsino encuentra en algunos autores mexicanos contemporáneos “puntos en común con temas o modos de abordar la literatura” que le interesan y que, en la Argentina o en otros puntos de América latina, también aparecen como marca de época. “Pienso en los vínculos entre violencia y memoria, escritura fragmentada, construcción de ciertos territorios imaginarios. Me gusta lo que hacen Emiliano Monge, Julián Herbert, Daniela Tarazona o Yuri Herrera”, dice.
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