Qué distintas hubieran sido nuestras infancias y nuestros entusiasmos patrióticos si antes de enseñarnos de memoria la bella “Marcha de San Lorenzo”1 nos hubieran explicado por qué se libró aquel combate, qué intereses estaban en juego o, aunque sea, qué quería decir “Febo”. Nos tendrían que haber dicho, que las fuerzas españolas de Montevideo se autoproclamaban como las continuadoras del virreinato del Río de la Plata y llevaban adelante una férrea resistencia contra el gobierno de Buenos Aires, al que obviamente se negaban a reconocer, y constituían un verdadero peligro para la continuidad de la Revolución. Así describía La Gaceta uno de estos mortíferos ataques del enemigo: “A eso de las nueve de la noche la flotilla, estacionada en la rada interior, comenzó, sin previo aviso, el bombardeo de Buenos Aires. Las granadas, describiendo hermosos arcos, caían sobre la ciudad alumbrada ya por los faroles nocturnos. Las familias se encontraban casi todas en sus tertulias y aunque las granadas hacían explosión en uno y otro sitio, no por eso las señoras dejaban de subir a las azoteas para presenciar el espectáculo. Después de arrojar unas cincuenta granadas sobre la ciudad y manteniendo un vivo fuego sobre la playa, felizmente ineficaz, el español Michelena intimó la rendición de las autoridades.”
Nos podrían haber enseñado que
aquel corajudo regimiento compuesto por gauchos, indios y mulatos estaba
dispuesto a todo y que tenían plena conciencia, gracias a las arengas de su
jefe, de lo que estaba en juego en sus acciones contra los saqueadores,
ladrones de gallinas y asesinos que nos atacaban. Que San Martín arengaba
vehementemente a sus hombres, recordándoles por qué luchaban y qué pensaba el
enemigo de nosotros los americanos. Podía haber recurrido a las palabras
lanzadas por el virrey de Abascal: “Los americanos han nacido para ser esclavos
destinados por la naturaleza para vegetar en la oscuridad y el abatimiento” 3 y
a la vibrante respuesta de Mariano Moreno: ”Sin que sea vanagloria podemos
asegurar que de hombres a hombres les llevamos mucha ventaja. Podemos afirmar
que el gobierno antiguo nos había condenado a vegetar en la oscuridad y
abatimiento pero como la naturaleza nos había hecho para grandes cosas, hemos
empezado a obrarlas limpiando el terreno de la broza de tanto mandón inerte e
ignorante, que no brillaban sino por sus galones, con que el ángel tutelar
había cubierto sus vicios y miserias”.
Los hombres que combatirían
finalmente en San Lorenzo eran unos 150 granaderos de elite que el propio San
Martín había seleccionado por sus condiciones de combate, gente de temer para
el enemigo, los que marchaban hacia las costas de nuestro majestuoso Paraná
para hacer frente a esa amenaza, en el ardiente verano de 1813. San Martín, que
esperaba ansioso la oportunidad de entrar en combate, destinó vigías que, desde
tierra, siguiesen los movimientos de los buques españoles y, gracias a ese
trabajo de inteligencia, decidió esperar el desembarco cerca de la posta de San
Lorenzo, estableciendo su cuartel en el convento de San Carlos.
Sus espías trabajaban
intensamente y gracias a ellos pudo saber con precisión que el jefe español
Zabala venía navegando por las aguas del Guazú desde el día 17 de enero con una
escuadrilla que era superior a toda la flota que pudiera reunir la naciente
patria: once barcos muy bien artillados con unos 300 hombres entre las tropas
de desembarco y la marinería. El viento norte soplaba a favor de los justos y
venía complicando la navegación a vela de la flota invasora. Para el día 28 la flota realista ya andaba
por San Nicolás, llegando al Rosario el 30. Allí los vio desembarcar el paisano
Celedonio Escalada, quien le avisaba al jefe que estaba dispuesto a resistir
con sus 22 hombres de a pie y 30 de a caballo y un cañoncito. Pero la avanzada
siguió hacia el Norte, a unos 27 kilómetros de Rosario, donde el río se
ensancha a la altura de la Posta de San Lorenzo, un pueblito de unos 20 ranchos,
pero con el importante convento de San Carlos Borromeo, fundado por los
franciscanos provenientes de la estancia del Carcarañá en 1790.
La marcha de San Martín fue tan
sigilosa, que hasta un avezado observador como William Parish Robertson –en ese
momento en viaje desde Buenos Aires hacia Asunción del Paraguay– no pudo
percatarse de la presencia de los soldados hasta que en la posta de San Lorenzo
se topó con dos hombres de guardia y pensó que serían infantes realistas
desembarcados: “Vi confusamente en las tinieblas de la noche los tostados
semblantes de dos arrogantes soldados en cada ventanilla del coche. No dudé que
estaba en manos de los marinos [realistas]. ‘¿Quién está ahí?’, dijo
autoritariamente uno de ellos. ‘Un viajero’, contesté, no queriendo señalarme
inmediatamente como víctima por confesar que era inglés. ‘Apúrese’, dijo la
misma voz, ‘y salga’. En ese momento se acercó a la ventanilla una persona
cuyas facciones no podía distinguir en lo oscuro, pero cuya voz estaba seguro
de conocer, cuando dijo a los hombres: ‘No sean groseros; no es enemigo, sino,
según el maestro de posta me informa, un caballero inglés en viaje al
Paraguay’. Los hombres se retiraron y el oficial se aproximó más a la
ventanilla [...] combinando sus rasgos con el metal de voz, dije: ‘Seguramente
usted es el coronel San Martín y, si es así, aquí está su amigo míster
Robertson’. [...] El coronel entonces me informó [...] que había venido
(andando principalmente de noche para no ser observado) en tres noches desde
Buenos Aires.5 Dijo estar seguro de que los marinos no conocían su proximidad y
que dentro de pocas horas esperaba entrar en contacto con ellos. ‘Son doble en
número’ [los realistas], añadió el valiente coronel, pero por eso no creo que
tengan ‘la mejor parte del día’”.
Como nos hicieron cantar de
chicos, cuando Febo asomó” el 3 de febrero de 1813, unos 250 realistas,
apoyados con 11 naves con su respectiva artillería, desembarcaron para dedicarse prolijamente a
saquear lo que estuviese a su paso. Pero esta vez la población no estaba
indefensa, y el ataque envolvente ordenado por San Martín los obligó a
reembarcarse. El escueto parte del coronel al Triunvirato es claro:
“Exmo. Señor: Tengo el honor de
decir a V.E., que el día 3 de febrero los granaderos de mi mando en su primer
ensayo han agregado un nuevo triunfo a las armas de la patria. Los enemigos en
número de 250 hombres desembarcaron a las 5 y media de la mañana en el puerto
de San Lorenzo y se dirigieron, sin oposición, al colegio de San Carlos, conforme
al plan que tenían madurado. En dos divisiones de a 60 hombres cada una, los
ataqué por derecha e izquierda;8 hicieron no obstante una esforzada
resistencia, sostenida por los fuegos de los buques, pero no capaz de contener
el intrépido arrojo con que los granaderos cargaron sobre ellos sable en mano;
al punto se replegaron en fuga a la bajada, dejando en el campo de batalla 40
muertos, 14 prisioneros, de ellos 12 heridos, sin incluir los que se
desplomaron y llevaron consigo, que por los regueros de sangre que se ven en
las barrancas considero mayor número. Dos cañones, cuarenta fusiles, cuatro
bayonetas y una bandera que pongo en manos de V.E., y la arrancó, con la vida,
al abanderado el valiente oficial don Hipólito Bouchard. De nuestra parte se
han perdido 26 hombres, 6 muertos y los demás heridos. De este número son el
capitán don Justo Bermúdez, y el teniente don Manuel Díaz Vélez que,
avanzándose con energía hasta el borde de la barranca, cayó este recomendable
oficial en manos del enemigo.
El valor e intrepidez que han
manifestado la oficialidad y tropa de mi mando los hace acreedores a los
respetos de la patria y atenciones de V.E.; cuento, entre estos, al esforzado y
benemérito párroco, doctor Julián Navarro, que se presentó con valor animando
con su voz y suministrando los auxilios espirituales en el campo de batalla.
Igualmente [lo] han contraído los oficiales voluntarios don Vicente Mármol y
don Julián Corbera, que, a la par de los míos, permanecieron con denuedo en
todos los peligros.
Seguramente el valor y la
intrepidez de los granaderos hubiera terminado en este día de un solo golpe las
invasiones de los enemigos en las costas del Paraná si la proximidad de las
bajadas, que ellos no desampararon, no hubiera protegido su fuga; pero me
arrojo a pronosticar sin temor, que este escarmiento será un principio para que
los enemigos no vuelvan a inquietar [a] estos pacíficos moradores.
Dios guarde a V.E. muchos años.
San Lorenzo, febrero 3 de 1813.
José de San Martín
Nota. El buque comandante de la
escuadra enemiga me ha remitido un oficial parlamentario, solicitando vendiese
alguna carne fresca para sustentar a sus heridos y en consecuencia he dispuesto
que se le facilite media res exigiéndole antes su palabra de honor de que no
será empleada sino con este objeto.
Otra. Siguen trayendo más muertos
del campo y de las barrancas, como igualmente fusiles.
Otra. He propuesto al oficial
parlamentario si el comandante de la escuadra quiere canjear al único
prisionero don Manuel Díaz Vélez.”
Los invasores españoles no salían
de su asombro y todavía atragantados por la derrota publicaban este parte en La
Gaceta de Montevideo: "Por derecha e izquierda del monasterio dos gruesos
trozos de caballería formados en columna y bien uniformados, que a todo galope
y sable en mano cargaban despreciando los fuegos de dos cañoncitos, que
principiaron a hacer estragos en los enemigos desde el momento que los divisó
nuestra gente. Sin embargo de la primera pérdida de los enemigos,
desentendiéndose de la que les causaba nuestra artillería, cubrieron sus claros
con la mayor rapidez, atacando a nuestra gente con tal denuedo que no dieron
lugar a formar el cuadro. Ordenó Zabala a su gente ganar la barranca, posición
mucho más ventajosa si el enemigo trataba de atacarla de nuevo. Apenas tomó
esta acertada providencia, cuando vio al enemigo cargar por segunda vez con
mayor violencia y esfuerzo que la primera. Nuestra gente formó aunque
imperfectamente un cuadro por no haber dado lugar a hacer la evolución la
velocidad con que cargó el enemigo".
El violento combate de apenas
quince minutos de duración dejó, entre los patriotas, 16 muertos y 27 heridos.
Entre las bajas fatales, se encontraban Juan Bautista Cabral, muerto en el
combate, y Justo Germán Bermúdez, muerto por hemorragia al día siguiente.
Ellos, junto al bravo puntano sobreviviente, Juan Bautista Baigorria, pudieron
salvar la vida de su jefe, cuando en medio del combate su caballo bayo 11 (no
blanco, por cierto) cayó herido y le aprisionó la pierna.
Aquí hay dos cosas interesantes
para señalar: por un lado el invento del caballo blanco y por otro, ratificar
la acción la acción y las palabras del soldado mulato o zambo Juan Bautista
Cabral, ya que es el mismo San Martín, absoluto enemigo de las exageraciones y
las mentiras, quien se preocupa de que recordemos el episodio, al protagonista
y sus últimas palabras.
EL HUMANISMO DE SAN MARTÍN
En una nota del 27 de febrero,
San Martín le pidió al Triunvirato que atendiera especialmente la situación de
las viudas y las familias de los caídos, un deber que entonces, como ocurriría
también después, los funcionarios públicos no respetaban puntualmente.
El lenguaje y el contenido del
pedido de San Martín, en el que vuelve a recordar a los héroes de la
jornada, no son los habituales y hablan
de su profundo humanismo: “Como sé la satisfacción que tendrá V.E. en
recompensar a las familias de los individuos del regimiento, muertos en la
acción de San Lorenzo, o de sus reclutas, tengo el honor de incluir a V.E. la
adjunta relación de su número, país de nacimiento, y estado. No puedo
prescindir de recomendar particularmente a V.E., a la viuda del capitán Justo
Bermúdez, que ha quedado desamparada con una criatura de pecho, como también a
la familia del granadero Juan Bautista Cabral, natural de Corrientes que,
atravesado con dos heridas, no se le oyeron otros ayes que los de ‘Viva la
patria, ¡muero contento por haber batido a los enemigos!’; y efectivamente a
las pocas horas falleció, repitiendo las mismas palabras”.
Como se ve, el jefe vencedor no
les dejaba muchas alternativas a las autoridades porteñas y su pedido tuvo una
respuesta favorable por parte del Triunvirato, como puede leerse en el
siguiente decreto firmado el 6 de marzo:
“Considérense a las viudas de los valientes soldados que han rendido su
vida en defensa de la patria y escarmiento de piratas agresores, con las
pensiones asignadas según sus clases, y muy particularmente a la viuda del
capitán Bermúdez; fíjese en el cuartel de granaderos un monumento que perpetúe
recomendablemente la existencia del bravo granadero Juan Bautista Cabral en la
memoria de sus camaradas, y publíquese el presente oficio con este decreto, y
la adjunta nota en la gaceta ministerial para noticia y satisfacción de las
interesadas, tomándose razón en el Tribunal de Cuentas”.
Fuente: Felipe Pigna,
La voz del gran jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín, Buenos Aires,
Planeta, 2014, págs. 158-165.