El pensamiento político de los Estados Unidos, en la guerra
que enfrentó al norte y el sur por el tema de la esclavitud.
No hay nada peor que una guerra
civil. Los coterráneos son los seres que más se odian cuando se entremeten en
un conflicto armado. Estados Unidos puede dar testimonio de la veracidad de tal
afirmación. El Norte y el Sur llevaron a cabo, entre 1860 y 1865, una guerra
feroz, sanguinaria. La excusa fue la esclavitud. El Norte quería abolirla. El
Sur conservarla. El Norte quería obreros libres para sus industrias. El Sur,
esclavos para sus plantaciones de algodón y tabaco. El Norte sabía, siguiendo
el ejemplo de Inglaterra, que sólo el valor agregado que la industria añadía a
los productos del suelo establecía un valor superior. El monocultivo sureño
conducía al atraso. El industrialismo del Norte era el ariete que abría las
puertas del progreso. Así, todo indicaba que el Sur quería esclavos para
cosechar la tierra. Y el Norte obreros para sus industrias. Esto entusiasmaría
a los socialistas europeos, todos partidarios del Norte. De esta forma, Marx y
Engels envían cartas alentadoras a Lincoln. Si el Norte triunfa será un país
autónomo, industrial. Si lo hace el Sur hundirá a la nueva nación surgente en
el atraso, en la sumisión a Inglaterra, de donde continuará importando sus
productos manufacturados a cambio de algodón y tabaco extraído por manos
esclavas.
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Abaham Lincoln |
En este intento por indagar las
complejidades del pensamiento político norteamericano nos acercamos a la pieza
oratoria de la que habremos de partir: el discurso que pronunció Lincoln meses
después de la batalla de Gettysburg. Pocos antes de morir, George Gershwin,
respondiendo a la pregunta sobre qué pensaba componer en el cercano futuro,
dijo: “Quiero ponerle música al Discurso de Gettysburg”. Esta batalla,
terriblemente sangrienta, fue el punto de no retorno de la guerra. El triunfo
quedó en manos del Norte. Las tropas de la Unión estaban al mando de George A.
Mead. Las del Sur, al mando del General Robert E. Lee. Duró, la batalla, tres días:
Desde el primer día del mes de julio de 1863 hasta el tercero. Las tropas de
Lee, entre muertos y heridos, tuvieron 30.000 bajas. Las del Norte, 23.000. El
discurso de Lincoln es del 19 de noviembre de ese mismo año, y concluye así:
“Más bien es a nosotros a quienes toca dedicarnos a la gran tarea que tenemos
por delante (...) resolver aquí, por encima de todo, que estos muertos no
murieron en vano; que esta nación, bajo la mirada de Dios, tendrá un nuevo
nacimiento de la libertad y que el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el
pueblo, no desaparecerá de la tierra”. Lincoln fue asesinado el 15 de abril de
1865. En un teatro y por un actor, John Wilkes Booth. Que le disparó un tiro a
quemarropa en la cabeza. Hay un chiste macabro sobre esto. Se sabe que Lincoln
era un hombre reservado, envuelto siempre en sus pensamientos. Incluso el
Discurso de Gettysburg no tiene más de 300 palabras, seguramente menos. Nadie
sabía, nunca, qué pensaba. El chiste dice: “El único que entró en el cerebro de
Lincoln fue Booth”.
Si bien el General Lee se rinde
ante el General Ulysses S. Grant en Appomattox Court House, Virginia, el día 9
del mes de abril de 1865, el racismo sigue. El 24 de diciembre de ese mismo año
aparece el Ku Klux Klan. La película inaugural del cine norteamericano, El
Nacimiento de una Nación, empieza con la imagen de un negro llegando a Estados
Unidos y una leyenda que dice: “Cuando llegó el primer negro empezó la
división”. La otra película “clásica” sobre la Guerra Civil se narra desde la
óptica sureña, Lo que el viento se llevó. Walt Disney, a comienzos de los 40,
quiere homenajear al “viejo Sur” y lleva a cabo un film que se llama Canción
del Sur - Los Cuentos del Tío Remus. El día del estreno, al actor que
personifica al Tío Remus, que era, desde luego, negro, no lo dejan entrar al
cine. A comienzos de los sesenta, un boxeador negro que se ha consagrado como
campeón olímpico y le han dado, coherentemente, una enorme medalla, entra
orgulloso en un bar, con su medalla en medio del pecho, se sienta y llama a la
camarera: “Un café y un hot dog”, pide. “Aquí no servimos negros”, le dice la
camarera. El boxeador dice: “Yo no le pedí un negro. No quiero comerme a un
negro. Quiero solamente un café y un hot dog”. Era, en ese entonces aún,
Cassius Clay. Después fue Muhammad Alí. Negro, fue siempre. Y estaba orgulloso
de serlo.
Fuente: Página 12
Fuente: Página 12