Un simple símbolo ideológico ha
provocado la indignación de algunos “bienpensantes”, sin embargo a quienes se rasgan las vestiduras por un Cristo apoyado en la hoz y el
martillo, no les parece incoherente un Cristo crucificado en una cruz de oro y
piedras preciosas.
Por Daniel Mercado
El crucifijo que regaló Evo
Morales al Papa ha desencadenado un aluvión de comentarios. Muchos medios y las
redes sociales se han prodigado en críticas, descalificaciones y hasta
furibundas reacciones. “Crucifijo comunista”, “oxímoron”, “regalo insultante”
han sido algunas de las expresiones más benevolentes.
No acostumbro a sumarme sin más a
la corriente imperante y menos en este caso donde detrás de las críticas hay
ideología, no precisamente en la mejor de sus acepciones, y falta de
conocimiento, por no llamarle ignorancia.
Para entender el gesto de
Morales, es importante, saber que el regalo en cuestión es reproducción de un
tallado hecho por Luis Espinal, el mismo jesuita homenajeado por el Papa. Él
talló esa imagen en madera y decidió colocar allí el Cristo de la cruz que
recibió cuando hizo sus votos. Un gesto muy significativo, porque ponía en
contacto el centro de su vocación, Cristo, con el emblema de una ideología que
era motivo de muchas de sus inquietudes.
Con el crucifijo de marras, se ha
puesto de manifiesto que probablemente se conoce poco de Espinal o que se
olvida deliberadamente aspectos esenciales de su vida por incómodos. Espinal no
murió por casualidad, fue secuestrado, salvajemente torturado en un matadero,
asesinado a sangre fría y finalmente su cadáver fue abandonado en un basurero,
como desecho de una sociedad que castiga a quien no le sirve.

A los personajes proféticos, las
sociedades se las arreglan para domesticarlos. De Luis Espinal se preferiría
hacer un mártir descafeinado, quitándole todo lo que incomoda para hacerlo
inocuo y dejarlo listo para consumo masivo: una estampita de adorno. El
incidente del crucifijo ha puesto en evidencia que muchos recuerdan a Lucho,
pero no su significado. Un simple símbolo ideológico ha provocado revuelo y la
indignación de algunos, esos a los que no les llama la atención, mucho menos
les parece incoherente, un Cristo crucificado en una cruz de oro y piedras
preciosas.
Si Luis Espinal sobrevive en
nuestra memoria no es para tranquilizar conciencias, darnos una palmada en el
hombro mientras ante la injusticia preferimos mirar para otro lado. Su vida,
escritos y arte, también el controvertido crucifijo, están ahí interpelándonos.
Luis nos recordará siempre, una y otra vez, a todos los creyentes que “una
religión que no tenga la valentía de hablar a favor del hombre, tampoco tiene
derecho de hablar a favor de Dios”.
BIOGRAFÍA DE UN MÁRTIR
El Padre Luis Espinal Camps
(Lucho Espinal) nació el 2 de febrero de 1932 en la ciudad de San Fructuoso de
Bages, cerca de Manresa, España.
En agosto de 1949 ingresa en la
Compañía de Jesús y fue ordenado como Sacerdote en julio de 1962 en la ciudad de
Barcelona. Fue enviado a Bolivia como misionero, donde luchó por la defensa de
los Derechos Humanos.

Luis Espinal fue detenido por
paramilitares, torturado y asesinado. Fue secuestrado la noche del 21 de marzo
de 1980 y su cuerpo fue hallado la tarde del día siguiente en el kilómetro 8
del camino a Chacaltaya, junto al río Choqueyapu. Dicho asesinato había sido
planificado, en enero de ese año, por el propio García Meza, junto a Luis Arce
Gómez.