Por Mempo Giardinelli
En mi humilde y alquilada casa
chaqueña, de niño, fui criado bajo conceptos rígidos. “En asuntos morales sólo
se puede ser inflexible”, decía mi padre, socialista lector de La Vanguardia,
hombre ascético y trabajador como no he vuelto a ver jamás, y además un tipo
recto como rayo de bicicleta.
Después, cuando él murió a sus
apenas 50 años, de adolescente admiré la labor de mi hermana cuando integraba
el Tribunal de Conducta en la sede chaqueña del Partido (lo escribo con
mayúsculas), que era como se llamaba en mi casa a la Unión Cívica Radical.
De ellos aprendí que ser derecho
y no traidor –como postula el insuperable “Cambalache” de Discépolo– es un
imperativo moral y una práctica de vida, y acaso será el único valor que va a
recibir mi descendencia.
Desde luego que estas referencias
personales se deben a que esta columna no encuentra, hoy, otra manera de
afrontar el desdichado, horrible, nuevamente trágico presente argentino.
Porque todo indica que el
Gobierno puede salirse con la suya: nos endeudará de la manera más absurda e
infame por dos o tres generaciones, y así nuestros hijos y nietos pagarán otra
vez los negocios sucios que consienten muchos políticos y economistas, ahora
con la complicidad de un nutrido elenco de legisladores corruptos.
Aunque ya se sabe que, en un
cierto sentido, corruptos son todos: tanto el que corrompe con ventajas de
cualquier tipo, como el que por ellas acepta cambiar su posición, su voto o su
trasero.

No tienen vergüenza: creen y
quieren hacer creer que proceden por el bien público, para “salir del default y
volver a los mercados”, para “colocar a la Argentina en el mundo”, para
“asegurar la gobernabilidad” y otras sandeces.
Engañan al pueblo argentino con
basuras semánticas, y ni ellos se dan cuenta de que lo que hacen no son asuntos
de política o de economía. Son cuestiones de moral, de ética, de decencia y
honradez, valores que ellos suelen enarbolar en tribunales y para los diarios,
pero en los que jamás podrían medirse con ningún ciudadano decente y
trabajador.
Y es que son iguales o peores que
muchos de los que ellos acusaban hasta hace poco. Los cuales esos muchos, por
supuesto y es obvio, tampoco podrían medirse en estas materias. Pero estos son
peores porque encima pretenden convencer a la sociedad con argumentos
mentirosos, cínicos y ocultando sus propios intereses y las comisiones que han
de recibir, y para colmo disfrazándose de opositores patrióticos.
No tienen vergüenza como no la
tiene el macrismo que los está pariendo y los corrompe, si imponen (y si la hoy
oposición lo permite con quórum o votos comprados) que dos abogados de
oligarcas y ricos, presuntamente especialistas en trapos sucios, lleguen a la
Corte Suprema de Justicia.
Y tampoco la tiene el desdichado
Consejo de la Magistratura organismo que nació para controlar y mejorar la
cuestionada Justicia de este país, en el que hicieron entrar por la ventana a
un consejero para así tener una mayoría espuria que, de pronto y servilmente,
ahora va a juzgar al desprestigiadísimo juez Oyarbide pero salvando al
igualmente desprestigiadísimo juez Bonadio, porque así conviene al gobierno,
porque así perfeccionan la revancha y porque así creen pasarse por abajo a “la
pobre inocencia de la gente”.
El coro puede oírse, aunque no
canten: unos se autoconvencen del cuento de que la política y la economía son
“así”, y otros se autopavonean con el cuento de que están mejorando el
lamentable servicio de Justicia de este país.
Fuente: Página 12