Es sociólogo, hace una semana supo que era hijo de los
desaparecidos Hugo Castro y Ana Rubel y había nacido en la ESMA. Estuvo “el
24 de marzo de 2004, cuando Kirchner hizo el acto en la ESMA”, sin imaginarse
que él también había nacido allí.
Por Victoria Ginzberg
El 24 de marzo de 2004, Jorge Castro Rubel estuvo en la
ESMA. Fue al acto en el que se anunció que el lugar se iba a convertir en un
Espacio para la Memoria y que terminó con una multitud entrando al lugar que
los marinos habían intentado preservar como un santuario. El estaba volviendo,
pero no lo sabía. Había nacido ahí, en junio o julio de 1977, en una piecita
del Casino de Oficiales. Fue un bebé prematuro y de poco peso que los
represores llevaron a la Casa Cuna. Jorge se enteró de esta historia, la suya,
hace una semana. Hasta que una tía se acercó para decirle que quienes creía que
eran sus padres no lo eran, nunca había tenido dudas sobre su identidad. Pero
en ese instante supo que podía ser hijo de desaparecidos. Lo siguiente fue
llamar a Abuelas de Plaza de Mayo. “En un primer momento me moviliza pensar que
no podía ser egoísta si había una familia que me estaba buscando. Sentí una
responsabilidad con ellos. Pero después fui entendiendo que también era por mí,
que era muy importante conocer mis orígenes”.
Jorge Castro Rubel es sociólogo. Estudió en la UBA y ahora
es investigador asistente del Conicet. Hizo su tesis sobre el proceso de lucha
sindical en el subte y ahora está indagando en la relación entre conflicto
social y cultura. Es rubión y disimula que le faltan tres años para los
cuarenta. Vive en un sencillo departamento en Villa del Parque con su mujer y
sus dos hijos. En las paredes hay unos pocos cuadros y varias calcomanías que
dejaron a su paso los pequeños. Los libros son los otros objetos que se
destacan en el ambiente.
Jorge es hijo de Ana Rubel y Hugo Castro, militantes de las
FAL, que fueron secuestrados en enero de 1977 por el Ejército y estuvieron en
algún centro clandestino de detención dependiente de esa fuerza hasta que Ana
fue llevada a la ESMA para dar a luz. “El hijo nació sietemesino: tenía dos
kilos, era varón y dos días después ella gritaba, preguntaba, quería saber y
trajeron una incubadora para la criatura, pusieron al chiquito y ella me pedía
por favor que mirara si tenía todos los dedos, los piecitos, si tenía alguna
característica particular, y dos días después fueron trasladados”, contó al
declarar en el juicio por el plan sistemático de apropiación de bebés Sara Solarz
de Osatinsky, una sobreviviente de la ESMA que junto con Alicia Milia estuvo en
el nacimiento de Jorge.
“Había en mi mamá una gran voluntad de que yo naciera y se
ve que en mí, una gran voluntad de vivir”, dice ahora Jorge.
¿Cómo te enteraste de que eras hijo de desaparecidos?
–Nunca tuve dudas sobre mis orígenes. Tampoco era un tema
que se hablara demasiado. En cualquier familia se da por hecho, si no se habla
algo en contrario, de que los hijos son los hijos. Hasta que en agosto una tía
se acercó y me dijo que entendía que un chico... o más bien un joven de 37 años
no podía no saber sus orígenes y que me quería contar que era adoptado.
¿Ella sospechaba que podías ser hijo de desaparecidos?
–No. Ella no sabía más que eso. Por la edad que tengo, era
una posibilidad. Pero los chicos que atravesaron mi situación son
estadísticamente pocos. Inmediatamente le dije: “Yo nací en el ’77, ¿soy hijo
de personas desaparecidas?”. “No lo sé”, me dijo.
Fue bastante automática tu suposición.
–Fue bastante automática porque sé bien lo que fue la
dictadura cívico-militar, el plan sistemático de robo de bebés. Era una
posibilidad que evaluaba desde el conocimiento de lo que había pasado en la
Argentina. Fui a hablar con mis padres. Hubo algunos chisporroteos y una
dificultad muy grande de ellos de abrirse y contarme que no eran mis padres
biológicos. Después de unos días de tensión, me confirmaron que no era hijo
biológico de ellos, que para ellos no significaba quererme menos y que no
conocían mi origen. Me contaron lo que ellos sabían: que un día, cuando mi papá
estaba de guardia en la Casa Cuna –es médico–, llegaron dos personas y dejaron
un bebé en muy malas condiciones.
¿Eran dos hombres de civil?
–Eran dos hombres entre veinte y treinta años vestidos de
civil. El me atiende –es pediatra endocrinólogo– y se da cuenta de que yo era
muy chiquitito, muy prematuro. Ellos no tenían hijos, y ahí decide llevarme con
él y con mamá. Y es todo lo que ellos me transmitieron que saben.
¿Vos sabías que habías sido prematuro?
–Yo sabía que había nacido con bajo peso. Esa es la
información que tenía. Mi papá me lleva al departamento donde vivían y me
engordaron a lo loco, me hicieron una incubadora artesanal y salí adelante.
¿Te enojaste con ellos porque te mintieron?
–Sí. Me enojé desde el lugar de que una persona de 37 años
no puede vivir sin saber cuáles son sus orígenes. Además de todas las
repercusiones que puede tener, por ejemplo cuando vas al médico y te dicen si
tenés herencia de tal o cual cuestión, decís que no la tenés, pero la respuesta
en realidad es que no sabés. Sí, me enojé. Me parece que el silencio de ellos
tiene que ver con un prejuicio muy dominante en otra época, de “pobrecito, no
le digamos a este chico que es adoptado”, que por suerte hoy en día ya no
existe y se estimula que desde chicos sepan la verdad. Sabiendo que no era hijo
biológico de ellos, lo que hice fue pensarlo... un poquito; pero yo tenía la
convicción de que me tenía que hacer los análisis con el Banco Nacional de
Datos Genéticos. En un primer momento lo que me moviliza es pensar: “Si hay una
familia que me está buscando, yo no puedo ser egoísta y hacerme el tonto, por
ahí hay familia, amigos de quienes me gestaron que están hace una vida
buscándome”. Yo sentí en primer lugar una responsabilidad con ellos. Pero
después, en terapia, fui entendiendo que también era por mí, que era muy
importante conocer mis orígenes. Junté coraje y seguí el camino establecido por
Abuelas y Conadi.
¿Sabías lo que tenías
que hacer o te pusiste a averiguar?
–Sabía cuál era el trabajo de Abuelas. Me crié en una
familia en la que las Madres y las Abuelas eran bien vistas. El diario en la
casa siempre fue Página/12. Me metí en la página de Abuelas, llamé, me bajaron
un poco el copete. Me dijeron que después de Guido estaba todo desmadrado.
Después me derivaron a la Conadi. El 11 de noviembre me fui a analizar. Ahí
empezó la ansiedad en serio. Los resultados me los dieron el 4 de diciembre.
Confirmar o descartar: cualquier respuesta iba a ser impactante para mí. Pero
la respuesta positiva fue la mejor. Además es sentir que uno de algún modo
lleva una felicidad enorme a un montón de gente, y todo lo que significa el
proyecto de Abuelas y de restitución de las historias.
También te encontrás con que tus padres están desaparecidos, que fueron
asesinados.
–Sí, es muy difícil. De a poco los estoy conociendo por
relatos. Estoy en la vorágine.
¿Cómo te informaron los resultados?
–Me llamó Claudia Carlotto (la titular de la Comisión
Nacional por el Derecho a la Identidad, Conadi) y me citó. Le dije que si no me
decía, no iba a llegar vivo y que si me estaba llamando ella era porque había
dado positivo. Me dijo que vaya en ese momento y le pregunté en qué grupo
familiar había dado, e inmediatamente fui a la compu y vi quiénes habían sido
mis viejos. En todo este proceso yo miraba mucho la página de Abuelas, buscaba
los parecidos, me había detenido en ellos, pero no eran por quienes daba más
fichas. Claudia me contó quiénes eras mis viejos y nos fuimos para el centro
con mi mujer. Le dije que manejara ella porque íbamos a tener un accidente. En
la Conadi me recibieron muy bien. La verdad es que en todo el proceso encontré
calidez, contención y respeto. El mensaje para los que tienen miedo es que no
lo tengan. Claudia me mostró las fotos de mis padres.
¿Ahí conociste a Alicia Milia, la sobreviviente que presenció tu parto?
–Primero me preguntaron si quería conocer a mi familia
biológica. Yo dije: “Totalmente”. Después me dijeron si quería conocer a
Alicia. Ella me vio y se emocionó mucho. Buscaba obsesivamente mi lunar porque
se acordaba mucho de eso.
Algunos nietos empiezan a resignificar algunas cosas luego de recuperar
su identidad, encontrar coincidencias o diferencias con sus padres. ¿Te pasó
algo así?
–No creo mucho en la cosa mística. La entiendo y la respeto,
mi familia está un poco en eso, en fijarse si compartimos rasgos de
personalidad. Pero sí están los parecidos físicos. Obviamente, mi familia
Castro me encuentra totalmente parecido a mi papá y mi familia Rubel me
encuentra parecido a mi mamá. Yo creo que soy una mezcla de los dos. Vamos a
decretar un empate. En cuanto a la personalidad, voy conociendo de a poquito.
Pero mi identidad se fue construyendo en 37 años. Esto me viene a enriquecer la
vida. Me parece una información esencial conocer mi origen. Pero esto no
desplaza mi historia, no empiezo de nuevo, esto me enriquece. Y reformulo
muchas cosas.
¿A quiénes conociste de tu familia?
–Avancé mucho. Me encontré con mi tío Ruben y su esposa, mi
tía Mari. Estuve con mi prima Andrea, del lado Castro, y pegamos una onda
bárbara. Y me había encontrado con mi tía Perla Rubel, su marido Samuel y mi
prima Mariana. En el juzgado, en un contexto un poco adverso, conocí a la prima
de mi mamá Susana, que fue la última persona que la vio viva y a quien le contó
que estaba embarazada. Todo es muy emocionante.
¿Te acordás de cuando supiste que había habido desaparecidos? ¿Eras de
ir a marchas?
–A marchas del 24 de marzo fui a muchísimas. Estuve el 24 de
marzo de 2004, cuando Néstor Kirchner hizo el acto. Estaba detrás del corralito
sacando fotos y escuchaba a Juan Cabandié contando su historia. La verdad es
que me emocionaba mucho, me parecía increíble lo que había pasado en la ESMA y
me parecía muy fuerte la materialización de ver a un chico, ya en ese momento
un pibe de 25 años, que habló con esa fortaleza y contando esa historia tan
cruda.
Y vos habías nacido ahí también. ¿Volviste?
–No volví. Quiero volver más tranquilo. Seguramente va a ser
la parte más dura, espero estar fortalecido para hacerlo.
Decías que lo que pasó en los ’70 no te es ajeno, pero, ¿cómo te llevás
con el tema de la militancia? ¿Cuál es tu lectura? ¿La cambiaste ahora?
–No, la lectura no la cambié. Siempre respeté y reivindiqué los
procesos de transformación social, y en ese sentido siempre me sentí cercano a
ese proceso de lucha.
¿Seguiste las noticias sobre el encuentro de Ignacio Guido Montoya
Carlotto?
–Sí. Miraba la conferencia de prensa y se me caían las
lágrimas.
Pero no dudabas.
–No. Incluso a mi compañera le decía: “Si yo no tuviera
certeza de que soy hijo biológico de mis padres, me haría el análisis”.
Entonces había algo.
–Se me pasó ese pensamiento, pero lo dije como una
hipótesis: “Si yo no tuviera la certeza de ser hijo biológico de quien soy, me
haría los análisis”. Porque soy del ’77. Cuando fue el caso Noble Herrera, yo
entendía las repercusiones que había alrededor, pero me preguntaba cómo podía
ser que habiendo tantas personas buscándote tantos años no tengas el compromiso
de ir a hacerte el ADN para reparar tanta tragedia. Entendía las
contradicciones que podían tener, pero me parecía que tenían una obligación de aportar
lo suyo.
Cuando viste a Ignacio, te conmoviste, pero no tuviste dudas. ¿Creés
que tu tía, que te contó que eras “adoptado”, pudo haber influido ese caso?
–Puede ser. El día que se confirmó la historia de Guido,
ella me mandó un mensaje que decía: “La puta madre, apareció el nieto de
Estela”. Puede ser que haya incidido. Pero creo que nadie de mi familia de
crianza sabía que yo podía se hijo de desaparecidos.
¿No se lo imaginaban por la época?
–Son gente informada. Pero somos 400 que nacimos en esas
condiciones sobre 40 millones, las probabilidades son pocas.
¿Y cómo tomaron tus “padres de crianza” el hecho de que sos hijo de
desaparecidos?
–Se están acomodando a la idea. Mi mamá de crianza
inmediatamente se puso contenta porque había encontrado mis orígenes. Y
seguimos en un contacto cotidiano, porque no me voy a desvincular de ellos.
Y tenés tu propia familia, mujer, dos hijos. ¿Cómo fue el proceso para
ellos?
–Ellos absorben toda la vorágine que estoy viviendo. Vamos a
buscar asistencia para introducir a los chicos en la historia. Para la más
chiquita es más fácil, tiene un año y siete meses, pero el que tiene cuatro ya
entiende mucho de lo que pasa. Ve mis cambios, por momentos estoy feliz y por
momentos me bajoneo, pienso en las condiciones en las que nací y cómo
sobreviví, y eso me pone muy mal.
Estela Carlotto dijo que había sido un milagro.
–Sí. Había en mi mamá una gran voluntad de que yo naciera y
se ve que en mí, una gran voluntad de vivir.
¿Por qué es importante para vos saber la verdad?
–Porque creo que no se puede vivir sin conocer la historia y
los orígenes de uno. Uno tiene la obligación y la necesidad vital de saber
cuáles son sus orígenes. Y las familias deben saber si el chico que están
buscando está, y si está bien. Luego, las historias de cada uno son
particulares y cada uno las procesa a su modo. Cada uno hace lo que puede y
quiere con eso. Yo elijo profundizar en el conocimiento de mis viejos, de su
historia y conocer a mi familia. Es importante que la gente que tiene
información o dudas sobre los orígenes de un familiar se las transmita ya
directamente a ellos, porque somos gente que estamos cerca de los cuarenta. Es
una bomba, una conmoción que te digan que la historia que conocés está
incompleta o está equivocada, pero te lo tienen que decir.
¿Te molestó no haberlo sabido antes?
–Cuanto más rápido se sabe, es mejor. También me encuentra
con una fortaleza que me permite atravesar situaciones difíciles, aunque se me
han desacomodado los muebles. Pero sí, uno siente que perdió tiempo y eso no se
puede recuperar.
El secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, dijo que la
Presidenta te quería conocer. ¿Vos tenés ganas?
–Sí. Claro que sí. El gobierno desde Néstor Kirchner ha
aportado mucho en distintos sentidos, entre ellos cambiar un clima cultural. Lo
que se ha hecho desde el gobierno es una pata importante para que se hayan
profundizado estos procesos de búsqueda y reivindicación.
Sos mayor de lo que eran tus padres cuando murieron. ¿Te da impresión?
–Ellos eran unos chicos con relación a lo que soy hoy yo.
Choca mucho. Si bien los veintipico de antes no son los veintipico de ahora,
hubo una generación muy joven que perdió trágicamente la vida cuando la tenía
por delante. Ver esa juventud es muy difícil.