“Taki Ongoy Las
lágrimas de América”, es un libro que amplía y documenta los materiales de su disco
de 1986. ¿Por qué fuimos criados con una creencia que nos hizo pensar que
la conquista había sido algo extraordinario para nosotros?”, se pregunta.
“La verdad es que nunca se me hubiese
ocurrido”, dispara Víctor Heredia, contundente, con la ocurrencia recién salida
de las máquinas de impresión. Está tranquilo, sentado en la cocina de su casa
de Palermo (un remanso en la jungla, casi) y la referencia es hacia el libro
que presentó en la Sala Juan Rulfo del pabellón amarillo de La Rural, en el
marco de la Feria del Libro de Buenos Aires. Un trabajo cuyo nombre seguramente
suena y resuena (Taki Ongoy – Las lágrimas de América) pero que cambió de
soporte. Mutó de forma. Lo que fue, es y será un disco tan emblemático como
necesario para la cultura americana, se transformó en 155 páginas que emergen
como sostén de aquellas músicas, de aquellas letras que les cambiaron la
conciencia a muchos. “La gente de la editorial es muy admiradora de la obra, y
se preguntó si no sería bueno tener un libro que, más allá de reseñar las
canciones o sus personajes importantes, profundizara un poco más para que, los
que utilizan la obra con fines docentes, tengan más elementos a la mano para
volcarlas a la currícula”, enmarca Heredia sobre los prolegómenos de la idea
que terminó materializándose gracias a Editorial Imaginador y que no implica
otra cosa que contextualizar históricamente (con imágenes, diccionario
biográfico, glosario y textos) todo aquello que el cantautor expresa en el
disco.
Revisar, reforzar y amplificar,
en efecto, la mirada de Heredia sobre causas y efectos de la conquista española
de América (el leitmotiv del disco y el libro, claro) a través de la
explicación de términos, personajes, situaciones y conceptos que pendulan entre
las vidas de Manco Inca o Túpac Amaru II, y el desglose de frases como “Tu Dios
no me habla”, que significa el tema “Encuentro en Cajamarca” (encuentro entre
Atahualpa, Pizarro y el cura Valverde, a fines de 1532), la referencia al día
de los muertos (“Aya marcay quilla”) o la muerte del último inca, en referencia
al tema que cuenta sobre la muerte de Túpac Amaru II. “Claro que es una
currícula que aún no decidió que esto sea una materia, pero que cuando llega
octubre se transforma en eso”, retoma el cantautor. “Los chicos estudian Taki
Ongoy como si fuera parte de la currícula y la idea es enriquecer con algunos
comentarios lo que dice la obra. Se ampliaron los conocimientos sobre Túpac
Amaru, Juan Chelemín… se contextualizó”, amplía, sobre un contenido que también
incluye una referencia a las repercusiones que tuvo la salida del disco en
artículos periodísticos, allá por el segundo lustro de los ochenta, y la
trascripción de todas las letras.
“Taki Ongoy es una obra
informativa, formativa, reveladora y revisionista. Lo que sucede con la edición
de este libro es que los que ya tienen el CD o el vinilo pueden agregarlo a la
colección, ya que hay una serie de comentarios que se montan sobre lo que yo
había escrito. Un libro es un libro, sí, pero los que conocen la obra lo van a
sentir como un complemento del disco, porque una canción pasa, viene el
silencio, y cuando empieza la otra, algunos olvidan lo que pasó antes. La
canción tira nombres: Valverde, Pizarro, Atahualpa, y cada uno de esos
personajes tiene su espacio en el libro. Entonces, el que quiera detenerse y
utilizar el libro como complemento, puede hacerlo perfectamente bien porque
cada comentario o escritura al margen tiene que ver con la cronología del disco
y con el despliegue de los personajes”, explica Heredia, que tampoco omitió
incluir las reacciones que provocó el disco cuando se publicó por primera vez,
en 1986. “Hay mucha gente que no sabe que el disco fue bien recibido por
algunos sectores, pero por otros no. Hubo sectores que se opusieron con mucha
vehemencia”, recuerda el creador de “Sobreviviendo” y “El viejo Matías”.
Algunos de ellos también figuran
en el libro: monseñor Desiderio Collino, el obispo de Lomas de Zamora que llegó
a pedir la excomunión de Heredia, por caso, o el embajador de España que
presionó a Raúl Alfonsín, presidente de la Nación por entonces, para que
prohibiera el disco. “Estos se opusieron claramente, pero por supuesto hubo
sectores tercermundistas qua la apoyaron, porque entendían que la obra apuntaba
a la denuncia de que había españoles que no cumplían con los designios
cristianos; más bien los tergiversaban. Las torturas, los empalamientos, las
hogueras tenían que ver con la Iglesia. Lo que Taki Ongoy denunció en su
momento y molestó, fue eso”, evoca Heredia, quien está a punto de sacar su
séptimo libro y cuarta novela (Los perros), que habla sobre los barrios que se
levantaban en medio de los basurales del conurbano.
Sólo a esos sectores molestó?
Porque Taki Ongoy no ha tenido gran repercusión en sectores académicos o “de
elite intelectual”. Nunca hubo, o nunca fue notoria al menos, una resonancia
académica de la obra y esto, que no es necesariamente una “molestia”, a veces
lo parece.
–Eso les pasó a algunos poetas
del Nuevo Cancionero como Tejada Gómez o Hamlet Lima Quintana; a ellos sí, pero
Taki Ongoy ni siquiera fue mirado desde ese lugar. Digamos que se lo marginó.
Lo que sí disparó, como dije, fue una repulsa de los sectores conservadores,
porque el disco denunciaba una parte de la conquista que se nos había ocultado,
y cifras, sobre todo. Es más, creo que lo que más molestó fue la cifra (50
millones de muertes) porque ésta convierte a la conquista es uno de los
etnocidios más grandes de la historia de la humanidad. Y creo que ni a la
Iglesia ni a España le interesa que esa cifra quede en la cabeza de la gente.
Esto lo debatí con Ernesto Sabato justamente en Página/12. El había sacado una
nota que decía “ni leyenda blanca, ni leyenda negra”, y yo dije lo que pensaba…
no hubo respuesta. No sé, pienso que de la misma manera que se puede justificar
un etnocidio de esta naturaleza, también se podría haber justificado el
etnocidio armenio, o el de la dictadura argentina, con la excusa de que todas
las conquistas fueron cruentas.
El carácter ultraviolento de la
conquista de América es innegable. Ahora también existen ciertas cosas como la
prédica insistente de Bartolomé de las Casas, que llegó a justificar el
sacrificio de niños en el Imperio Inca porque decía que les entregaban lo que
más amaban a sus dioses y que por eso eran mejores cristianos que los
españoles. U otras como las polémicas entre los encomenderos y la Iglesia o el
Consejo de Indias, sobre los indios como sujetos –o no– de derecho. Hay un
mundo de grises ahí.
–Sí, pero la Iglesia tardó
cincuenta años en aceptar que los indios tenían alma. Hubo una bula papal que
los reconoce como seres humanos y pide a los encomenderos que se los trate más
o menos como tales. Pero, bueno, una cosa es el prisma con que uno ve esos
sucesos hoy, en medio de una lucha por los derechos, la memoria, la
reivindicación de las luchas populares, y otras es pararse en aquella época,
aunque es innegable que hubo algo que se les fue totalmente de las manos… el
interés económico inmediato que tenía España por sus deudas gigantescas. Se
dice que el despegue preindustrial de la Europa occidental se debe a la plata y
el oro americanos. Digo, lo que pasó, pasó, son momentos históricos y yo no
critico eso en sí. Lo que critico es que yo no lo sabía, es así de sencillo.
¿Por qué fuimos criados con una creencia que nos hizo pensar que la conquista
había sido algo extraordinario para nosotros? ¿Con gente que nos decía que
gracias a la sabiduría y a la cultura europeas somos lo que somos, cuando en
realidad creo que perdimos mucho? Porque si uno considera que el número Pi de
la pirámide de Chichén Itzá es más perfecto que el de las de Egipto, piensa en
la visión moderna que tenían nuestros pueblos. Ni hablar del arco incaico, que
permitió que los más grandes monumentos erigidos por los incas estén aún en
pie. Y nadie cuenta que el maíz, que América domesticó en siete mil años, le
palió el hambre a toda Europa, en aquella época.
O el diseño urbano y
arquitectónico de Tenochtitlán, que deslumbró a las huestes de Cortés, no bien
arribaron a tierra mexicana en 1519.
–O el cero que los mayas habían
descubierto setecientos años antes que los europeos. El concepto de cero es muy
complicado.
¿Nunca se le ocurrió hacer un
Volumen II del Taki Ongoy, con cosas que hayan quedado en el tintero, algunas
zonas oscuras o inconclusas?
–Lo pensé, sí. Pero siempre
llegué a la conclusión de que una segunda parte tenía que estar relacionada con
los pueblos originarios actuales, y eso es más difícil, porque tenés que
occidentalizar un canto, cuando eso ya cierra perfecto con Aimé Painé o Beatriz
Pichi Malén. Ellas son maravillosas, porque tienen una capacidad del uso del
mapuzungún impresionante. Si tuviera que hacer algo, lo tendría que intentar
desde la lengua, desde el quechua o el mapuzungún, pero no me da, la verdad… es
meterme en camisa de once varas. Creo que con lo hecho está bien, porque agrega
a nuestro conocimiento cultural una parte que le fue escamoteada, porque
siempre dije que si hubiésemos sido formados con el conocimiento exhaustivo del
territorio y lo que significó la conquista, seríamos otras personas, otra
sociedad. La educación sarmientina tergiversó y torció mucho la realidad,
porque cuando uno crece y se forma con un pensamiento que menoscaba y desprecia
a sus ancestros –porque eso fue lo que pasó–, la realidad cambia. No hemos
podido venerar las luchas de Chelemín o Amaru que son apenitas más viejas que
la Revolución de Mayo.
La rebelión de Amaru II contra
los corregidores españoles es una de las causas ideológicas y económicas de las
luchas por la independencia en el continente.
–Y esto, en la formación, en la
psiquis de un individuo modifica su pensamiento, le da una capacidad de
análisis absolutamente distinta.
Otra arista no sólo de su obra
sino de la revisión del período de la conquista es el uso de las fuentes
porque, o son arqueológicas, o son interpretaciones que hacen los españoles
sobre “charlas” con los indígenas, o son testimonios de descendientes de los
incas que aprenden a escribir –y a “pensar”– en español, o son los dibujos de
Felipe Guamán Poma de Ayala que, si bien denuncia la conquista, se cría “a la
europea”.
–Claro, pero hay hallazgos
arqueológicos formidables, porque sólo con el cuento de algunos historiadores
como Nathan Wachtel, que eran extraordinarios, no iba a ser suficiente. Había
que refrendarlo con imágenes y por eso incluí fuentes arqueológicas, como las
de Alberto Rex González, porque la imagen es contundente. La capacidad estética
de los originarios en relación con su entorno y a lo que ellos imaginaban para
su futuro era extraordinaria, como las estatuillas que alguien hizo en el año
750 después de Cristo, en la zona de los valles Calchaquíes. Unas estatuillas
que implican un proceso de pensamiento, capacitación y observación
extraordinarios.
¿La que aparece en la tapa del
disco?
–Tal cual, por eso digo “qué
hubiéramos sido, si hubiéramos podido ser”, porque si uno ve las esculturas del
pueblo mochica, es como si viera la dimensión de lo que ocurrió en la tierra
durante tres millones y medio de años. La deformación estética de la maravilla
que sorprendió al mismísimo Durero es extraordinaria: ¡El tipo se puso a llorar
cuando las vio! Y si uno ve la degradación que hicieron los españoles con la
cultura del pueblo moche es increíble. Es algo parecido a lo que nos pasó a
nosotros cuando pasamos de la democracia al neoliberalismo porque tal vez, como
pensaban los mexicas, la historia puede que sea cíclica.