Por Juan Carlos Junio
El triunfo de Mauricio Macri fue
celebrado sin disimulo por las organizaciones de la derecha criolla y sus
voceros, pero también por la derecha internacional, lo cual revela que en las
elecciones del 22 de noviembre se dirimía mucho más que una disputa fronteras
adentro.
El 5 de octubre de 2015 Infobae
publicó una entrevista de Andrés Oppenheimer en la cual el propagandista ultra
conservador Mario Vargas Llosa afirmaba: "Si fuera argentino, votaría por
Macri. Es el único que representa una alternativa real, clara y contundente a
lo que ha sido la tragedia de la Argentina, que es el peronismo."
En estos años la Fundación
Pensar, tanque de pensamiento macrista, ha organizado diversos seminarios en
los que los exponentes más connotados del conservadurismo continental y mundial
han hecho verdaderos actos de fe denunciando a los gobiernos “populistas e
izquierdistas” de la región, juramentándose actuar para que se vuelva a imponer
la cordura tradicional que siempre ha representado la derecha, aunque ahora lo
hace con nuevos formatos televisivos.
Esos núcleos del poder
internacional van desnudando la raíz y la proyección civilizatoria de estos
debates y propósitos políticos, en un mundo que ya no es el de los años
noventa. Se trata entonces de interpretar adecuadamente este elemento del
escenario, para no llegar a conclusiones equivocadas.
Repasemos: a partir de la
disolución del mundo socialista en 1989, la hegemonía neoliberal aceleró el
proceso de concentración y financiarización de la riqueza. Los resultados de
sus políticas hoy se expresan en datos indignantes. Que menos de 100 individuos
capten la misma riqueza que la mitad de la población mundial y que el capital
especulativo al timón del capitalismo planetario, junto a las fracciones
productivas, abusen de un modelo inviable en términos de sustentabilidad
ecológica, social y política constituyen aspectos insoslayables para comprender
los términos de la batalla actual.
Ese horizonte insoportable
comenzó a ser desafiado en América Latina, con el triunfo inaugural de Hugo
Chávez Frías en 1998 y, años más tarde, con la creación de UNASUR y CELAC como
expresiones de una voluntad colectiva que viene del fondo de la historia
americana. La simultánea emergencia de los Brics (Brasil, Rusia, India, China,
Sudáfrica) y las crecientes alianzas Sur-Sur anuncian un mundo pluripolar que
desafía el poder omnímodo de EE UU.
Los límites que va generando esa
configuración multipolar no se desarrollan frente a la impasividad de EE UU y
Europa, y de sus fracciones económicas hegemónicas y de la invasión planetaria
de sus medios de comunicación. En esa gran disputa mundial, la América Latina
que en estos años asumió posiciones de autonomía y soberanía regional, se
convierte en un objetivo central para la preservación del poderío norteamericano.
La política francamente hostil hacia los gobiernos populares se inscribe en
esta contienda epocal.
2015 fue un año complejo, tras 15
años de avances sostenidos del proyecto de integración nuestro americano. La
derecha en la región disputó el poder con los gobiernos populares de todos los
modos posibles, desde las intentonas golpistas (Venezuela 2002, Bolivia y
Argentina 2008, Honduras 2009, Ecuador 2010, Paraguay 2012, Venezuela 2014 y
Brasil 2015) hasta ensayos electorales que apenas cosecharon el éxito por un
período (el caso de Piñera en Chile) y campañas callejeras y mediáticas. Los
triunfos de Macri en Argentina y de la derecha opositora en Venezuela marcan un
punto de inflexión en el proceso ascendente de las luchas latinoamericanas.
En la Argentina de la década
kirchnerista, las mayorías sociales fueron protagonistas de las políticas
públicas que expresaron un proceso de ampliación de derechos. Esos avances
culturales inclusive condicionaron el discurso electoral de Macri. Los ejes de su
discurso como presidente son conocidos: avanzar en la “pobreza cero”, combatir
el narcotráfico y unir a los argentinos. Complementaba su retórica, la defensa
de las instituciones de la República, la promesa de un diálogo abierto, una
amplia libertad de expresión y la negativa a aceptar “jueces macristas”.
En los primeros 30 días de
gobierno estas promesas se hicieron añicos, violentando y negando leyes votadas
por el parlamento, y virando hacia formas políticas que tienen más parecido con
un estado de excepción (y su naturaleza autoritaria) que con una democracia
representativa, y mucho menos, con una democracia con auténtico sentido social
e igualitario.
La precipitada transferencia de
recursos económicos a los sectores monopólicos, los despidos masivos en el
Estado, la represión frente a la protesta social, el silenciamiento de toda voz
disidente en los medios, y el alineamiento automático con EEUU, constituyen
evidencias de una política pública subordinada a la estrategia internacional de
liquidación de los populismos izquierdistas y, a su vez asociada, a los núcleos
locales, ávidos de potenciar su tasa de ganancia.
En estos doce años, en la
Argentina y en América se ha plasmado una anormalidad insoportable para el
establishment, que está decidido a “corregir” por todos los medios.
A pesar de su brumoso relato
sobre la pesada herencia kirchnerista, Macri recibió un país desendeudado, con
elevados niveles de empleo, con políticas sociales inclusivas y un sentido
común crecientemente igualitario. ¿Cómo desmantelar esta construcción ideológica
que, además, contó con el aval del 49% de los electores en el balotaje?
De allí que el gobierno
neoliberal no la tiene fácil, pues deberá tensar una política que combina dosis
intolerables de injusticia y represión, y que encuentra a un importantísimo
núcleo de organizaciones y colectivos resueltos a defender lo conquistado en
estos años, y a ganar la calle para lograrlo.
El apagón perpetuado de toda voz
discordante no podrá impedir que las mayorías sociales vayan creciendo como
protagonistas políticos. Defenderán sus derechos y a la democracia, que está
siendo conculcada y restringida por un sistema de poder anclado en los
intereses estratégicos del capitalismo mundial y una burguesía local, que hace
mucho abandonó toda noción de ser parte de un proyecto con sentido nacional.
Una vez más, el pueblo encarna la esperanza.
iNFO|news