Felipe Pigna en el volúmen 4 de "Los mitos de la historia argentina", narra el episodio ocurrido un día como hoy pero de 1955, cuando las bombas cayeron para derrocar a Perón, matando e hiriendo a cientos de personas.
Aquel 16 de junio, Perón llegó como todos los días muy temprano a la Casa Rosada. Empezó el día recibiendo al director de la SIDE, general de brigada Carlos Benito Jáuregui. Las noticias que traía el jefe de los espías eran preocupantes pero no estaban confirmadas. Perón decidió continuar con su actividad diaria y estar alerta a cualquier aviso. Al terminar la reunión y mientras esperaba al embajador de los Estados Unidos Albert Nufer, miró con cierto desgano la agenda oficial, sabiendo que según le anticipó Jáuregui todo podía cambiar de un momento a otro.
Dudaba todavía cuando llegó el
embajador y comenzó una cordial entrevista. A eso de las nueve de la mañana,
fueron interrumpidos, un poco intempestivamente, por el general Lucero, quien
ingresó pidiendo disculpas con un marcado gesto de preocupación. Perón sabía
que estaba programado un desfile aéreo en desagravio a la bandera nacional y a
la memoria del Libertador por los destrozos producidos en la Catedral donde
descansan sus restos. Pero Lucero estaba en condiciones de confirmar las
sospechas del director de la SIDE: ese desfile podía ser aprovechado para
bombardear la Casa de Gobierno y a su principal ocupante. Convenció al
presidente de que se trasladara a su despacho en el Ministerio de Guerra,
cruzando la avenida Paseo Colón.
Desde su nueva ubicación, a las
12.40 en punto, Perón pudo escuchar el sonido inconfundible de aviones de
combate. Luego supo que eran los Avro Lincoln y Catalinas de la escuadrilla de
patrulleros Espora de la Aviación Naval, coordinados por el almirante Samuel
Toranzo Calderón y comandados por el capitán de navío Enrique Noriega. Era un
ruido inesperado, nuevo en Buenos Aires que se estrenaba como la primera
capital de Sudamérica en ser bombardeada desde el aire por sus propias fuerzas
armadas, curiosamente por la Marina.
“1º El bombardeo de la Casa de
Gobierno, donde se presumía estaría el presidente.
2º El copamiento por parte de
civiles de edificios públicos y emisoras radiales.
3º El alzamiento de las unidades de
Entre Ríos a las órdenes del general León Bengoa.
4º La movilización de las
unidades de la Escuela de Artillería y de Aviación de Córdoba.
5º El alzamiento de la base naval
de Puerto Belgrano; y
7º El despliegue de unidades de
Infantería de Marian que atacarían por tierra posesionándose de edificios
públicos y otras unidades de Ejército.” 1
Los aviones atacantes llevaban
pintadas en sus colas una “V” y una cruz, que señalaban “Cristo Vence”. En la
Plaza, además de los apurados transeúntes, había algunas familias que se
disponían a presenciar el desfile aéreo. Nunca imaginaron que la parada militar
tuviera un carácter tan realista.
Las primeras bombas cayeron a
pocos metros de la Pirámide. Sobre la Casa Rosada cayeron en total 29 bombas,
de entre cincuenta y cien kilos cada una. Otra de ellas destrozó un trolebús
repleto de pasajeros.
Al enterarse de los hechos, la
CGT convocó a la Plaza a defender a Perón. El General trató de parar la
movilización; desde su puesto de comando en el Ministerio de Guerra, le ordenó
al mayor Cialcetta que le pidiera a la CGT que no movilizara a los trabajadores
para evitar víctimas, pero ya era demasiado tarde. Perón tenía claro algo que
los dirigentes cegetistas parecían no ver. Sabía que los atacantes, lejos de
conmoverse por la barrera humana, dispararían criminalmente sobre la multitud
sin la menor contemplación.
A la tarde eran cientos los
descamisados reunidos para defender su gobierno en la histórica plaza, cuando
una nueva oleada de aviones espantó a las desconcertadas palomas y arrojó su
mortífera carga de nueve toneladas y media de explosivos sobre la multitud.
En la Plaza de Mayo y sus
alrededores quedaron los cuerpos de 355 civiles muertos, y los hospitales
colapsaron por los más de 600 heridos. Se había perpetrado el peor ataque
terrorista de la historia argentina. Sus autores eran “respetables” militares y
civiles que se frotaban las manos imaginándose el triunfo de un golpe militar
que devolvería a la “negrada”, a los “cabecitas”, a los lugares de los que nunca
debieron haber salido.
Entre los autores intelectuales
de aquel horror, había varios civiles, unidos no precisamente por el amor sino
por el espanto que estaban dispuestos a provocar. Algunos de ellos eran el
socialdemócrata Américo Ghioldi, el radical unionista Miguel Ángel Zavala
Ortiz, el conservador Oscar Vichi y los nacionalistas católicos Mario Amadeo y
Luis María de Pablo Pardo, miembros fantasmales de una hipotética junta de
gobierno cívico-militar.
En el Ministerio de Marina, que
había sido el cuartel general de los golpistas, uno de los líderes de aquella
“revolución”, el vicealmirante de infantería Benjamín Gargiulo, decidió pegarse
un tiro, mientras que otro de los conspiradores, el almirante Aníbal Olivieri,
observaba por las ventanas cómo avanzaban sobre el edificio columnas de
trabajadores enardecidos y decididos a vengar a sus compañeros asesinados. El
marino tomó el teléfono aterrado y llamó al ministro de Guerra, el general
Lucero, y le dijo: “Intervenga. Mande hombres. Nos rendimos, pero evite que la
muchedumbre armada y enfurecida penetre en el edificio del Ministerio”. 2 Junto
a Olivieri estaban sus colaboradores más cercanos, los tenientes Emilio Eduardo
Massera y Horacio Mayorga, de triste futuro.
Otro almirante y responsable
directo de la masacre de Plaza de Mayo, Samuel Toranzo Calderón, fue degradado
y condenado a prisión por tiempo indeterminado. Al almirante Olivieri se lo
destituyó y condenó a un año y seis meses de “prisión menor”. Su defensor en el
juicio fue el contralmirante Isaac Francisco Rojas. Otros once oficiales fueron
condenados a reclusión por tiempo indeterminado. Pero el tiempo estaba
determinado y todos serían liberados, junto con sus cómplices, por los
“libertadores”.
La versión de los asesinos barre
con toda capacidad de asombro. Un volante de la “Marina de Guerra en
operaciones”, titulado increíblemente “Responsabilidad de Perón y la CGT en la
matanza de Plaza de Mayo”, decía: “Comparando los acontecimientos con las
declaraciones del propio Perón, es fácil determinar quiénes son los culpables
de la matanza de civiles, durante los bombardeos de la Marina de Guerra. La
Marina de Guerra se sublevó, enviando al Gobierno un ultimátum de rendición. Al
rechazar ese ultimátum y apelar al Ejército, el Gobierno se colocaba en actitud
beligerante. Desde ese momento dos fuerzas militares lucharían. Perón sabía que
la Marina no salía a “desfilar”, sino a combatir a muerte. ¿Por qué motivo,
entonces, Perón permitió que la CGT, con criminal inconsciencia, convocara al
Pueblo a Plaza de Mayo…? ¿Cómo es posible que un jefe de Estado, sabiendo que
su Sede sería bombardeada, no tratara inmediatamente de evacuar la población
civil…? ¿Cómo es posible que los dirigentes de la CGT hayan sido tan criminales
como para llevar a la gente al matadero, sabiendo que con palos no se puede
hacer frente a aviones ni a ametralladoras…? Perón mismo lo ha dicho: Nosotros
tuvimos conocimiento de la rebelión y de sus planes unas horas antes… ¡Y
conociendo la rebelión y los planes de bombardeo, Perón hace que la CGT convoca
a su querido “pueblo” a Plaza de Mayo para ser quemado! Una sola cosa explica
esta infamia: Perón creyó que a la vista del Pueblo, la Marina de Guerra
desistiría de sus propósitos. Es decir, que una vez más, Perón utilizó a los
trabajadores como escudo de sus designios…”
Si hasta aquí el lector se quedó
sin palabras, prepárese para lo que viene: “Si los radicales o ‘los clericales’
hubieran invadido la Casa de Gobierno, Perón hubiera tenido derecho a convocar
a la CGT: hubieran sido dos fuerzas civiles combatiendo en igualdad de
condiciones. Pero, desarrollándose la lucha entre fuerzas militares, convocar
al pueblo indefenso al teatro de las operaciones ¡¡Es criminal, infame, cobarde
y ruin!! Y la CGT que se prestó para esa carnicería es, conjuntamente con
Perón, responsable de esa canallada ante la clase trabajadora. No lo olvidará
jamás el Pueblo…3
Tras concretar su masacre, 110
tripulantes, entre ellos varios civiles como Zavala Ortiz, llegaban a
Montevideo a bordo de los 39 aviones con los cuales habían perpetrado la masacre.
Estos hombres, que habían demostrado su total desprecio por la vida humana
ametrallando a columnas enteras de trabajadores, recordaron repentinamente en
la Banda Oriental que existían los derechos humanos, particularmente el de
asilo.
Perón habló esa noche por la
cadena nacional de radio y televisión. En los pocos televisores que había en la
Argentina se pudo ver a un Perón desencajado, dolido, que decía: “lo más
indignante es que hayan tirado a mansalva contra el pueblo. […] Nosotros, como
pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión,
sino por la reflexión […]. Para no ser criminales como ellos, les pido que
estén tranquilos; que cada uno vaya a su casa […]. Les pido que refrenen su
propia ira; que se muerdan, como me muerdo yo en estos momentos, que no cometan
ningún desmán. No nos perdonaríamos nosotros que a la infamia de nuestros
enemigos le agregáramos nuestra propia infamia […]. Los que tiraron contra el
pueblo no son ni han sido jamás soldados argentinos, porque los soldados
argentinos no son traidores y cobardes. La ley caerá inflexiblemente sobre
ellos. Yo no he de dar un paso para atemperar su culpa ni para atemperar la
pena que les ha de corresponder […]. El pueblo no es el encargado de hacer
justicia: debe confiar en mi palabra de soldado […]. Sepamos cumplir como
pueblo civilizado y dejar que la ley castigue…”4
Felipe Pigna: Los mitos de la historia argentina - volumen 4 - Ed. Planeta
Referencias:
Referencias:
1 Daniel Rodríguez
Lamas, La Revolución Libertadora, Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1985.
2 Juan Domingo Perón,
Del poder al exilio, Buenos Aires, edición clandestina, 1956.
3 Félix Lafiandra
(recopilador), Los panfletos. Su aporte a la Revolución Libertadora, Buenos
Aires, Itinerarium, 1955.
4 La Prensa, 17 de
junio de 1955.