miércoles, 21 de enero de 2015

LUGAR COMÚN: LA MUERTE

La columna de opinión del periodista Eduardo Anguita
El periodista Eduardo Anguita se formula una pregunta imposible de responder y también repasa episodios de la historia reciente que tienen como denominador común la muerte y la impunidad.

Escribe Eduardo Anguita

Quedará para la historia conjetural qué hubiera pasado con la presencia en el Congreso del fiscal muerto horas antes de la cita.

Estupor, temor, indignación, tristeza. La sensación que invade a este cronista es que la Argentina suele quedar atrapada en sus propias telarañas. La voladura de la fábrica de explosivos de Río Tercero, ocurrida un año y medio después de la tragedia de la AMIA, tuvo un recorrido judicial tan patético como el que provocó los 85 muertos en la calle Pasteur. Aunque los peritos informaron que se trató de un armado frío y racional por parte de expertos, la causa nunca prosperó y queda en la memoria institucional argentina como un accidente. Carlos Menem, una vez más, quedó a salvo. Un año después, militares argentinos y peruanos estaban en un helicóptero que cayó al suelo en el Campo de Polo de Palermo provocando once muertes. La hipótesis del atentado vinculada a la causa del contrabando de armas a Croacia y Ecuador rodó por todos los medios. Sin embargo, también fue obturada por la Justicia.

Unos meses después, también en pleno gobierno de Menem, el joven fiscal Alberto Nisman era convocado para colaborar con los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia en la investigación de la causa AMIA. El entramado de mentiras y desviación de pruebas que esos dos fiscales habían hecho junto al juez Alberto Galeano quedará también como otro de los agujeros negros que hacen desconfiar de la calidad institucional de la democracia argentina.

No es preciso ser un erudito en espionaje para saber que un reducido grupo de agencias internacionales de inteligencia tiene la capacidad de rodear una investigación cuando el acontecimiento trasciende las fronteras de una nación. Los sucesos ocurridos en los '90 para sacar pruebas o desviar investigaciones tienen, sin duda, dos vectores. El primero es el sistema de extorsiones y favores que hicieron y hacen los encargados de la información secreta de las distintas agencias locales de inteligencia y que tienen ramificaciones por todos lados, especialmente entre jueces, fiscales y fuerzas armadas y de seguridad. El segundo está asociado al poderío de agencias extranjeras, especialmente israelíes y norteamericanas, que cuentan con sus propios agentes y que, además, reclutan a espías locales.

Cuando los periodistas hablan –en off– con funcionarios del Ejecutivo, del Ministerio Público Fiscal o funcionarios del Poder Judicial, lo más común es escuchar que fulano o mengano trabajan para tal o cual agencia o persona relevante. La desazón resulta muy grande porque la labor del periodista es acercar al público información veraz y análisis serio. En cambio de eso, cuando se abordan estos laberintos de mentiras y poder, lo único que resulta claro es que la información pública en temas graves es inaccesible.

Quedará para la historia conjetural qué hubiera pasado con la presencia del fiscal en el Congreso.

Cabe consignar que dos juristas de gran prestigio como Julio Maier y León Arslanian afirmaron que su denuncia podía autoincriminarlo en la comisión de delitos graves. Lo que está claro es que la muerte de Nisman es una tragedia. O, en todo caso, se suma a una larga cantidad de casos donde no siempre hay buenos y malos. Es, sin duda, diferente a lo ocurrido con las víctimas del Terrorismo de Estado, la mayoría de las cuales tenían una determinación de luchar por una sociedad justa. Y esto no es un elogio a los métodos con que se luchó en los años setentas. Si la Justicia pudo avanzar con Memoria, Verdad y Justicia es porque se conjugaron dos factores: la persistencia sin claudicaciones de los familiares y sobrevivientes, por un lado; y, por el otro, porque la aventura de Malvinas dejó a las Fuerzas Armadas sin rumbo y obligó a la dictadura a una salida anticipada. Es posible que muchos de los funcionarios de inteligencia lograran enmascararse en el nuevo escenario institucional y que, a diferencia de lo sucedido con otros criminales, estos agentes formados en los peores métodos de crímenes y extorsiones perduraran y estén ahora entre nosotros. Quizá, algunos se jubilaron pero dejaron una cantidad de funcionarios jóvenes que no recibieron otra formación.

Es decir, en la Argentina cambiaron muchas cosas en materia de Derechos Humanos. Al punto que puede resultar un ejemplo internacional de lucha contra la impunidad. Lo que no cambió es un grado increíble de manipulación de temas que interesan al poder, ya sea económico o político, y que involucra negociados y ventajas de impunidad que jamás salen a la luz. Algunos de los viejos torturadores de la inteligencia de la dictadura pudieron reciclarse como eficaces funcionarios útiles en estos años de la democracia.

Pero abundan los hechos que empañan la democracia y que no salen de la oscuridad. Por estas horas, casi todos los periodistas que siguen el suicidio de Alberto Nisman se encuentran con datos más o menos creíbles respecto de los vínculos del fiscal con el espía Antonio Stiuso. Y no faltan las fuentes que digan que el espía le soltó la mano mientras que otras aseguran que la denuncia contra la presidenta fue el precio que debió pagar Nisman por su alineamiento con Stiuso desde hace muchos años. Tampoco faltan quienes aseguran que la jueza María Romilda Servini de Cubría desestimó abrir la feria para investigar la denuncia de Nisman porque esa jueza es siempre oficialista, que lo fue con Menem en los años de su gobierno y que lo es con este gobierno en estos años. No faltan quienes dicen que el regreso de Ariel Lijo de sus vacaciones para habilitar la feria y dar marcha atrás con lo hecho por Servini porque Lijo se apartó hace un tiempo del kirchnerismo y ahora está con la oposición.

La pistola calibre 22 largo marca Bersa
En resumen, lo que se escuchan son estúpidos comentarios de vestuario, banalidades, informaciones que sólo sirven para operaciones matemáticas de suma y resta de grupos de poder. Un colega, con muchos años de compromiso con el periodismo, sugería que es momento de llamar a una comisión de notables, al estilo de la CONADEP creada por Raúl Alfonsín para darle respaldo al camino de llevar a juicio a los genocidas. La idea parece loable, pero así como en 1984 había reales posibilidades de un golpe de Estado, la pregunta es: ¿de quién nos tenemos que cuidar ahora los argentinos para que diez personas intachables tengan que velar, dos décadas después, por un expediente que fue y sigue siendo una vergüenza? El fiscal Nisman, como muchos de los hombres y mujeres que se mueven en esa franja de poder pragmático y oscuro, pasó por distintos alineamientos. Mientras Stiuso respondía al gobierno, Nisman era un fiscal serio. Cuando Stiuso fue desplazado –sin que se sepan los motivos– Nisman cargó nada menos que contra la presidenta. Duró no más de 72 horas en esa actitud. Al final, según dicen todos los peritos, se mató. El morbo, una vez más, lleva a que alguien nos cuente si fue un suicidio inducido o si sufría de pánico.

La lógica de la democracia, si es que queremos aprender de las tragedias, hechos impactantes como este deberían llevarnos a echar luz, a ganar en transparencia institucional. Este fue un espantoso comienzo del año electoral. Cabe resaltar que en esta larga década kirchnerista se avanzó al mismo tiempo en los Derechos Humanos como en cambios sólidos en las Fuerzas Armadas y, en menor medida, en la Justicia. Las opciones que hoy tienen mayor intención de voto no están asociadas precisamente a romper con el peso corporativo tanto en lo relativo a las agencias de seguridad y de inteligencia como de la justicia. Por eso, las reformas, las purgas, los cambios de fondo no deben esperar.

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