Pocos días antes de cumplirse 39 años del golpe cívico-militar que inició la dictadura más sangrienta y devastadora de la historia argentina, tres fallos judiciales casi simultáneos muestran cómo los verdaderos ideólogos –y máximos beneficiarios– de las políticas de exterminio social y destrucción de la economía del llamado proceso de reorganización nacional no sólo conservan su poder, sino que lo utilizan para prolongar la impunidad de sus crímenes.
Tres casos ejemplares. A
principios de este mes, el juez federal de Bahía Blanca Claudio Pontet necesitó
apenas 37 horas –entre la mañana del 3 y la noche del 5 de marzo– para dictar
la falta de mérito del dueño del diario La Nueva Provincia, Vicente Massot,
imputado en crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura.
La Unidad Fiscal bahiense acusa a Massot de ser coautor de los homicidios,
cometidos entre el 30 de junio y el 4 de julio de 1976, de los obreros gráficos
Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola tras un conflicto sindical registrado el
año anterior en el diario La Nueva Provincia. Para los fiscales Miguel
Palazzani y José Nebbia, Massot fue coautor “instigándolo, determinándolo,
prestando aportes indispensables para su concreción material y encubriendo a
sus autores inmediatos”. También lo acusan de hacer “aportes esenciales” al
“ocultamiento deliberado de la verdad” en los secuestros, torturas y homicidios
de 35 personas a través de acción psicológica o desinformación desde las
páginas del diario, al servicio de los represores de las Fuerzas Armadas antes,
durante y después de la dictadura.
La semana pasada, el juez federal porteño Julián Ercolini –que lleva años cajoneando la causa que investiga la apropiación ilegal de Papel Prensa– batió el récord del velocista bahiense Pontet al demorar poco más de 24 horas en rechazar el pedido de indagatoria, en calidad de imputados, a Ernestina Herrera de Noble, Bartolomé Mitre, Héctor Magnetto, Raimundo Pío Podestá y otros cómplices de ese despojo cuya historia ha sido profundamente investigada por Miradas al Sur. Ercolini fundamentó el rechazo del pedido de indagatoria –elevado por el fiscal Leonel Gómez Barbella– en que antes de tomar cualquier medida de ese tipo en la causa es necesario probar que la transferencia de las acciones se realizó a “precio vil”.
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Papel Prensa, una investigación que no avanza |
Un día después de consumado el
récord de celeridad de Ercolini, la Sala IV de la Cámara Federal de Casación
Penal –integrada por Gustavo Hornos, Juan Carlos Geminiani y Eduardo Riggi–
dictó la falta de mérito del dueño de Ingenio Ledesma, Carlos Pedro Blaquier, y
de quien era gerente administrativo de la empresa en 1976, Alberto Enrique
Lemos, en dos causas por crímenes de lesa humanidad en las que estaban
procesados. En la primera de ellas están acusados del secuestro del ex
intendente de Libertador San Martín, Luis Aredez, y de dos dirigentes
sindicales enfrentados con la empresa, todos ellos ocurridos el 24 de marzo de
1976. La segunda está relacionada con el secuestro de veinte personas durante
la llamada “Noche del Apagón”, el 27 de julio de ese mismo año. En todas esas
acciones de represión ilegal las tropas del ejército utilizaron vehículos de
Ingenio Ledesma.
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Carlos Pedro Blaquier, dueño de Ingenio Ledesma |
Un proceso histórico. Si al
cronista no se le escapa algún caso, hasta la fecha ningún empresario ligado al
poder económico concentrado que participó en la comisión de delitos de lesa
humanidad durante la última dictadura ha sido penado por ellos. Quizás quien
más cerca haya estado de recibir una condena, fue el ex presidente del
directorio de Acindar y luego ministro de Economía del dictador Videla, José
Alfredo Martínez de Hoz, quien murió sin recibir condena en marzo de 2013, cuando
cumplía prisión domiciliaria debido a que estaba procesado en una causa ligada
al secuestro del empresario textil Federico Gutheim y su hijo Miguel en 1976.
De todos modos, el caso de Joe el orejudo no es representativo, ya que está
atravesado por su accionar como una de las principales cabezas ejecutivas del
autodenominado proceso de reorganización nacional.
Hasta hace pocos años, la
participación de los representantes de los grandes grupos económicos nacionales
y transnacionales en los crímenes de la dictadura era un tema del cual no se
hablaba. Se los acusaba de la devastación económica del país, pero no de casos
concretos en los que se hubieran servido del terrorismo de Estado para su
beneficio personal.
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Héctor Magnetto, CEO de Grupo Clarín |
Los tres dictámenes judiciales
mencionados más arriba en esta nota tienen dos lecturas que no son opuestas
sino complementarias. La primera de ellas, coyuntural, no puede dejar de
inscribirlas en la batalla política que por estos días se desarrolla en el
campo judicial. En ese contexto, cualquier revés en la política de derechos
humanos que es marca distintiva del Gobierno lleva agua para el molino de una
oposición de la cual los partidos políticos enfrentados con el oficialismo son
apenas un apéndice casi descartable. El miércoles pasado, convocada por el
fiscal a cargo de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad, Jorge Auat,
se realizó una reunión de fiscales de todo el país para analizar la reciente
cadena de fallos adversos en procesos relacionados con el terrorismo de Estado
que “habilitan a sospechar una intencionalidad de poner un límite al avance de
las causas en distintos puntos del país”.
La segunda lectura, de carácter
estratégico, saca una vez más a la luz el enorme poder que conservan
–acrecentado en muchísimos casos– los perpetradores civiles de la última
dictadura.
Tal vez sea hora de dejar de
llamarlos “cómplices civiles” para revelar su verdadera estofa: la de ideólogos
y dueños.