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La columna de opinión del periodista Eduardo Anguita |
El periodista Eduardo Anguita se formula una pregunta imposible de responder
y también repasa episodios de la historia reciente que tienen como denominador
común la muerte y la impunidad.
Quedará para la historia conjetural qué hubiera pasado con
la presencia en el Congreso del fiscal muerto horas antes de la cita.
Estupor, temor, indignación, tristeza. La sensación que
invade a este cronista es que la Argentina suele quedar atrapada en sus propias
telarañas. La voladura de la fábrica de explosivos de Río Tercero, ocurrida un
año y medio después de la tragedia de la AMIA, tuvo un recorrido judicial tan
patético como el que provocó los 85 muertos en la calle Pasteur. Aunque los
peritos informaron que se trató de un armado frío y racional por parte de
expertos, la causa nunca prosperó y queda en la memoria institucional argentina
como un accidente. Carlos Menem, una vez más, quedó a salvo. Un año después,
militares argentinos y peruanos estaban en un helicóptero que cayó al suelo en
el Campo de Polo de Palermo provocando once muertes. La hipótesis del atentado
vinculada a la causa del contrabando de armas a Croacia y Ecuador rodó por
todos los medios. Sin embargo, también fue obturada por la Justicia.
Unos meses después, también en pleno gobierno de Menem, el
joven fiscal Alberto Nisman era convocado para colaborar con los fiscales Eamon
Mullen y José Barbaccia en la investigación de la causa AMIA. El entramado de
mentiras y desviación de pruebas que esos dos fiscales habían hecho junto al
juez Alberto Galeano quedará también como otro de los agujeros negros que hacen
desconfiar de la calidad institucional de la democracia argentina.
No es preciso ser un erudito en espionaje para saber que un
reducido grupo de agencias internacionales de inteligencia tiene la capacidad
de rodear una investigación cuando el acontecimiento trasciende las fronteras
de una nación. Los sucesos ocurridos en los '90 para sacar pruebas o desviar
investigaciones tienen, sin duda, dos vectores. El primero es el sistema de
extorsiones y favores que hicieron y hacen los encargados de la información secreta
de las distintas agencias locales de inteligencia y que tienen ramificaciones
por todos lados, especialmente entre jueces, fiscales y fuerzas armadas y de
seguridad. El segundo está asociado al poderío de agencias extranjeras,
especialmente israelíes y norteamericanas, que cuentan con sus propios agentes
y que, además, reclutan a espías locales.

Quedará para la historia conjetural qué hubiera pasado con
la presencia del fiscal en el Congreso.
Cabe consignar que dos juristas de gran prestigio como Julio Maier y León Arslanian afirmaron que su denuncia podía autoincriminarlo en la comisión de delitos graves. Lo que está claro es que la muerte de Nisman es una tragedia. O, en todo caso, se suma a una larga cantidad de casos donde no siempre hay buenos y malos. Es, sin duda, diferente a lo ocurrido con las víctimas del Terrorismo de Estado, la mayoría de las cuales tenían una determinación de luchar por una sociedad justa. Y esto no es un elogio a los métodos con que se luchó en los años setentas. Si la Justicia pudo avanzar con Memoria, Verdad y Justicia es porque se conjugaron dos factores: la persistencia sin claudicaciones de los familiares y sobrevivientes, por un lado; y, por el otro, porque la aventura de Malvinas dejó a las Fuerzas Armadas sin rumbo y obligó a la dictadura a una salida anticipada. Es posible que muchos de los funcionarios de inteligencia lograran enmascararse en el nuevo escenario institucional y que, a diferencia de lo sucedido con otros criminales, estos agentes formados en los peores métodos de crímenes y extorsiones perduraran y estén ahora entre nosotros. Quizá, algunos se jubilaron pero dejaron una cantidad de funcionarios jóvenes que no recibieron otra formación.
Cabe consignar que dos juristas de gran prestigio como Julio Maier y León Arslanian afirmaron que su denuncia podía autoincriminarlo en la comisión de delitos graves. Lo que está claro es que la muerte de Nisman es una tragedia. O, en todo caso, se suma a una larga cantidad de casos donde no siempre hay buenos y malos. Es, sin duda, diferente a lo ocurrido con las víctimas del Terrorismo de Estado, la mayoría de las cuales tenían una determinación de luchar por una sociedad justa. Y esto no es un elogio a los métodos con que se luchó en los años setentas. Si la Justicia pudo avanzar con Memoria, Verdad y Justicia es porque se conjugaron dos factores: la persistencia sin claudicaciones de los familiares y sobrevivientes, por un lado; y, por el otro, porque la aventura de Malvinas dejó a las Fuerzas Armadas sin rumbo y obligó a la dictadura a una salida anticipada. Es posible que muchos de los funcionarios de inteligencia lograran enmascararse en el nuevo escenario institucional y que, a diferencia de lo sucedido con otros criminales, estos agentes formados en los peores métodos de crímenes y extorsiones perduraran y estén ahora entre nosotros. Quizá, algunos se jubilaron pero dejaron una cantidad de funcionarios jóvenes que no recibieron otra formación.
Es decir, en la Argentina cambiaron muchas cosas en materia
de Derechos Humanos. Al punto que puede resultar un ejemplo internacional de
lucha contra la impunidad. Lo que no cambió es un grado increíble de
manipulación de temas que interesan al poder, ya sea económico o político, y
que involucra negociados y ventajas de impunidad que jamás salen a la luz.
Algunos de los viejos torturadores de la inteligencia de la dictadura pudieron
reciclarse como eficaces funcionarios útiles en estos años de la democracia.
Pero abundan los hechos que empañan la democracia y que no
salen de la oscuridad. Por estas horas, casi todos los periodistas que siguen
el suicidio de Alberto Nisman se encuentran con datos más o menos creíbles
respecto de los vínculos del fiscal con el espía Antonio Stiuso. Y no faltan
las fuentes que digan que el espía le soltó la mano mientras que otras aseguran
que la denuncia contra la presidenta fue el precio que debió pagar Nisman por
su alineamiento con Stiuso desde hace muchos años. Tampoco faltan quienes
aseguran que la jueza María Romilda Servini de Cubría desestimó abrir la feria
para investigar la denuncia de Nisman porque esa jueza es siempre oficialista,
que lo fue con Menem en los años de su gobierno y que lo es con este gobierno
en estos años. No faltan quienes dicen que el regreso de Ariel Lijo de sus
vacaciones para habilitar la feria y dar marcha atrás con lo hecho por Servini
porque Lijo se apartó hace un tiempo del kirchnerismo y ahora está con la
oposición.
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