Murió ayer, a los 95 años, el poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero
el infatigable explorador del lenguaje.
Estudió agronomía y fue buscador
de oro, siempre en San Juan, la provincia donde nació y vivió. El autor de
Atisbos desplegó una obra de gran belleza lírica y radicalmente original.
Exorcizar la pena no es fácil,
pero relampaguea la certeza de que su obra permanecerá, lejos de la amenaza de
ese viento zonda que a veces es el olvido. Y sus versos serán mañana una
invitación a afinar el oído. Jorge Leónidas Escudero, ese inmenso tesoro
apodado Chiquito, uno de los más grandes de la poesía argentina, murió ayer a
los 95 años en la misma ciudad de San Juan donde nació y vivió, buscando oro y
palabras que desplegaran la belleza lírica de una sintaxis quebrada y
radicalmente original en su textura oral. “Sigo aquí en el camino de otras
veces, escarbo/ m’encaramo en las palabras, miro/ cielos a ver si la palabra
única/ me resume todo lo a decir.// Sigo esto y escribo como que soy mandado/ a
encontrar arduamente lo que aún no asoma/ pero lo atisbo./ Una esperanza bruta
me asiste.// Y voy a lo invisible sin saber qué/ ni cuándo ni si/ podré poner
pie nel umbral de/ o me consumiré andando el camino.// ¿Estoy quizá hablando de
la nada/ o del todo que es lo mismo?/ ¿Será eso el/ silencio total ah? Me
asusto:/ ¿Buscar la palabra única será/ instinto de muerte?”, se lee en uno de
sus poemas.
Las andanzas mineras de Escudero
se iniciaron en San Juan, donde nació el 4 de septiembre de 1920. A pesar de
que cursó estudios de agronomía, pronto abandonó las aulas para cuerpearle a la
vida y entregarse a la travesía de hallar oro en las montañas de su provincia.
Infatigable explorador que trajinó por las alturas de Calingasta como cateador
minero, en ese andar queriendo encontrar las piedras para hacerse rico con el
mineral, el tesoro nunca apareció. Chiquito rumbeó con sus manos, sus oídos y
su mirada para otros pagos, sin moverse de su terruño. Se empleó como
oficinista y dio rienda suelta a otra de sus grandes pasiones, el juego en la
ruleta, “tratando de arrancarle algún numerito al futuro”. A los 50 años
publicó su primer libro, La raíz en la roca (1970), en una modesta edición de
autor. Rogelio Ramos Signes, poeta y narrador nacido en San Juan pero radicado
en Tucumán, ansioso por descubrir una voz que le llamara la atención, entró en
la librería sanjuanina Palma. Entonces –en 1985– se cruzó con un ejemplar de
modesto porte, Le dije y me dijo (1978), de un tal Escudero. Ramos Signes lo
hojeó y se dio cuenta de que estaba ante algo diferente. Lo asaltó un
presentimiento, algo relacionado con el olfato o con las “vecindades
afectivas”, cuando entre poetas media la amistad. Compró otro ejemplar para
regalárselo a su amigo Javier Cófreces (ver aparte). Y no se equivocó.
Cófreces supo detectar el
lenguaje despojado de gravedades de Chiquito, esa persistente demolición de
estereotipos, golpeando palabras y silencios de espaldas a las modas poéticas.
Y decidió publicar algunos de los poemas en las páginas de la revista La danza del
ratón, antecesora de la editorial Ediciones en Danza, que comenzaría a publicar
la obra del poeta sanjuanino en 2001. Después llegarían Piedra sensible (1984),
Los grandes jugadores (1987), Umbral de salida (1990), Basamento cristalino
(1993), Elucidario (1992), Jugado (1993), Cantos del acechante (1995), Viaje a
ir (1996), Caballazo a la sombra (1998), Aguaiten (2000), Senderear (2001),
Verlas venir (2002), Endeveras (2004), Divisadero (2005), Tras la llave (2006),
Caza nocturna (2007) y Dicho en mí (2008), entre tantos otros títulos y en 2015
recibió el Segundo Premio Nacional de Poesía por su libro Atisbos. En una de
las notas preliminares a la Poesía Completa de Escudero, Ricardo Luis Trombino,
profesor de literatura en la Universidad de San Juan, subraya que en la voz y
la escritura del poeta sanjuanino se parió “una nueva poesía, difícil de
encasillar tras una línea estética determinada”.
“En la montaña sentimos la
comunicación con el todo. No sabemos si es Dios, pero es una cosa tremenda. Aun
lo inhóspito de la montaña nos da la idea de que pertenecemos a un todo más
allá de la vida”, recordaba Escudero en el documental Oro nestas piedras
(2008), dirigido por Cristian Costantini, Leandro Listorti y Claudia Prado.
Obstinado en buscar “algún relincho de alegría” con su poesía, Chiquito
escribió su “Posible epitafio” en un poema memorable: “Que la vida le soltó la
mano/ y cayó en lo que nadie ha visto./ Que la noche lo recibió indiferente./
Que los amigos mirándose unos a otros/ menearon la cabeza diciendo ya está./ la
ley es así.// Quien se mortificaba en buscar lo oculto/ entró a allá iluminado
con velas./ de brazos cruzados y encajado/ en madera lustrada./ El mundo siguió
andando como dice el tango./ ¿Y en vida qué hizo? Hizo lo que pudo/ pero murió oscuro,/
murió en oscuro mientras golpeaba dos piedras/ para sacar luz.// Hoy merece el
recuerdo de algunos poquísimos/ los que entienden que el suyo/ fue un
empecinado ejercicio para Ver”.
Fuente: Silvina Friera
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