Las mil y una noches atesora un enigma aún no resuelto: su
origen. Se sabe que es un texto de tradición oral, algunos aseguran que su raíz
habría que buscarla en la India, otros dicen que todo comenzó en Persia, los
judíos no serían ajenos a ese nacimiento.
Acaso para complicar aún más su
incierto pasado, los códices que guardan la primera versión escrita están
redactados en lengua árabe. Por consiguiente, los indios, los persas y los
árabes podrían reclamar la paternidad. Sin embargo, no hay disputas en torno a
su idioma, tampoco a su país de origen; naturalmente aceptan que los cuentos
podrían tener un pasado indio o persa, incluso árabe. Esta tolerancia ecuménica
es otro de los encantos de cada una de las historias que la princesa Sherezade
le narra al rey Shahriar.
Estos sucesos, que datan de mitad
del medioevo, se conocerían en occidente algunos siglos más tarde. No obstante,
es posible encontrar rastros de Las mil y una noches en la literatura de este
lado del mundo mucho antes de que Antonie Galland en 1704 diera a conocer su
traducción al francés. Según Rafael Cansinos Assens hay “transfusiones de su
fondo oral y anónimo en El patrañuelo, de Timoneda; en La fierecilla domada, de
Shakespeare; y en La vida es sueño de Calderón”.
No debería asombrarnos, el
argumento inicial parte de la infidelidad, la que sufren los reyes hermanos,
Schahriar y Schahsemán, por parte de sus respectivas esposas: Schahsemán
encuentra a la suya acostada con un esclavo negro, mata a ambos (“las trenzas
de mi china y el corazón de él”) y parte a visitar a su hermano Schahriar, allí
advierte que su cuñada es algo más insolente de lo que fuera su difunta esposa:
la descubre en una orgía en la que participaban veinte esclavas y veinte
esclavos “y entre ellos iba la esposa de su hermano, la cual era por cierto de
una belleza y un encanto supremos”.
Sin pensarlo dos veces, el rey
Schahriar “mandó cortarle el cuello a su mujer y a los esclavos de uno y otro
sexo. Y desde entonces solía Schahriar tomar esposa virgen, arrebatarle su
virginidad y matarla aquella misma noche sin aguardar a la mañana”. Arrebato
que, leemos, prolongó a lo largo de “tres años seguidos”. Vale decir, asesinó a
mil ochenta jovencitas, sin contar años bisiestos, hasta que por fin apareció
Scherezade; el resto de la historia todos la conocemos.
Según Borges, “Jean Antoine
Galland era un arabista francés que trajo de Estambul una paciente colección de
monedas, una monografía sobre la difusión del café, un ejemplar arábigo de las
Noches y un maronita suplementario, de memoria no menos inspirada que la de Shahrazad”.
Ese “maronita suplementario” le habría contado a Galland las aventuras de
“Aladino y la lámpara maravillosa”, de “Simbad, el marino” y de “Alí Babá y los
cuarenta ladrones”. Galland no vaciló en incorporarlas en su traducción al
francés.
Claro que con el mismo entusiasmo
con que incorporó textos, se ocupó quitarle todas aquellas obscenidades que no
consideró dignas de la lengua gala. Un siglo y medio más tarde, en 1856,
Richard Burton incorporó esas obscenidades en su traducción inglesa. La primera
traducción al castellano directamente del árabe la llevó a cabo Rafael Cansinos
Assens en 1954. Los tres volúmenes, a dos columnas en cuerpo 12, suman 4493
páginas, incluyendo las 380 que insume el prólogo, un estudio literario-crítico del propio Cansinos Assens.
Las historias que la paciente Sherezade le
contara al rey Shahriar se han llevado al teatro, al cine, a la radio, a la
televisión y se multiplicaron sin descanso en libros infantiles y en
historietas. Millones de criaturas de este planeta saben quién fue Alí Babá,
quién fue Simbad y de qué modo había que frotar la lámpara para convocar al
genio. Los tres cuentos que incorporara Antoine Galland, y desde entonces
incluidos en las traducciones a todas las lenguas, son los que ganaron mayor popularidad.
Otro enigma para sumar a Las mil y una noches.

Estas son las dos únicas
coincidencias que tiene con el clásico oriental. La telenovela sucede en estos
días, en Turquía, y no depara sorpresas: tiene la misma y escasa calidad que
caracteriza a esos productos. A pesar de esta desventura, se ha convertido en
un inusitado éxito de audiencia: creció el rating a cifras insospechadas y se
hizo necesario emitirla en un horario más digno. Una entusiasta madre cordobesa
quiso saber si podía bautizar Sherezade a su niña recién nacida y un buen
número de mujeres ya imitan los gestos de esta actual Sherezade turca que en
nada se parece a aquella que en el medioevo le narraba cuentos a un rey
implacable.
La sola mención del título y de
un personaje bastaron para se produjera el prodigio. Los reyes del marketing
sospechan que a partir de Las mil y una noches todo es posible y seguramente
andan planificando de qué modo hacerle rendir frutos a este libro inmortal. No
alarmarse, como bien se sabe, la gran literatura suele ser ajena a esa gente:
Las mil y una noches perdura por las historias que Sherezade le contaba a
Schariar, no por las desventuras que por televisión sufre esta dama turca.