La muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman provocó una indudable conmoción que todavía, a un mes del hecho, no se ha oxigenado ni un milímetro, oficialistas y opositores, transitamos un trance complejo y nutrido de operaciones cazabobo.
No es una excepción, es más bien
una regla que las marchas opositoras al kirchnerismo son imprecisas. Que cada
tanto logran convocar a una gran cantidad de ciudadanos que, con cacerolas o en
silencio, se manifiestan por diversas razones que los hacen “no soportar más” a
este gobierno, retroalimentados en su impotencia porque los dirigentes
opositores no logran darle forma a ninguna opción electoral con chances de
lograr una alternancia en los términos constitucionales que todos conocemos, y
por fuera de los cuales no hay democracia. Si muchos suscribimos a la idea de
que lo que se puso en marcha con la denuncia del fiscal Alberto Nisman fue y
sigue siendo un intento de golpe blando –potenciado y completado con su muerte–
es porque creemos que ese tipo de intentos no es un virus local, sino una
modalidad global, que en estos días hamaca a las diversas oposiciones a los
gobiernos posneoliberales, que cuentan con los mismos apoyos extranjeros con
los que antes contaban para movilizar los tanques. Tenemos derecho a creer que
los rejuntes opositores que se resisten a la política de la discusión, del
debate, del proyecto, de la negociación, siguen en la espera activa de la
coyuntura que les permita tomar el cielo por asalto. No obstante ese análisis,
sería un error subestimar a la ciudadanía que ayer acompañó esa marcha.
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Políticos opositores en la marcha del silencio |
La muerte dudosa del fiscal
Alberto Nisman provocó una indudable conmoción que todavía, a un mes del hecho,
no se ha oxigenado ni un milímetro. Todos, oficialistas y opositores, estamos
transitando desde entonces un trance complejo y nutrido de operaciones
cazabobos, y todos, oficialistas y opositores, recibimos esa noticia con la
zozobra de algo que nos excede, que no forma parte de la cultura en común, algo
que yace en la ciénaga de la condición humana. Se ignora todavía si Nisman se
suicidó o si lo mataron. Más allá de la percepción respetable de su ex mujer,
más allá de la percepción también respetable de la Presidenta, que se inclinan
por pensar que fue un asesinato, la marcha que organizó un grupo de fiscales
federales se puso en movimiento dando por sentado lo que el Poder al que ellos
pertenecen no ha podido probar al menos todavía. Ese prejuzgamiento hubiese
sido delicado para cualquier sector, pero es inconcebible en quienes deben dar
el servicio de Justicia. Sólo en la hipótesis, todavía no descartada, de que la
endeblez de “la denuncia de su vida”, el off side en el que fue puesto por
Interpol, y la conciencia quizá tardía de que él mismo no era el autor de una
denuncia, sino una pieza en un engranaje que lo descartaba, es decir: sólo en
la hipótesis todavía no cerrada de que se haya tratado de un suicidio, este
“homenaje” no cierra. El “homenaje” es la continuación de su denuncia, los
organizadores lo saben, e intentó ser la celebración fantasmática de la idea de
un “régimen que mata”. Así algunos portavoces, opositores políticos y
opositores judiciales, leen la realidad y tratan de que así se la lea. Como si
fuera un folleto donde la culpable siempre se llama Cristina, que ha sido
yegua, bipolar, adicta a las carteras, falsa abogada, ladrona, corrupta y ahora
asesina. Es curioso, pero para completar el folleto –“presidenta que manda a
matar al fiscal que la acusa de encubrir el mayor atentado terrorista de la
historia local”– ella debería ser también estúpida. De eso al menos no se la
acusa.
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Una exultante Bullrich en el homenaje a Nisman |
El estupor perdura. Entre
propios, entre ajenos. Entre ajenos de buena fe como pudieron ser tantos de los
que se acercaron ayer por fuera del corralito judicial, con pancartas sencillas
que rezaban “Verdad” o “Justicia”. Esas palabras que, unidas a “Memoria”,
conocemos tan bien. Quién podría no querer verdad o justicia para Alberto
Nisman, así como para tantos otros o para cualquiera. Y entre propios, porque
aunque abunden las críticas sobre la figura de Nisman hay dos hechos
incontrastables que sólo podrán lograrse mediante la investigación tanto de las
circunstancias y los motivos de su muerte como del alcance real de su denuncia,
más cercana al panfleto político que a la pieza jurídica. Sólo con verdad y
justicia podremos dar vuelta colectivamente esta página triste y bizarra, y
sólo con verdad y justicia –y con condenas– podremos estar seguros de que
quienes se agazaparon atrás de los motivos reales de esta muerte no lo harán
con nadie más.
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Victoria Donda y Hermes Binner en la marcha |
Ese es el trasfondo oscuro que
nos empaña el presente, más allá de la lluvia que impidió probablemente poner
en caja real la verdadera asistencia, aunque fue multitudinaria. Más allá del
corralito judicial que los mostró, a sus ocupantes, como lo que se creen que son,
sus señorías o algo por el estilo. Más allá de esa coreografía extraña que la
oposición insiste en aceptar y que consiste en mantenerse alejada de “la gente”
para no mancharla con “política”, más allá de la gran hipocresía que pueden
organizar los grandes hipócritas, la tan meneada grieta en la que han insistido
hoy deja ver en su sumidero los resabios cloacales de otras épocas. Ahí andan
esos que ni ayer ni hoy tuvieron pruritos ante la vida. Los que mienten y matan
para causar efectos especiales. Esos son los enemigos de toda la gente de buena
voluntad, piense políticamente como piense.
Claro que la muerte de Alberto
Nisman ya es una bisagra. Así lo decía este martes en TN Juan José Sebreli.
“Más ahora, que causa impacto mundial, con los nuevos grupos terroristas que
están apareciendo.” Un día antes el matutino más nervioso titulaba: “Cae la
imagen global de Cristina”. Julio Schlosser, el presidente de la DAIA, advertía
en la semana sobre el robo de un misil que resultó estar averiado, pero que
según él hacía temer la implantación de “grupos terroristas” que actúan en
otras latitudes. Todo ese paquete argumental está lleno de mugre. Está
dirigido. Abona una dirección hacia la que el viejo imperio nos quiere religar.
Esta región es de paz. Así la
hemos soñado y construido. La paz, como lo demuestran varias negociaciones de
alto nivel que se llevan a cabo en otros países, es un valor político al que
sólo se arriba con política. La guerra solamente les conviene a algunos, y no
hace falta hacer un inventario. El escozor que sobrellevamos desde la muerte de
Nisman va en sentido exactamente opuesto a la alegría por la que optamos, y que
nunca, jamás fue la alegría de los indiferentes, sino la de las conquistas de
la inclusión. Verdad y justicia por Alberto Nisman. Esas dos cosas las
necesitamos todos.