Fue dueña de una voz increíble y
continúa siendo un paradigma, un modelo a seguir por miles de cantantes. Ahora,
que toda polémica en torno a su figura pasó, queda claro que le puso magia
interpretativa a parte de las mejores canciones compuestas en su país a partir
de los años 60.
En un país de grandes mujeres
cantantes, Elis Regina fue la mejor. La aseveración dejó de ser materia
opinable a partir del 19 de enero de 1982, cuando la notable intérprete gaúcha
murió como consecuencia de un cóctel de cocaína y alcohol. Desde entonces –se
cumplen mañana veinte años–, Elis trascendió las polémicas terrenales y fue
canonizada como el alma musical del Brasil. Cantó con su voz única las mejores
canciones de una época rica y compleja. Después de su muerte, velaron sus
restos en el Teatro Bandeirantes de San Pablo. Tenía puesta la remera que no le
habían dejado usar en la presentación de su espectáculo Saudade do Brasil: la
bandera brasileña con su nombre y apellido inscriptos en el lugar donde el
slogan de la dictadura militar pontificaba “orden y progreso”.
En los 36 años que llegó a vivir,
Elis prefirió apostar por el progreso, que le dibujó, desde su infancia pobre
en Porto Alegre, una sinuosa línea ascendente. Aunque la magia inapelable de
“sus” canciones y su conflictiva vida privada escondieran un orden interno, un
entramado lógico que solo ella comprendía (o tal vez no), no hay certezas
visibles ni armonía conceptual en su itinerario de vida. Simplemente, vivió
como pudo, como le salió, acompañando inorgánicamente el proceso creativo y cultural
del Brasil de los años 60 y 70. No fue la versión femenina de un bon vivant
como Tom Jobim, ni una intelectual progre como Chico o Caetano, y tampoco
podrían asimilarse sus desgarros al espíritu iconoclasta de Janis Joplin. Pero
cuando cantaba, transmitía como nadie la placidez melancólica del creador de la
bossa nova, la rebeldía antisistémica de Buarque y Veloso, y –desde un estilo
distinto en lo interpretativo– esa necesidad de plenitud vital que manifestaba
Janis.
A los siete años, la niña prodigio,
la futura leyenda, se quedó muda en un programa radial que promocionaba a “los
mejores valores de Porto Alegre”. Le había ganado el pánico. En cada uno de sus
shows como profesional, reconocería una vez consagrada, siguió luchando contra
esa inseguridad que amenazaba con paralizarla. Arriba del escenario, parecía
salir fortalecida de esa pelea, pero muchos “hitos” (para su público, para la
prensa, para los otros músicos) de su carrera fueron para ella un tormento. En
Montreux produjo, según coincidió la crítica, uno de sus shows más notables,
acompañada por Hermeto Pascoal. Sin embargo, confesó a sus íntimos que el
recibimiento del público había destrozado sus nervios, que se puso a llorar
como una chica, se le corrió el maquillaje, y durante la primera mitad del show
no pudo ver lo que ocurría a su alrededor. Jamás aceptó que se editara en disco
ese material, del que se sentía avergonzada, pero la avidez de la industria
discográfica permitió que ese cd sea hoy un clásico de la música popular
brasileña.
Dicen que antes y después de
cantar era insufrible. Se llevaba mal con sus padres (su mamá quería que fuese
maestra, y su papá estaba, por el contrario, demasiado entusiasmado con las
posibilidades económicas que ofrecía la carrera de la chica), pero andaba con
su familia a cuestas por todos lados. Sus departamentos de Río de Janeiro y San
Pablo eran ocupados por medio Porto Alegre. La vida y el tiempo no le
alcanzaban. Quería grabar a todos los poetas que la fascinaban, y los mejores
artistas componían especialmente para ella. En 1970 Caetano y Gilberto le
escribieron, desde el exilio londinense, “Nao tenha medo” y “Fechado pra
balanco”, respectivamente. Pero una vez echó a Wayne Shorter de su casa y,
prácticamente, del país. El músico de jazz le había expresado su admiración y
le propuso hacer un disco juntos. Elis y su pareja de entonces (el músico y
arreglador César Camargo Mariano) lo “adoptaron” en su casa. Ella cocinaba
(parece que era una brillante cocinera), él hablaba de música. Cuando fueron al
estudio, descubrieron que Shorter sólo requería de Elis una pequeña
participación vocal en su disco. La cantante estalló y le dedicó uno de sus más
genuinos escándalos.
Tenía tantos amigos como
enemigos. Se casó dos veces y se separó mal, en ambos casos. Iba encaminada a
un tercer intento, cuando la sorprendió la muerte. Supo pelearse con los
militares, a quienes trató de “gorilas” desde Europa. Pero un par de años
después cantó el himno brasileño en una ceremonia castrense, el Día de la
Independencia. Sus colegas “progres” criticaron su actitud, pero ella se
defendió argumentando que había sido amenazada. Se redimió luego,
convirtiéndose en una voz activa contra la censura y el destierro de los
artistas comprometidos políticamente. Su interpretación, en 1979, de “O Bebado
e a Equilibrista” (El Borracho y la Equilibrista), de Joao Bosco y Aldir Blanc,
se convirtió en el himno de la campaña nacional por la amnistía política.
Durante los primeros años de la dictadura de Jorge Rafael Videla, se negó a
visitar profesionalmente la Argentina hasta tanto levantaran la censura que
pesaba sobre Falso brilhante. Ese disco incluía “Gracias a la vida”, de Violeta
Parra.
Pero más allá de sus actitudes,
sus fans, que se han multiplicado en todos estos años, recordarán su música. La
saga de Elis (distintos discos con el mismo nombre, que recorrieron la década
del 70), el insuperable Elis & Tom, Trem azul, etc. Grabó en vida 30
álbumes, pero la oferta destinada a saciar la sed de Elis incluye otros 27
discos póstumos, que incluyen grabaciones en vivo, rarezas y versiones
inéditas. Aún hoy, existen pocas situaciones más placenteras que ponerse a
escuchar, en la voz de Elis y en circunstancias apropiadas, “Aguas de Marco” o
“Atras da porta”. Mucho antes de que la encontraran en su dormitorio, muerta en
soledad, preparando su nuevo disco, había dicho: “Cuando esté vieja como Edith
Piaf, me tendrán que poner sobre el escenario. Es lo único que sé hacer, y lo
único que me va a quedar: cantar”.
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Autor de la nota: Fernando D´addario.