Él era un hombre del régimen
conservador que imaginaba vivir en el siglo XVIII y gustaba pasearse
en su carruaje repartiendo monedas de oro entre los pobres. Sin embargo, su nombre
quedaría asociado a la ley del voto universal, obligatorio y secreto.
Para algunos historiadores, Roque Sáenz Peña fue un héroe de la democracia, para otros quien frustró la capacidad revolucionaria de los movimientos políticos, que de ahí en más debieron embarcarse en la carrera electoral. Lo cierto es que, a partir de la sanción de la Ley General de Elecciones (N° 8.871), hay un antes y un después en la historia electoral de nuestro país.
¿QUÉ PASABA ANTES?
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Tapa de Caras y Caretas sobre el fraude electoral |
La Constitución de 1853 se
preocupó por la vigencia de los derechos políticos y económicos, pero dejaba
algunos vacíos: no determinaba las condiciones para ser ciudadano, ni indicaba
la forma de representación de las minorías. Recién se puede hablar de
elecciones en la Argentina a partir de 1863, cuando se estableció el primer
Registro Cívico donde los vecinos se anotaban para votar en forma voluntaria.
De todas maneras, como el voto no era secreto ni obligatorio y no todos tenían
documentación personal, durante el siglo XIX siguieron gobernando las élites o
como a ellos mismos les gustaba llamarse “la gente decente”.
Esto comenzó a cambiar al calor
de la modernización económica y de la inmigración. La movilidad social comenzó
a crear nuevos sectores que demandaban participación. El 2 de abril de 1916 se
realizaron los primeros comicios presidenciales según la nueva ley electoral.
La cultura patriarcal había logrado que se llamara voto universal a pesar de
que sólo pudieron votar los adultos varones, ya que las mujeres estaban
excluidas. Luego de largas luchas de los colectivos feministas, el marco
político para ser consideradas en sus derechos ciudadanos en todo el país se
dio en 1951, a instancias de Eva Duarte.
EL FRAUDE PATRIÓTICO
Volviendo a la apertura política
que concedió la Ley Sáenz Peña, ésta duró poco. El 6 de septiembre de 1930 las
botas reemplazaron a los votos, con el golpe militar del general Uriburu. La
soberanía popular fue burlada nuevamente y los sectores del privilegio trataron
de reacomodarse. Se inauguró en el país un período que la historia recuerda
como la Década Infame.
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Caricatura de Saenz Peña (1912) |
La sistematización del fraude
comenzaba con las tareas del ministro del interior para la confección del
padrón electoral y se extendía al manejo de la clientela política. En ese
entonces aparecieron los “punteros” como aseguradores de ese fraude.
Los días previos a los comicios ocurría
de todo: los opositores eran despojados de sus libretas cívicas, se tramitaban
falsos cambios de domicilios y los adversarios recibían amenazas. Si todo esto
no resultaba suficiente, en el día de la votación se les impedía llegar al
atrio o directamente se modificaba el sufragio expresado. Finalmente, y como
último recurso, quedaba el fraude poselectoral, la sustracción y el vaciamiento
de las urnas que se completaban con la incorporación de votos falsos y la
modificación de los escrutinios reales. Fue en esta década donde también se
empezó a utilizar contra los disidentes que eran arrestados, un nuevo invento:
la picana eléctrica. También fue el inicio de una escalada de golpes de Estado
que tuvieron una constante, impedir la voluntad popular.
EN ESTOS DÍAS
Todavía quedan resabios de
aquellos tiempos, ya que cada vez que se expresa un resultado en las urnas que
no coincide con el pensamiento del establishment conservador, en determinados
círculos subsiste un viejo elitismo de pensar que debe haber una aristocracia
del espíritu. Son aquellos, que de tanto en tanto reivindican el voto
calificado.
Las políticas de élite no
desaparecieron del todo, algunas han reverdecido a la sombra de “aparatos”, los
mediáticos, que buscan construir sentido a través de los relatos periodísticos
manipulando o tergiversando la información.
Ya no hay golpes militares, ahora
suelen ser “institucionales”, inducidos como siempre por la mano del poder
económico cuando siente afectado sus intereses.
Por eso, elegir sin que
condicionen nuestro voto, en estos tiempos sigue siendo un privilegio.
Daniel Dussex - eh! Agenda Urbana