Hugo Muleiro discute sobre el uso del lenguaje en la
práctica periodística y las fórmulas que encierran errores y, en otros casos,
encubren prejuicios o posiciones políticas.
Por Hugo Muleiro *
Las industrias que producen información y entretenimiento
son maquinarias procesadoras del lenguaje. Lo toman, lo vuelven su posesión y
disponen de él en una dinámica que es inevitable, lo cual no resta interés al
examen de los aspectos más críticos para, si hubiera con qué, introducir
prácticas superadoras. En el caso específico del periodismo informativo, son
tan conocidos como numerosos los imperativos que tensionan la generación de
discursos y que a menudo empujan a errores, reduccionismos, tergiversaciones.
La celeridad que demanda generar y exponer noticias,
exacerbada por la competición mercantil, explica buena parte de un problema que
puede ser examinado prescindiendo de cualquier forma de purismo lingüístico,
soltando el lastre del fanatismo por la norma y abriendo la posibilidad de una
acción informativa que, con suerte, aporte frescura, renovación, talento.
Sin embargo, esa suerte suele ser esquiva. Una mirada rápida
a usos extendidos de términos y fórmulas demuestra una gama de yerros que van y
vuelven entre emisores y receptores, y que se instala con tanta solidez que
hasta parece extraño pensar en ello. El periodismo informativo amasa
especificidades lingüísticas, como lo hace cualquier otra actividad u oficio, y
adopta además las de otros ámbitos. Por citar algún caso, el anuncio frecuente
de la Cámara de Diputados o de Senadores dando “media sanción” a un proyecto de
ley, en sentido literal dice que se sancionó la mitad de la iniciativa, y no
que la aprobó una “mitad” del Congreso. El relator o comentarista deportivo
suele decir que el jugador “se ganó la amarilla”, como si la amonestación
representara ganancia y no perjuicio. En estas dinámicas hay también giros que
parecen deslumbrar, junto con modas o esnobismos. Hoy parece difícil debatir
sobre comunicación sin dejar de decir “nuevo paradigma”, independientemente de
que el enunciado preste o no utilidad a lo que se quiera expresar. Y no podrá
hablarse de un desafío para una actividad determinada si no se dice que él “nos
interpela”.
Serán en algunos casos palabras o fórmulas que se puedan
cuestionar aunque no causen daño significativo, o no pasarán de mera
curiosidad, o habrá aquellos que podrán ser atribuidos al impulso de presumir
modernidad o inventiva en el empleo del lenguaje. Pero hay también muchos casos
en que las modalidades del discurso saltan de la categoría de detalle
relativamente inocuo a la de instrumento incisivo, diseñado y usado para difundir
una postura política y una ideología (o, como también parece obligación decir
actualmente, para “construir sentido”).
Un ejemplo tratado incluso a niveles presidenciales es el de
“gasto social”, fórmula muy usada en despachos informativos. Lo que parece
remitir a un renglón más del presupuesto ubica en la impopular categoría de
“gasto” al compromiso de los estados con sus poblaciones. Por eso en su momento
el presidente Luiz Lula da Silva reclamó pasar a la denominación “inversión
social”. Correspondería también un cambio con lo que buena parte del flujo
informativo proveniente de los centros del poder mundial llama “austeridad”
económica, que en los hechos es baja de salarios, menos servicios de educación,
salud y justicia.
En estos días se pudo ver que varios medios argentinos
apelaron a la palabra “ilegales” para referir a los inmigrantes que en Estados
Unidos están involucrados en alguna falta meramente administrativa. A propósito
de la reforma parcial que anunció el presidente Barack Obama, recurrieron a ese
término lapidario, que cuelga el cartel de “ilegal” a la persona que incurre en
alguna irregularidad migratoria y negándole su condición natural de sujeto
pleno de derechos, que como se sabe no se extingue al pasar frontera alguna.
Atrasan estos medios, y específicamente Clarín y La Nación, respecto de
organizaciones periodísticas con las que tienen vínculos y que hasta pueden ser
objeto de su admiración, como la agencia estadounidense de noticias The
Associated Press. Esta empresa, aun con sus tomas de posición política y su
defensa evidente de los intereses de Estados Unidos, decidió en abril de 2013
erradicar de sus textos la palabra ilegal para los inmigrantes porque “ningún
ser humano es ilegal”, como dijo su directora ejecutiva, Kathleen Carroll.