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Atilio Borón, analista internacional |
El análisis del politólogo Atilio Borón sobre las declaraciones del presidente de Estados Unidos respecto de Venezuela como prefacio que justificaría una escalada militar a ese país.
Por Atilio A. Boron
Barack Obama, una figura
decorativa en la Casa Blanca que no pudo impedir que un personaje como Benjamin
Netanyahu se dirigiera a ambas cámaras del Congreso para sabotear las
conversaciones con Irán en relación con el programa nuclear de este país, ha
recibido una orden terminante del complejo “militar-industrial-financiero”:
debe crear las condiciones que justifiquen una agresión militar a la República
Bolivariana de Venezuela. La orden presidencial emitida hace pocas horas y
difundida por la oficina de prensa de la Casa Blanca establece que el país de
Bolívar y Chávez “constituye una infrecuente y extraordinaria amenaza a la
seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”, razón por la cual
“declaro la emergencia nacional para tratar con esa amenaza”.
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El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro |
Este tipo de declaraciones suelen
preceder agresiones militares, sea por mano propia, como la cruenta invasión a
Panamá para derrocar a Manuel Noriega, en 1989, o la emitida en relación con el
Sudeste Asiático y que culminó con la Guerra en Indochina, especialmente en
Vietnam, a partir de 1964. Pero puede también ser el prólogo a operaciones
militares de otro tipo, en donde Estados Unidos actúa de consuno con sus
lacayos europeos, nucleados en la OTAN, y las teocracias petroleras de la
región. Ejemplos: la Primera Guerra del Golfo, en 1991; o la Guerra de Irak,
2003-2011, con la entusiasta colaboración de la Gran Bretaña de Tony Blair y la
España del impresentable José María Aznar; o el caso de Libia, en 2011, montado
sobre la farsa escenificada en Benghazi, donde supuestos “combatientes de la
libertad” –que luego se probó eran mercenarios reclutados por Washington,
Londres y París– fueron contratados para derrocar a Khaddafi y transferir el
control de las riquezas petroleras de ese país a sus amos. Casos más recientes
son los de Siria y, sobre todo, Ucrania, donde el ansiado “cambio de régimen”
(eufemismo para evitar hablar de “golpe de Estado”) que Washington persigue sin
pausa para rediseñar el mundo –y sobre todo América latina y el Caribe– a su
imagen y semejanza se logró gracias a la invalorable cooperación de la Unión
Europea y la OTAN, y cuyo resultado ha sido el baño de sangre que continúa en
Ucrania hasta el día de hoy. La señora Victoria Nuland, secretaria de Estado
Adjunta para Asuntos Euroasiáticos, fue enviada por el insólito Premio Nobel de
la Paz de 2009 a la Plaza Maidan, de Kiev, para expresar su solidaridad con los
manifestantes, incluidas las bandas de neonazis que luego tomarían el poder por
asalto a sangre y fuego y a los cuales la bondadosa funcionaria les entregaba
panecillos y botellitas de agua para apagar su sed para demostrar, con ese
gesto tan cariñoso, que Washington estaba, como siempre, del lado de la
libertad, los derechos humanos y la democracia.
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El presidente de Estados Unidos, Barack Obama |
Cuando un “Estado canalla” como
Estados Unidos, que lo es por su sistemática violación de la legalidad
internacional, profiere una amenaza como la que estamos comentando, hay que
tomarla muy en serio. Especialmente si se recuerda la vigencia de una vieja
tradición política norteamericana consistente en realizar autoatentados que
sirvan de pretexto para justificar su inmediata respuesta bélica. Lo hizo en
1898, cuando en la Bahía de La Habana hizo estallar el crucero estadounidense
Maine, enviando a la tumba a las dos terceras partes de su tripulación y
provocando la indignación de la opinión pública norteamericana, que impulsó a
Washington a declararle la guerra a España. Lo volvió a hacer en Pearl Harbor,
en diciembre de 1941, sacrificando en esa infame maniobra a 2403 marineros
norteamericanos e hiriendo a otros 1178. Reincidió cuando urdió el incidente
del Golfo de Tonkin para “vender” su guerra en Indonesia: la supuesta agresión
de Vietnam del Norte a dos cruceros norteamericanos –luego desenmascarada como
una operación de la CIA– hizo que el presidente Lyndon B. Johnson declarara la
emergencia nacional y poco después, la guerra a Vietnam del Norte. Maurice
Bishop, en la pequeña isla de Granada, fue considerado también él como una
amenaza a la seguridad nacional norteamericana en 1983, y derrocado y liquidado
por una invasión de marines. ¿Y el sospechoso atentado del 11-S para lanzar la
“guerra contra el terrorismo”? La historia podría extenderse indefinidamente.
Conclusión: nadie podría sorprenderse si en las próximas horas o días Obama
autoriza una operación secreta de la CIA o de algunos de los servicios de
inteligencia o las propias fuerzas armadas en contra de algún objetivo sensible
de Estados Unidos en Venezuela. Por ejemplo, la embajada en Caracas. O alguna
otra operación truculenta contra civiles inocentes y desconocidos en Venezuela,
tal como lo hicieran en el caso de los “atentados terroristas” que sacudieron a
Italia –el asesinato de Aldo Moro, en 1978 o la bomba detonada en la estación
de trenes de Bologna en 1980– para crear el pánico y justificar la respuesta
del imperio llamada a “restaurar” la vigencia de los derechos humanos, la
democracia y las libertades públicas. Años más tarde se descubrió que estos
crímenes fueron cometidos por la CIA. Recordar que Washington prohijó el golpe
de Estado de 2002 en Venezuela, tal vez porque quería asegurarse el suministro
de petróleo antes de atacar a Irak. Ahora está lanzando una guerra en dos
frentes: Siria/Estado Islámico y Rusia, y también quiere tener una retaguardia
energética segura. Grave, muy grave. Se impone la solidaridad activa e
inmediata de los gobiernos sudamericanos para denunciar y detener esta maniobra.
* Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a
Distancia en Ciencias Sociales. Centro Cultural de la Cooperación Floreal
Gorini.