Pudo sobreponerse a su dura
historia personal y convertirse en una dirigente travesti que batalló por los
derechos de las personas trans y terminó reconocida en muchos otros ámbitos. La
Ley de Identidad de Género fue uno de sus logros más importantes.
Corajuda y divertida, solidaria y
comprometida. Católica muy creyente. Querible. Muy querible. Así era Lohana
Berkins, la gran activista travesti y feminista, que ayer murió en el Hospital
Italiano, donde hacía varios días estaba internada, con un cuadro grave.
Pionera. Luchó por los derechos de las personas trans, pero enlazó
transversalmente esa lucha con otras: contra las violencias de género, por la
legalización del aborto, contra la prostitución como un trabajo. Llevaba en su
cuerpo las marcas de la discriminación, del atropello policial, de la
explotación sexual, de un Estado que hasta hace pocos años expulsaba a los
márgenes a quienes, como ella, elegían una identidad de género que no coincidía
con el nombre inscripto en su DNI. Venía de una familia de clase media,
salteña, con un padre militar, una madre boliviana y 12 hermanos, de donde fue
echada a los 13 años. Su papá le dijo que se hacía bien hombre o se iba. Y se
fue. Con su trayectoria, deja un enorme legado de reivindicaciones para el
colectivo trans, con la Ley de Identidad de Género, sancionada en 2012, como
gran mojón. Ayer fue despedida en la Legislatura porteña, con honores, por la
comunidad LGBTT y de mujeres, por referentes de la política, por sus afectos. A
pedido de ella, sus restos serán llevados a su Salta natal.
Tenía un diagnóstico de hepatitis
C que se complicó con la aparición de un tumor. Sabía que no tenía chances de
ganar esa batalla y se fue despidiendo de su gente más cercana. El jueves, a
través de su amiga y militante trans Marlene Wayar, envió el siguiente mensaje:
“Queridas compañeras, mi estado de salud es muy crítico y no me permite
reunirme personalmente con ustedes. Por eso quiero agradecerles sus muestras de
cariño y transmitirles unas palabras por medio de la compañera Marlene Wayar, a
quien lego esta posta. Muchos son los triunfos que obtuvimos en estos años.
Ahora es tiempo de resistir, de luchar por su continuidad. El tiempo de la
revolución es ahora, porque a la cárcel no volvemos nunca más. Estoy convencida
de que el motor de cambio es el amor. El amor que nos negaron es nuestro
impulso para cambiar el mundo. Todos los golpes y el desprecio que sufrí no se
comparan con el amor infinito que me rodea en estos momentos. Furia Travesti
Siempre. Un abrazo”. Su despedida se replicó ayer por las redes sociales.
Desde la Oficina de Identidad de
Género y Orientación Sexual, del Observatorio de Género en la Justicia de la
Ciudad, que encabezaba desde su creación, en 2003, estaba terminando una
investigación sobre el acceso a la Justicia de las personas trans y otra sobre
sus detenciones arbitrarias, por vestir prendas femeninas, a lo largo de la
historia. Quería exigir al Estado un resarcimiento por la violencia policial
sufrida sistemáticamente por tantas travestis. Ella misma había conocido desde
su juventud la brutalidad policial, por el solo hecho de ser travesti.

De la capital norteña llegó a la
ciudad de Buenos Aires en los duros años de la dictadura militar, como tantas
travestis expulsadas de los pueblos del interior. Contaba que al principio no
encontraba hoteles que admitieran travestis y de noche hacía la calle y de día
simulaba ser una turista durmiendo en la plaza del Obelisco.
Lohana solía recordar que a ella
la salvó el feminismo. En una reunión que un grupo de antropólogas hacía en el
barrio de Flores, empezó a conocer palabras como “opresión”, “patriarcado”,
“diferente”. Participó en varios grupos de estudio, entre ellos Ají de Pollo,
donde se formó analizando y discutiendo textos fundamentales. Se sumó a la
Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas (Ammar). Y luego en una Marcha de
Orgullo Lesbo/Gay descubrió la Asociación de Travestis Argentina y sintió que
ese espacio la representaba mejor. Casi a mediados de los 90, fundó su propia
organización, la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual
(Alitt). Y en la lucha por su personería jurídica llegó hasta la Corte Suprema
de la Nación, que en 2006 avaló su reclamo: antes, la Inspección General de
Justicia (IGJ) se había negado a registrarla por considerar que su objetivo
social era “contrario al bien común” y esa postura discriminatoria llegó a
contar con el visto bueno de la Cámara Civil.
El fallo de la Corte Suprema fue
un gran logro. Pero no el primero. A comienzos de 2001, se inscribió en la
Escuela Normal N 3 para cursar la carrera de Magisterio, pero notaba que cuando
los profesores pasaban lista, no la nombraban. “Falto yo, Lohana Berkins”,
decía ella, al final del ritual, cada jornada. Hasta que un día arrebató la
lista y descubrió que su nombre de varón seguía allí. Nadie se había tomado la
molestia de corregir y anotar lo que ella siempre contestaba “Lohana Berkins”.
Cuando faltaba más de una década para la sanción de la Ley de Identidad de
Género –y seguramente ni ella soñaba con su aprobación– denunció esa
discriminación en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, y consiguió una
recomendación, que avaló su reclamo: que la llamaran por su nombre elegido. Esa
resolución fue el germen que derivó luego en dos decretos del Ejecutivo
porteño, por entonces a cargo de Aníbal Ibarra, para que se respetara el nombre
elegido de las personas trans en todo el sistema educativo y de salud de la
Ciudad.
Lohana siguió abriendo caminos.
Luchó contra los edictos policiales que criminalizaban a las travestis por el
solo hecho de serlo. Fue asesora del legislador del Partido Comunista Patricio
Echegaray, y se convirtió así en la primera travesti con un trabajo estatal.
Desde ese lugar, recordaba, educó a los empleados de la mesa de entradas de la
Legislatura a nombrar por su nombre elegido a las personas trans que la iban a
visitar. Cuando la filósofa feminista Diana Maffía asumió en 2003 como diputada
de la Ciudad, la nombró como asesora en temas de Derechos Humanos, Garantías,
Mujer, Niñez, Infancia y Adolescencia, y desde allí volvió a correr los muros y
logró que el entonces vicepresidente primero de cuerpo, Diego Santilli, del
PRO, le firmara el contrato con su nombre elegido y así figurara también en la
cuenta bancaria. Como siempre, Lohana no se quedó con su triunfo personal y fue
por más: consiguió que la Legislatura aprobara la ley del nombre para que se
respetara la identidad de género en la administración pública porteña. Maffía
la elegiría luego para acompañarla como funcionaria en la Oficina de Identidad
de Género y Orientación Sexual, que actualmente dirigía.
En su trayectoria, figura también
una candidatura a diputada nacional por una agrupación de izquierda. Y la
publicación de dos libros fundamentales para la visibilización de la situación
de la comunidad travesti en la Argentina: La gesta del nombre propio, que
coordinó con Josefina Fernández, y se editó en 2005, y Cumbia, copeteo y
lágrimas, de 2007, que compiló, y acaba de reeditar Ediciones Madres de Plaza
de Mayo. Entre los datos que revela en esas investigaciones, uno de los más
impactantes es la expectativa promedio de vida de las travestis, que ronda los
30 años. En ese mapa federal del colectivo trans encontró que el 73 por ciento
no había terminado la educación obligatoria, el 81 por ciento vivía de la
prostitución y el 82 por ciento había sufrido violencia policial.

En 2010 conformó el Frente
Nacional por la Ley de Identidad de Género, una alianza de más de quince organizaciones
que impulsó la sanción a nivel nacional de una ley que garantizara la
adecuación de todos los documentos personales a la identidad de género vivida y
al nombre elegido por las personas y el acceso a tratamientos médicos de
quienes soliciten intervenciones sobre su cuerpo. Fue aprobada por el Congreso
en 2012. La ley despatologizó las identidades trans, y permitió que en sus
primeros tres años de vigencia, más de cuatro mil personas pudieran cambiar su
DNI, incluida Lulú, la niña trans que a los 6 años consiguió también la
inscripción con su nombre elegido.
Al finalizar una entrevista que
le hizo hace tres años en su ciclo “Historia Debidas”, por Canal Encuentro, la
periodista Ana Cacopardo le mostró una foto suya y le preguntó. “Esa Lohana. ¿qué
te diría?”. Y ella respondió:
“Yo creo que me diría qué largo
camino que hemos recorrido. Yo creo que la abrazaría y lloraríamos juntas. No
sé cuáles serían sus lágrimas, y cuáles mis lágrimas. Pero sí sé que
lloraríamos hasta cansarnos. En ese mismo parque nos abrazaríamos y
lloraríamos. En el parque San Martín donde yo empecé a prostituirme. Después
nos mataríamos de risa, y... ¡Divina! Irnos a la peatonal así, divina!”.
Lohana se fue ayer. Pero su
memoria guiará siempre, como faro incandescente, la lucha de los derechos
humanos de todas las personas en el país. Hasta la victoria...