Un informe judicial denuncia al barrio de flores, en Buenos Aires, como zona
liberada para el trabajo clandestino.
El fiscal federal Federico Delgado elaboró un informe en base a talleres textiles allanados en la CABA. Sólo el 3 por ciento funcionaba en blanco. Describe la facilidad con que operan los explotadores y considera la zona de Flores como “administrativamente liberada”.
Por Mariana Carbajal
Una investigación judicial
determinó que existe en los barrios porteños de Flores, Floresta, Villa Mitre,
Villa Santa Rita y Parque Avellaneda “una zona administrativamente liberada”,
donde “los explotadores de talleres clandestinos saben que pueden instalarse
abiertamente”, en edificios tomados o no, y “donde no serán molestados en el
ejercicio de su actividad”. El informe fue realizado por el fiscal federal
Federico Delgado en el marco de una causa por trata de personas para
explotación laboral, iniciada a partir de una presentación realizada por el
legislador Gustavo Vera, fundador de La Alameda, y que llamativamente avanzó
poco en manos del juez federal Marcelo Martínez de Giorgi, titular del Juzgado
Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nº 8.
La pesquisa dio resultados
alarmantes: de los 72 domicilios allanados, sólo tres estaban habilitados como
talleres textiles y 69 funcionaban clandestinamente. La mayoría de las personas
allí encontradas eran bolivianas y paraguayas, que en promedio trabajan casi 9
horas y media por día y cobran apenas 31 pesos por hora, aproximadamente la
mitad de lo que gana una empleada doméstica. Mientras que quienes figuran como
encargados, explotadores, son de nacionalidad china y coreana. Los
investigadores sospechan que podría tratarse de testaferros. En la zona
relevada funcionaba el taller clandestino en cuyo sótano, con ventanas
tapiadas, diez meses atrás, murieron asfixiados dos hermanitos, de 7 y 10 años,
hijos de un matrimonio de nacionalidad boliviana que se desempeñaba en el
lugar. El fiscal Delgado remitió el informe al juez De Giorgi y le reclamó “una
investigación profunda” y “global” porque, advirtió, no se puede fragmentar la
causa y se debe mirar integralmente el problema por las interrelaciones que se
observan en el funcionamiento de los talleres. También envió una copia a la
Procuraduría de Trata y Explotación de Personas, a cargo de Marcelo Colombo, y
a la Procuradora Alejandra Gils Carbó.
En su investigación preliminar,
fechada el 11 de febrero, Delgado advirtió sobre la “irracionalidad” del
sistema: si los explotadores de un taller clandestino son detectados por un
inspector de la Dirección de Fiscalización y Control, de la Agencia
Gubernamental de Control la ciudad de Buenos Aires, “saben que a lo sumo les
será clausurado el lugar –sólo en caso de faltas graves y sin perjuicio de lo
cual igualmente podrán acceder sin inconvenientes horas después–, y podrán
solucionar sus irregularidades presentando en sede administrativa los papeles
para funcionar conforme a la ley, luego de pagar una multa que determinará un
controlador”. El fiscal destacó que ese procedimiento “esconde muchos
problemas”, y señaló entre ellos que los operadores judiciales no indagan en la
responsabilidad penal de “esos explotadores” frente a la existencia de
habilitaciones formales, de la agencia gubernamental, “que únicamente reclamará
dinero frente a las irregularidades detectadas durante las inspecciones”.
Delgado indicó que, “obviamente, la existencia de talleres habilitados
administrativamente no implica que en el lugar no trabajen personas que sean
explotadas laboralmente e incluso sean objeto de accionar delictivo y por ende,
competencia de la justicia federal”.
La pesquisa se inició a partir de
la presentación de Vera, con 170 domicilios donde funcionarían talleres
clandestinos. El relevamiento encontró 72 talleres textiles, de los cuales el
96 por ciento no tenía la habilitación correspondiente. En los talleres
clandestinos se encontraron 175 personas, 27 eran de nacionalidad argentina y
148 extranjeros (mayoría de bolivianos y paraguayos). Al analizar las horas
trabajadas por persona, se encontró que de lunes a viernes son un promedio de
más de 9 horas diarias, mientras que los sábados rondan las 5 horas y media.
Del relevamiento surge, que algunos de los trabajadores son “levantados” por
sus explotadores en la esquina de Cobo y Curapaligüe, del barrio de Flores,
donde funciona una especie de mercado humano, de día y de noche.
Fuente: Página 12