
Se llama Luz Patricia Mejía, es abogada y feminista. En una entrevista exclusiva, traza un balance de los últimos 20 años sobre la violencia contra las mujeres en la Región.
Por Sonia Santoro (Página 12)
La abogada Luz Patricia Mejía, secretaria técnica del
Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (Mesecvi), hace un
balance sobre los 20 años de aplicación de una convención que fue la primera en
hablar de la violencia contra las mujeres en términos de derechos humanos. Dice
que 20 años son pocos todavía para erradicar la violencia y que “el gran
desafío es poder deconstruir los estereotipos de género que profundizan la
violencia contra las mujeres”. Si bien los países progresistas de la región en
general ponen en agenda algunos temas fundamentales para las mujeres, también
observa claras resistencias: “Con el tema aborto, que es uno de los temas de
violencia institucionalizada más brutales contra las mujeres, no están logrando
los avances que quisiéramos”.
Se cumplen 20 años de Belém do Pará y están presentando una
Guía para la aplicación de la Convención, ¿por qué todavía falta una guía?
–La Convención tiene como dos maneras de verla. Una es verla
como la primera Convención que reconoce el derecho de las mujeres a vivir una
vida sin violencia como un derecho humano y que estableció y generó una
cantidad de estructuras y andamiaje muy importante en la región respecto de
visibilizar la situación de las mujeres frente a la violencia. Pero al mismo
tiempo, la violencia está tan enraizada en nuestra cultura –la violencia contra
las mujeres, las desigualdades entre varones y mujeres–, que más allá de la
Convención, lo que está permeado en las sociedades americanas es que la
violencia es de un orden natural. Entonces si bien tenemos estructuras, leyes,
planes nacionales, algunos mecanismos de garantías, tanto hombres como mujeres
seguimos teniendo una cultura arraigada en el machismo.
Veinte años no es nada...
–Claro, veinte años después todavía nos damos cuenta de que
tenemos que seguir deconstruyendo esos valores con los que fue construido el
estado moderno.
Si lo pensamos históricamente, ¿qué significó en su momento
esta Convención?
–Siempre pienso en la Convención como un logro en la lucha
del movimiento de mujeres, feminista, por visibilizar una situación que tenía
ribetes de prácticamente delitos de lesa humanidad a lo largo y ancho de la
región, sin que hubieran sido identificados como tales. Si nosotros miramos
hacia atrás, antes del año ’94, ya se había empezado a hablar de una manera
permanente y clara de las grandes violaciones de derechos humanos que ha vivido
la humanidad y sin embargo nunca se había destacado el impacto diferenciado que
alguna de esas mismas violaciones habían tenido en las mujeres. De hecho, la
Argentina es un claro ejemplo, donde ha habido una reconstrucción histórica
sobre lo que fueron los años de la dictadura y se han generado estructuras,
quizá las más importantes de la región y del mundo en materia de reconstrucción
de memoria histórica, y recién ahora se están empezando a reconocer los tipos
de violencia de los que fueron víctimas las mujeres. Y esa distinción y esa
posibilidad son un aporte que ha hecho claramente Belém do Pará, que fue no
solo pionera sino revolucionaria.
¿Está ratificada por toda la región?
–Sólo Estados Unidos y Canadá no son parte.
¿El mayor logro entonces fue instalar en la agenda la
violencia contra las mujeres?
–Instalar en la agenda el derecho a vivir una vida libre de
violencia. O sea, establecerlo como un derecho humano, a la integridad, a la
vida de las mujeres.
¿Cuáles son los obstáculos para su aplicación? Por ejemplo,
las mujeres siguen teniendo muchos problemas para acceder a la Justicia.
–Se han diagnosticado muy claramente los obstáculos para el
acceso a la Justicia: la concentración de los tribunales, el desconocimiento y
la falta de formación de jueces y operadores y operadoras de Justicia, la falta
de sensibilización, como toda una cadena de sucesos que impide a las mujeres
llegar a la Justicia. Pero yo creo que 20 años después el gran desafío es poder
deconstruir los estereotipos de género que profundizan la violencia contra las
mujeres.
¿Y para eso qué hay que hacer?
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Luz Patricia Mejía, abogada y feminista |
Al avanzar en la visibilización aparecen ciertas
resistencias y los planteos de “¿y los hombres que reciben violencia?” ¿Qué
hacer frente a esos planteos?
–Todos los estudios que han soportado la tesis de la
necesidad de visibilizar la violencia contra las mujeres hablan de que vivimos
en países violentos, eso sin lugar a dudas; algunos más violentos que otros,
algunos con conflictos armados, con la lucha contra las drogas, en fin, tenemos
una multiplicidad de situaciones violentas a lo largo de la región, a las que
hay que prestar atención. La diferencia en el planteamiento de hombres víctimas
de violencia y mujeres víctimas de violencia es que los hombres que son
víctimas de violencia, que en efecto hay un grupo etario más propenso a ser
víctima de violencia, que son los jóvenes, son en general víctimas por terceros
que no son familias, ni amigos, ni compañeros, y el espacio de inseguridad se
da en la calle, en el marco de otras relaciones que no necesariamente son de
poder. Cuando el movimiento feminista y el de mujeres se plantearon reconstruir
y evidenciar la situación de las mujeres fue porque el riesgo de las mujeres a
su integridad física y psicológica se daba en los espacios donde deberían estar
más seguras. ¿Cuáles son esos espacios? El espacio del hogar, de la escuela,
del trabajo. Y es allí donde se marca una clara diferencia. Por supuesto que
hay hombres víctimas de violencia en el seno familiar, pero la proporción es
tan ínfima que no requiere un llamado de atención. En el caso de la violencia
contra las mujeres, las cifras son enormes. En la Ciudad de Buenos Aires nomás
el año pasado se recibían 8000 denuncias.
¿Son los datos de la Oficina de Violencia Doméstica (OVD)
de la Corte Suprema?
–Sí.
Aun así se insiste con los argumentos que desacreditan...
–La construcción donde los hombres tienen ciertos
privilegios determina que no se pueda ver que las mujeres están sufriendo los
daños que la sociedad no reporta como daños. Si en un año se tienen las mismas
denuncias de agresión a taxistas, 8000, por poner un ejemplo, en cualquier país
del mundo habría una alarma. Cuando ponemos esa cifra comparativamente con las
mujeres, la reacción no es la misma. Y no es la misma porque tenemos un
problema de estereotipos, de naturalización de la violencia contra las mujeres
y claramente de relaciones desiguales de poder.
En varios países de la región hay gobiernos progresistas,
¿cómo han trabajado en relación con la violencia?
–Creo que las agendas progresistas en general ponen en
agenda algunos temas que para las mujeres son fundamentales, sin embargo, creo
que también existen unas claras resistencias. Por ejemplo, varios países de la
región que son progresistas, con el tema aborto, que es uno de los temas de
violencia institucionalizada contra las mujeres más brutales, no están logrando
los avances que quisiéramos. Incluso no se puede discutir abiertamente el tema.
El sistema internacional de protección de derechos humanos, tanto universal
como interamericano, ha dicho claramente que la prohibición absoluta del aborto
atenta contra los derechos de las mujeres y que puede ser comparada con tratos
crueles, inhumanos y degradantes.
Es evidente que en los países con muchas más políticas
sociales han tenido un impacto muy importante los derechos económicos, sociales
y culturales de las mujeres. Por ejemplo, el reconocimiento del trabajo en el
hogar, del derecho al cuidado, de la seguridad social para las amas de casa,
son parte de una agenda progresista que ha avanzado mucho en la región y que
pone a los estados que no han tenido esta agenda en la lupa para poder avanzar.
Sin embargo, la región sigue siendo la de mayores índices de feminización de la
pobreza, frente a otros índices de desarrollo.
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¿Y Argentina cómo está?